Elena del Amo Luis Davilla

Por ella se elevó el primer ascensor del país y bajo sus anchísimas aceras circuló el primer subte de Latinoamérica. Empresas y sedes de los grandes diarios se instalaron por sus edificios neoclásicos, neobarrocos o art nouveau y, al calor de la pujanza de finales del XIX, la Avenida de Mayo fue inaugurando teatros, hoteles y cafés con poco que envidiar a los del Nueva York de aquellos días.

Concebida por argentinos que copiaron a los parisinos, construida por italianos y habitada en sus días de gloria por españoles, esta especie de Gran Vía porteña se basta y se sobra para enamorarse perdidamente de Buenos Aires. Cierto que a la urbe no le faltan rincones por los que dejarse el corazón. Rompedora en Palermo Soho y nostálgica por los empedrados de San Telmo, burguesa en La Recoleta, arrabalera en La Boca o desquiciada entre el quilombo del Microcentro, Buenos Aires engancha. Es tan descomunal que no hay por dónde meterle mano. Pero para entrar por la puerta grande, nada como enfilar por esta arteria sin desperdicio que, fachada a fachada, va desvelando las luces y sombras de la ciudad. Porque, desde que se comenzara a erigir en 1884, no ha habido episodio, lamentable o de relumbrón, que no se haya paseado por la Avenida, como le dicen sin más.

A uno de sus extremos queda la Plaza de Mayo en la que se asienta la Casa Rosada y ante la que, cada jueves sin falta, con su pañuelo blanco anudado a la cabeza, siguen reuniéndose las madres y abuelas de los desaparecidos de la dictadura, amén de todo aquél que tiene algo por lo que protestar –que en Buenos Aires son siempre unos cuantos–. Su otra punta la acota la plaza que preside el Congreso. Y, a caballo entre las dos sedes máximas del poder, este kilómetro y medio de arboleda flanqueado por edificios a cual mejor. Entre tantos otros, el Banco de la Nación, la Catedral Metropolitana y el Cabildo, u hoteles como el Majestic, donde se alojara Le Corbusier y celebrara su boda el mismísimo Nijinsky, para monumental disgusto de su amante, el fundador de los Ballets Rusos, Serguei Diaghilev­.

A diferencia del anterior, el Castelar sigue oficiando como hotel. García Lorca, que vino por unas semanas para representar Bodas de Sangre en el vecino Teatro Avenida y acabó quedándose seis meses, se instaló en su habitación 704. Hoy está abierta al público como homenaje al poeta, habitual de jugosas Peñas porteñas como las que reunía a primeros espadas de la talla de Borges o Alfonsina Storni en el todavía maravilloso, aunque muy turístico, Café Tortoni. También con solera pero más auténtico, el “bar notable” Los 36 Billares, por cuya barbaridad de mesas admirar en silencio el juego de los maestros con la devoción del que pisa un santuario.

Ahora muy remodelado, el Bar Iberia devuelve a los tiempos en los que la Avenida era el territorio predilecto de los inmigrantes españoles. Bastión republicano durante la Guerra Civil, fueron sonadas sus grescas con los parroquianos del desaparecido Español, justo enfrente y coto de los falangistas. También por aquí se recuerdan las idas y venidas por las antiguas sedes de poderosos periódicos como La Prensa, El Argentino o, más reciente, el diario Crítica. A la del primero, ocupada ahora por unas decadentes oficinas del Ministerio de Cultura, será posible colarse con la excusa de agenciarse el programa de eventos de la semana o comprar entradas para un concierto.

Cerca resiste la librería El Túnel, en honor a Ernesto Sábato, y la recién remozada Confitería London City, donde Cortázar ambientó su novela Los Premios. Y pegado ya casi al Congreso, el opulento rascacielos de principios del XX La Inmobiliaria pero, sobre todo, el del Palacio Barolo, el delirio de un empresario italiano que se emperró en convertir sus 24 plantas en un tributo a la Divina Comedia de Dante. Infierno, Purgatorio y Paraíso incluidos.

Guía práctica

Cómo llegar

Vuelos directos a Buenos Aires desde Madrid o Barcelona, a partir de unos 700 € en algunas fechas con Iberia, Aerolíneas Argentinas o Air Europa.

Dónde dormir

En plena Avenida, en iconos como el Castelar, hoy de cuatro estrellas, o en el edificio art nouveau del Tango de Mayo.

Dónde comer

Por el Tortoni y el London habrá que pasar sí o sí a tomar un café o unos pasteles para empaparse de su historia. Para comer, podrá seguírsele la pista a la historia española de la Avenida por las mesas del Plaza Asturias (http://plazaasturias.com/) o El Imparcial (http://www.elimparcialbsas.com.ar).

Más información

Turismo de Argentina y Turismo de Buenos Aires.

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