'La verbena de la Paloma'. Foto: Javier del Real.

'La verbena de la Paloma'. Foto: Javier del Real.

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Álvaro Tato consuma su instinto para la zarzuela en la infalible 'Verbena de la Paloma'

La producción dirigida por Nuria Castejón reconfirma que esta obra cumbre de nuestro género lírico es puro deleite musical y teatral.

14 mayo, 2024 18:53

El reciente estreno de La verbena de la Paloma en el Teatro de la Zarzuela de la producción dirigida por Nuria Castejón, de los Castejón de toda la vida, reconfirma que además de ser obra cumbre y título infalible de nuestro teatro lírico, es una máquina de generar hormonas segregadoras del buen humor —léase serotonina, dopamina, y otras terminadas en ina—, y un puro deleite musical y teatral. La novedad de esta Verbena, hasta el 24 de mayo en cartel pero con entradas agotadas, es que viene precedida de Adiós, Apolo, delicioso prólogo cómico ideado por Álvaro Tato.

Con el propósito de homenajear a los cómicos y, en concreto a la saga lírica a la que pertenece, Nuria Castejón ha seguido la costumbre de los programas dobles de zarzuela de antaño y nos ofrece La verbena precedida de la pieza de Tato. Éste ha imaginado cómo transcurrió la noche del 30 de junio de 1929 en el teatro Apolo, última en la que mantendría abiertas sus puertas la considerada entonces “catedral del género chico”. El teatro, que sería demolido, se convertiría después en un banco.    

Con la intuición dramática y ese oído extraordinario que Tato tiene para dialogar con el pasado, se ha sacado de la manga un ensayo previo de todos los actores de La verbena… que van a representarla la noche del cierre del Apolo. Este ensayo transcurre media hora antes de que dé comienzo la función, con un director de la compañía sobrepasado y una paciencia a prueba de bombas (muy gracioso Rafa Castejón, que repite papel después de Los bufos de Madrid) frente a los comentarios y ocurrencias de sus 19 actores, más bailarines y figurantes, además de la orquesta en el foso.

En escena —tiples y vicetiples, primer actor de la vieja escuela en pugna con el joven barítono que triunfa, figurantes, ayudante, apuntador…— todos juntos pero no revueltos, gracias al mando de Nuria Castejón. Tato nos abre ese espacio íntimo como es el ensayo de una compañía, donde salen a relucir los comentarios ingeniosos de los actores, sus cuitas y vanidades, anécdotas divertidas y referencias a la actualidad del momento que les identifican y en las que se expresan con habla y modos castizos.

Fresco de ágiles diálogos cruzados entre los miembros de un gran elenco, aderezado por fragmentos de La verbena y cinco números musicales extraídos de revistas (como Chotis de la garsón, de Guerrero), o zarzuelas (los dos valses El año pasado por agua y el de Caballero de Gracia, de Chueca y Valverde, que sirven para montar una competición sobre cuál es más célebre).

Adiós, Apolo es, además de una pieza en consonancia con la que le precede, un homenaje al mundo alegre y despreocupado de los comediantes, que probablemente no haya cambiado mucho, y un testimonio también del furor del que disfrutó en tiempos pretéritos un género tan variopinto —el llamado teatro por horas.

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Respecto a La verbena de la Paloma, ya dejó dicho mi colega en esta revista, Arturo Reverter, que es un himno al madrileñismo. La partitura reúne algunas de las canciones más populares de esta ciudad, inspiradas en los géneros que más se escuchaban en la época de su estreno, en 1894 (seguidilla, romanza, flamenco, habanera, mazurca...).

Y Tomás Bretón logró algo más que una ilustración musical de ese Madrid bullicioso de finales de siglo XIX, es verdaderamente llamativo la maestría con la que engarzó lo popular y lo refinado en una partitura que es la que verdaderamente construye la dramaturgia de la zarzuela y que elevó el listón musical del género. El estupendo libreto de Ricardo de la Vega, escrito como un sainete lírico, contribuye a darle realismo y crítica social, creando tipos como el viejo que todavía cultiva sus pasiones amorosas con jovencitas, o el joven cajista representante de un proletariado en alza.

Esta es la sexta producción que acomete el Teatro de la Zarzuela en su historia de este título. No sé si quedará como la producción emblemática, pero Nuria Castejón ha optado por una puesta en escena fiel a la época, trasladándonos con los decorados de Nicolás Boni y la iluminación de Albert Faura al Madrid antiguo, aledaños de la parroquia de la Virgen de la Paloma.

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A pesar de la enorme compañía que tiene que mover en escena, la directora resuelve con criterio, lo que no evita que haya momentos de aglomeración. Sobresale de estos cantantes su calidad como actores, dan perfectamente con el tipo y saben extraer la comicidad a sus personajes, lo que no suele ser habitual en el mundo de la lírica. Hay que señalar que estos intérpretes se doblan en los personajes del prólogo.

Antoni Comas, con tesitura de tenor, es un buen caricato para don Hilarión, el viejo que aún se cree en la edad primera para seducir a las mujeres (en el prólogo da vida a un primer actor ya antiguo, o sea, de la vieja escuela). El barítono Borja Quiza, con estampa ideal para Julián, personaje carcomido por los celos, es de voz potente y da bien como personaje dramático.

Y Gerardo López es otro buen caricato, que acompaña a Comas en ese primer cuadro de “¡Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad!”, en referencia a la ola de cientifismo de la época. En la parte femenina hay también intérpretes estupendas: Carmen Romeu es una Susana temperamental y versátil, de bonita voz; muy en su papel la señá Rita de Milagros Martín, otra histórica del género de voz caudalosa; y desternillante y exagerando la vulgaridad de la Tia Antonia está Gurutze Bieitia. Rafael Castejón, director en el prólogo, da vida aquí al tabernero, marido de la compasiva señá Rita, chispeante en lo de “comprimirse” y “descomprimirse” con lo castizo. 

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José Manuel Pérez-Sierra al frente de la orquesta, que sonó animada, con arranque, aunque las partes que recrean ese Madrid ruidoso y festivo de una noche de verano, donde se agolpan las frases cantadas de unos y de otros, resultaban difíciles de distinguir.

El vestuario de Gabriela Salaverri es generoso en mantones para las chulapas, como no podía ser de otra manera, y con trajes veraniegos de chulapos para ellos. Momento especial es la representación del cuadro flamenco que sucede en el Café de Melilla, inspirado en el éxito del que gozaban los café-cantantes entonces; tiene este cuadro de la soleá En Chiclana me crié que entona muy bien Sara Salado cierto cachondeo, por los oles que se oyen. La escena está montada de manera ambiciosa, aunque pelín artificiosa, arranca del foro el tablado del café-teatro y lo trae hasta el proscenio, con los actores incluidos.

Qué gusto ver una compañía de estas dimensiones, cantando y actuando y a la que se suma un cuerpo de baile, magnífico en la mazurcas dirigidas también por Nuria Castejón, y el coro.

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Foto: Pavel Danilyuk/Pexels

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