Paisajes capaces de enamorar a las mentes sensibles. Encuentros con la historia reposada y la naturaleza apacible. Genios en busca de inspiración que tropiezan con musas inesperadas. Una combinación encantadora capaz de espolear la imaginación y la creatividad. Lugares que se han hecho célebres por sus vínculos con aquellos artistas que los eligieron.

El genio enamorado de Horta

Alguien dijo que Horta de San Juan, en Tarragona, es un lugar picassiano. Desde luego, fue uno de los pueblos favoritos de Pablo Picasso.

Está situado sobre una colina y posee una abundante historia. Su iglesia gótica, sus palacios renacentistas y sus calles estrechas y sinuosas le aportan ese encanto especial.

El artista malagueño lo descubrió en la primavera de 1898. Llegó enfermo, pero el contacto con la naturaleza y la paz de la localidad mejoraron su salud. Decidió inmortalizar su plaza, sus calles y sus casas en dibujos y pinturas de trazo tradicional. Su estancia se prolongó hasta el invierno y diez años después decidió repetir.

En su segunda visita ya había iniciado su aventura cubista. De esta etapa, y de este nuevo encuentro, surgieron lienzos como La balsa de Horta o La fábrica de Horta de Ebro. También la plaza porticada, del siglo XVI, sirvió de modelo al genio para una de sus primeras obras cubistas. El municipio de la “Terra Alta” cuenta con un Centro Picasso que exhibe reproducciones de las pinturas de Horta, realizadas por el artista.

Cadaqués, de fama mundial

Mar, acantilados y casitas blancas. La pasión por Cadaqués del genial Salvador Dalí otorgó fama internacional al pequeño pueblo de la costa gerundense. Ahora, protege el recuerdo del artista en su casa de Portlligat. Lo que fue un grupo de viviendas de pescadores pasó a convertirse en el mayor centro de producción pictórica del genio del surrealismo. Su residencia más habitual, durante cuarenta años, sigue repleta de objetos extraños y fuera de lugar. Es la obra más íntima de un extravagante genio planetario.

Sus primeras obras reflejaban los paisajes del pueblo en el que pasó sus veranos de infancia y juventud. Después, llegarían el surrealismo, su gran personalidad creadora y un carácter histriónico que le otorgarían fama mundial. Compartió su refugio de Cadaqués con algunos amigos y grandes artistas como Joan Miró, Pablo Picasso o Marcel Duchamp.

Ahora, los dominios de Dalí se han convertido en centro turístico. En Portlligat se ofrecen, incluso, paseos marítimos en la barca de Dalí y Gala.

Provenza francesa: aire y lavanda

Vincent Van Gogh encontró toda la belleza que buscaba en la Provenza francesa. Decía que era tan extraordinaria que no podía captar toda su hermosura. La luz, los colores, el viento con su aroma a lavanda, y el río Ródano le aportaron creatividad. Entre 1888 y 1889, el pintor holandés se instala en Arlés. Los atractivos de la Provenza francesa le cautivan y vive su época más productiva. En quince meses pintó más de trescientas obras y entre ellas se encuentran las más conocidas.

Arlés le enseñó las pinceladas ondulantes, como en un juego con el viento, los amarillos, los verdes y los azules intensos característicos de su obra. En la Provenza francesa nacieron Los Girasoles, La Casa Amarilla, La habitación del pintor, el Puente de Langlois y muchos lienzos más.

El genio holandés atravesó el Puente de Trinquetaille y recorrió el antiguo Foro Romano ubicado en el corazón del casco antiguo. En el centro histórico de la villa se encuentra el llamado Café Van Gogh, restaurado para recrear el ambiente del Café du Soir que el artista “maldito” recreó en su obra.

Polinesia francesa y artistas parisinos

Tahití es una de las 118 islas de la Polinesia Francesa. Un pedazo de tierra de origen volcánico y playas paradisíacas, situado en el océano Pacífico. El paraíso en el que Paul Gauguin instaló su estudio.

El pintor, fue un rico agente bursátil arruinado por el desplome de la Bolsa de París, en 1883. Decidió retirarse de los negocios, abandonó a su familia, repudió a la sociedad burguesa parisina y se fue a Mataiea, una aldea a 45 kilómetros de la capital tahitiana. El artista creía que en una isla primitiva encontraría a personas menos superficiales. Quería cuidar su salud y dedicarse a su gran pasión.

Los relatos de la cultura indígena, las religiones olvidadas y las jóvenes indígenas le sirvieron de inspiración, se colaron en su arte y en su choza de bambú. Obras como La Orana María y Mujeres de Tahití (1981) identifican plenamente su obra.

En 1930, con sesenta años de edad, un gran admirador de Gauguin decidió seguir sus pasos. Henri Matisse viajó a las lejanas islas del Pacífico “para ver la noche y la luz del amanecer”, pensaba que tenían “una densidad diferente”. Durante casi tres meses dibujó, observó el mar, el cielo, la vegetación y definió a los polinesios como “dioses del mar”.

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