El cielo se rompe. Y ni excusas ni paraguas. Solo la verdad. Y en la verdad, ni depresión ni infantilismo. Pero sí estruendo, explosión y catástrofe. Como en el final de El Rey Lear, la tragedia de Shakespeare se ha trasladado a Valencia.

En el texto, el soberano de Britania cede el reino, irresponsable, a dos de sus hijas. Las equivocadas. Su falta de liderazgo, criterio y perspectiva provoca el caos y el desastre con él como testigo. Su tercera hija acaba muerta en sus brazos, presa de su estupidez.

Nuestro ex Lear autonómico, poseído por la ilusión de la inmortalidad burocrática del paso del tiempo, creyó que las aguas seguirían su curso. Siempre abriéndose camino se ponga quien se ponga.

No quiero recordar el drama. Fuera del teatro, el último año en la terreta ha sido un desastre social y una vergüenza administrativa. Y no me bajo de ahí. Pero aún peor al tener un soberano que, como el protagonista de la obra, es un poco inconsciente.

Aquí no hay Cordelia, claro. Nadie en cabina en ambos lados. Pero nuestro Lear no ha sabido ni dimitir. Y en el pecado va a llevar la penitencia. El drama, fruto de la ceguera, se ha cocido en la total falta de conexión con la realidad. Incapacidad de empatizar con el pueblo.

¿Acaso hay mayor síntoma de feudalismo que ese? La negligencia primigenia le iba a costar el trono. Como a Lear. Él dejó el reino a sus tres malvadas hijas. Mazón no ha sabido ni tener heredero.

El clímax, vergonzoso y vergonzante al tiempo, llegó en el funeral de Estado. La corona se le cayó a pedazos, no por un golpe de sable sino por el peso de las sombras que ya no marcan figura alguna. La traición de los suyos; como Gorenilda, Regania y el Duque de Cornualles en la obra del bardo; le hicieron tropezar en el barro.

Y, de nuevo, la ceguera. El suelo ya hacía más de un año que era fango aunque él no se diera cuenta. No hay perdón que justifique la inacción. Y, claro, llegó el destierro. El exilio.

Su dimisión, en diferido y sin pronunciar la palabra, está incluida en un discurso infantil, culposo y extenuante para el pueblo, harto de mediocres. No hay amor de Britania cuando el Rey Lear elige mal.

La tragedia de Lear no es la pérdida del poder, sino la pérdida de la dignidad. Se trata del líder que, al verse desnudado por la tempestad, no aprende la lección de humildad, sino que busca un chivo expiatorio en la lejanía.

Nuestro particular Lear se ha ido, pero el riesgo es que quienes siguen en los tronos son sus hijas. Que Dios nos confiese a tiempo.