Hoy me gusta mucho más vivir en España.

Hoy me gusta España más que el viernes, más que el sábado.

Hoy siento que parte de mi país ha despertado de un letargo indigno, chiflado, grisáceo: el circo de los horrores onírico del procés va tocando a su fin. Salvador Illa es un respetable ganador de las elecciones de Cataluña: un tipo sólido y afable, prudente, tranquilo, poco ruidoso, cerebral, íntegro.

Salvador Illa, en primer plano, saluda a la multitud mientras Pedro Sánchez pide el voto para él, en el cierre de campaña del PSC el pasado viernes en Barcelona.

Salvador Illa, en primer plano, saluda a la multitud mientras Pedro Sánchez pide el voto para él, en el cierre de campaña del PSC el pasado viernes en Barcelona. Europa Press

Un inofensivo runner, un buen chico con Volkswagen Golf, un hombre sencillo y bonachón con cierto aire intelectualoide que le insufla a uno una extraña confianza en medio de la marejada.

No quieran los hados que se complique la investidura. 42 escaños como 42 soles y un independentismo truncado, ya esquizo y minoritario. 

Hoy uno duerme a pata suelta sabiendo que forma parte de un país más bello y solidario, más culto y abierto. Hoy uno se calza en el sofá Las largas sombras (en Disney +), y sabe que es de la talentosísima Clara Roquet, y sabe que es hermana de uno de alguna manera: no compatriota (esa es una palabra un poco bélica y polvorienta), sino paisana, colega, compañera.

Pienso en Elena Martín Gimeno (no me digan que no han visto Creatura), en Isabel Coixet, en Carla Simón: en las mujeres creadoras que admiro y que duermen esta noche en la misma cama que yo, en un lecho ciudadano amplio y fértil donde el sentido común vuelve a ser mayoría, donde uno no se inventa la propia historia, sino que la escucha en sus patios y rincones y la interpreta primorosa e inteligentemente para hacer valer sus márgenes. 

Ya no nos hacemos las sordas, ya no nos hacemos las tontas, ya no le pagamos el carro al ridículo de Puigdemont

Hoy me mola mi España charnega. 

Pienso en que mi país fue un día el país de la Balcells y en que la gran literatura hispanoamericana se puso de rodillas ante ella, y entonces sonrío. Pienso que me gusta más esta tierra cuando la comparten Llach (¡con sus cositas!) y Serrat. Extraño a Marsé, que se frotaría las manos y se vengaría, sólo existiendo, de todos los que le llamaron "botarate" por no tragar propaganda carroñera nacionalista. 

Me enorgullece que mi país sea el mismo que el de Ramón Casas y Margarita Xirgu, el de Dalí y Miró. El de Clara Janés y Ana María Matute

Qué guai haber nacido donde los Estopa. Donde Miguel Poveda y Duquende y Carmen Amaya y Pau Donés y Alizz.

¡Donde Mercé Rodoreda, donde Carlos Barral, donde Vázquez Montalbán y Eugenio D'Ors!

¡Les quiero a todos, tanto! Qué lindo no haberlos dejado nunca solos, a ninguno, a ninguno de aquellos que no quisieron mutilar el amor, la memoria ni la lengua. 

Qué bien sabernos más divertidos juntos, más pizpiretos y tiernos, más progresistas, más generosos, menos aislados y menos paletos. 

Gracias a la vida por los vasos de tubo de Eugenio y por Los Vengamonjas y por David Verdaguer, que es muy guapo y poroso, y por Miguel Noguera, que aunque nació en las islas es catalán de adopción. Me hacéis reír y llorar al mismo tiempo, me calentáis el duende en las últimas habitaciones de la sangre, como dijo Lorca. Siempre será un placer la vida con vosotros. Adiós, Carles. Nuestra casa no es ya tu casa.