En 1722 el almirante holandés Jakob Roggeveen se convirtió en el primer europeo en pisar esta espectacular isla perdida en medio del Océano Pacífico. Y lo que vieron él y todos los que le acompañaban es, casi 300 años después, un misterio: cómo pudieron los nativos de Isla de Pascua construir y trasladar los gigantesco Moai.

Los Moai, rostros vivos de los ancestros

Toda la isla es en sí misma un museo al aire libre. No exageramos si decimos que el mayor reclamo turístico son los moai, gigantescas estatuas de piedra construidas por los nativos de la isla que representan los rostros de los antepasados. Para los nativos supone el medio de canalización del alma y la energía (mana) de esos antepasados y traerlos a la tierra para protección de los vivos. Estos son los más célebres.

Ahu Tongariki, quince colosos de casi 14 metros

En Hanga Nui, en la costa noreste, se alzan estos quince colosos de piedra sobre la plataforma de piedra ceremonial más grande de la isla. El lugar es el más célebre y fotografiado, está construido a pocos metros del mar y sufrió un tsunami que lo dañó seriamente en 1960. Reconstruido en la década de los noventa del siglo XX cuenta con un moái de 14 metros de altura que conserva su tocado de piedra, el pukao.

Los quince moai más célebres de Isla de Pascua resistieron a un tsunami en 1960.

Ahu Akivi, siete gigantes oteando el horizonte

A diez kilómetros de Hanga Roa, se conservan siete moais que otean el horizonte del océano por el que llegaron los primeros colonizadores polinesios. Los siete colosos podrían hacer referencia a los otros tantos exploradores que el rey envió para preparar su viaje colonizador. Fue el primer ahu en ser restaurado con criterios científicos.

Es quizás una de las plataformas ceremoniales más importantes de todo Rapa Nui. Su ubicación es única y su orientación hacia las estrellas también.

Los siete moai de Ahu Akivi están orientados hacia las estrellas y pesan cinco toneladas.

Ahu Ko Te Riku, el único moai con ojos de Rapa Nui

Con 5,1 metros de altura, un gorro rojo sobre su cabeza (Pukao) y dos increíbles ojos blancos, se presenta este curioso moai. Estos gorros son construidos de una piedra volcánica llamada escoria roja y que se puede sacar sólo del volcán Puna Pao. Según la tradición, representa el pelo de los nativos en forma de moño sobre la cabeza.

Pero lo que más llama la atención son sus enormes ojos de color blanco y que según los historiadores servían para para que el moai pudiera proyectar el mana y así proteger a los isleños.

Ahu Ko Te Riku, el único moai con ojos de Rapa Nui y sombrero rojo.

Los ojos, los gorros y el cuerpo enterrado de los moai

Los ojos de los moai estaban construidos por coral de color blanco y tenían pupilas hecha de piedras volcánicas como la escoria roja y la obsidiana de un negro azabache. Sólo los moai que estaban sobre las plataformas sagradas o Ahu tenían ojos porque según las leyendas nativas cuando a un moai se le colocaban los ojos la figura atrapaba el mana del antepasado muerto y protegía a los familiares e incluso la isla.

Los gorros, también llamados Pukao, se colocaban a modo de adornos sobre las figuras más importantes; construidos de escoria roja podían medir hasta dos metros y los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de decidir qué representaban, la hipótesis más extendida es que imitan el pelo de los nativos.

La mayoría de los moai tienen enterrado el cuerpo.

La pregunta que más hacen los turistas es si los moai tienen el cuerpo enterrado y lo cierto es que sí, la mayoría de las estatuas tienen un gran cuerpo bajo tierra, de manera que hay moais que miden hasta seis metros.

Su traslado y su enterramiento, objetivo de estudio a día de hoy

Al respecto solo hay teorías sin comprobar al cien por cien, dos de las más aceptadas apuestan por el traslado por parte de los nativos tirando de cuerdas a ambos lados a derecha y a izquierda, moviendo cada día espacios de pocos centímetros. Otra teoría indica el uso de árboles a modo de trineo rústico, aunque es algo menos probable.

El enterramiento se realizaría utilizando rocas acumuladas a modo de pendiente para inclinar las estatuas y que cayeran por su propio peso en los agujeros horadados en la tierra.