Con el temor de no llegar a la esencia del fenómeno y con la presión de un espacio no infinito, hoy centro mi columna en las memorias que marcan las batallas; aquellas que se libran por el sistema inmunitario.

Durante décadas, se ha considerado que nuestras defensas se clasifican en dos grandes bandos: la innata, injustamente denominada inespecífica, y la adaptativa, que tiene un rango de elegancia no otorgado a la primera.

Haciendo la historia corta, la defensa innata es un batallón de antidisturbios que, desde las primeras fronteras, velan por que todo se mantenga en orden en nuestro cuerpo. Este escuadrón suele detectar cualquier presencia rara que venga del exterior (virus, bacterias, hongos…). Y también vigila porque no 'se descarrile' lo propio y aquí estamos hablando de la aparición de tumores.

Por su parte, la defensa adaptativa es especializada y entrenada. Se activa después de un contacto inicial con un patógeno específico y tiene la elegante capacidad de generar memoria. Es como tener un equipo de expertos que estudian al enemigo, desarrollan estrategias personalizadas y recuerdan cada batalla para futuras amenazas.

En un apretado resumen, la innata es una defensa general, inmediata y, aparentemente, carente de memoria; mientras que la adaptativa es específica y a largo plazo.

¿Pero esto es realmente así? Debido a que en ciencia nos ceñimos al método científico, reevaluamos constantemente los conceptos para pulirlos e incluso cambiarlos de acuerdo a los datos que se van generando. Y aquí viene una historia personal.

Corrían los últimos años del siglo pasado y un servidor se equivocaba en el diseño de un experimento. Estaba en una de esas semanas en las que los experimentos se sobreponían entre sí y debía extremar los cuidados para disminuir los posibles errores.

Cultivaba células del sistema de defensa innata, concretamente, un miembro muy curioso de los antidisturbios: los macrófagos. A estos cultivos celulares les debía añadir una sustancia extraída de las bacterias llamada lipopolisacárido que, para no enredarnos mucho, la denominamos: LPS. Al añadir el LPS al cultivo de macrófagos estaba simulando, en una escala reducida, la presencia de una infección.

Mi objetivo era estudiar el papel que jugaban los interferones, unas moléculas con las que no tenía mucho feeling, en la inducción de la muerte de los macrófagos. Usando palabras algo más sencillas: quería saber si los interferones mediaban la muerte que una infección masiva le provocaba a esos miembros del batallón antidisturbios.

Esto puede sonar fascinante, pero ya te comenté que, sin una razón poderosa y razonada, el tema no me llamaba la atención. Según el diseño experimental, debía añadir a los cultivos de macrófagos una cantidad de LPS suficiente para aniquilarlos en 24 horas.

Sin embargo, me percaté de que algunos cultivos morían y otros no. Cuando estas cosas ocurren, lo usual es tirar a la basura el experimento y comenzar de nuevo. Un cúmulo de factores pueden estar detrás de la discordancia y, por lo general, todos se deben a un error en la manipulación.

Empero, no seguí la norma y preferí analizar con detalle lo que había acontecido. Los que trabajamos en un laboratorio solemos tener la buena costumbre de anotar todo lo que hacemos. En mi caso, esto siempre ha sido meticuloso.

Fue entonces que, al revisar las notas de los días en los que hice el experimento, me percaté de que aquellos cultivos que sobrevivieron a la dosis mortal de LPS habían sido, previamente y por error, tratados con una dosis subletal de la misma sustancia.

Es decir, si los “antidisturbios” se encontraban con una infección digamos que leve, luego no respondían a una segunda ola, aunque en este segundo caso la infección fuera mayúscula. El error experimental cometido me llevó a concluir que existía una especie de memoria en los antidisturbios. Al final, no eran tan inespecíficos, ni tan desmemoriados como se asumía.

Este fenómeno se le llamó "Tolerancia a Endotoxinas" y en inglés “batallamos” para imponer las siglas ET —Endotoxin Tolerance—. Sí, la cinefilia me delata.

Años después, ya establecido como investigador principal y con mis doctorandos de entonces Carlos del Fresno y Pedro Escoll, seguimos investigando los mecanismos moleculares de aquella memoria de los antidisturbios. Ese “algo” que les reducía su activación en un segundo encuentro con un patógeno. Juntos describimos una parte importante de cómo se establecía y demostramos su existencia en pacientes con sepsis.

Mas esto no queda aquí. Ya sabíamos que se podía establecer una memoria para regular negativamente a los antidisturbios. ¿Y al revés?

No fuimos nosotros quienes describimos la memoria contraria, es decir, el fenómeno que induce una respuesta mucho más fuerte de los antidisturbios frente a “algo raro”. Pero Carlos del Fresno sí dedicó una parte importante de su período postdoctoral —alejado de mi laboratorio— al estudio de esta otra memoria que ya es mundialmente conocida como "Inmunidad Entrenada", y sus siglas en inglés son TI (Trained Immunity).

Hoy sabemos que la TI conduce a una respuesta mejorada después de un primer encuentro, permitiendo que los antidisturbios generen defensas más fuertes contra ataques posteriores. He de decirte que este concepto está siendo usado por muchos laboratorios, el nuestro incluido, en la generación de vacunas frente a patógenos y tumores.

La poesía que llaman destino y otros azares han hecho que en el presente Carlos y yo volvamos a trabajar juntos. En un mismo laboratorio hemos unido esfuerzos para seguir ahondando en estos dos fenómenos fascinantes. Aunque aparentemente distintas, la TI y la ET pueden compartir mecanismos subyacentes e implicaciones funcionales, difuminando las líneas entre ellos.

Esta semana y como si un resumen de dos carreras fuera, hemos publicado una revisión crítica y profunda donde analizamos sus similitudes y diferencias, así como las preguntas que requieren mayor investigación.

Al final, cada batalla —por pequeña que sea— deja una huella en nuestras defensas innatas que aumentarán o disminuirán la intensidad de las respuestas en próximas contiendas. No es magia, tampoco una intervención divina, es sencillamente ciencia.