Aunque pueda dar otra impresión, hace apenas una semana no se hablaba de otra cosa en los medios de comunicación y las redes sociales que de los lamentables sucesos acaecidos en Torre Pacheco, donde, tomando como excusa la agresión a una persona mayor, se destapó una ola de odio contra las personas migrantes, con llamadas a la “cacería” y palabras que sería mejor olvidar si no fuera porque no nos podemos permitir el lujo de olvidarlas. Y ahora veremos por qué.
Pues bien, decía que puede dar otra impresión porque la dictadura de la actualidad es así: hoy un tema suscita todo el interés del mundo, con retransmisiones en directo en todas las cadenas y tertulias monográficas por doquier, y mañana se pasa al siguiente suceso sin solución de continuidad, como si lo ocurrido nunca hubiera pasado.
Es como si se tratara de una moda, pero determinados temas no admiten modas, sin duda. Y la lucha contra la xenofobia y el racismo es uno de esos temas.
La cuestión es que en estos días todo el mundo parecía tan preocupado por el auge del racismo como hoy parece que la cuestión importa un rábano. Y la cosa es muy seria, y debería habernos servido para alertarnos y aprender, que de todo se puede sacar algo positivo.
Los sucesos ocurridos en Torre Pacheco no son sino la punta del iceberg de algo mucho más grande, por típica y manida que suene esta expresión. Mostraron al mundo que hay un montón de gente organizada y preparada para liarla parda en cuanto se den las condiciones adecuadas para hacerlo.
Nos enseñaron que el polvorín del racismo existe, y que cualquier mecha vale para hacerlo estallar, y que, por eso, hay que estar prevenidos. Y nos deberían haber enseñado que la intolerancia está muy arraigada en determinados sectores y que está preparada para campar a sus anchas y ensuciarlo todo a poco que le dejemos un hueco para colarse.
Por eso, lo suyo es que nos unamos para que eso no ocurra. Que tejamos vínculos de tolerancia y convivencia tan fuertes que no dejen libre ningún hueco por el que pueda penetrar el odio y la intolerancia.
Y que no olvidemos, además, que ese hueco normalmente lo encuentran en el silencio y la pasividad de quienes miran hacia otro lado, en la comodidad de esas zonas de confort que a veces hay que abandonar, por más que cueste.
No podemos permitirnos el lujo de seguir hacia adelante como si nada hubiera pasado, conformándonos con cruzar los dedos para que algo así no vuelva a ocurrir. En un asunto tan grave, cruzar los dedos nunca es suficiente.
Hay que arrimar el hombro, aunque creamos que eso es solo cosa de quienes nos legislan y de quienes nos gobiernan. Pero la lucha contra el racismo y la xenofobia es una lucha de cada día y de cada espacio.
No podemos consentir determinados comentarios en chats, en tertulias o entre amigos, debemos contestar a quienes quieren vender como verdad absoluta lo que no es más que una noticia falsa y, sobre todo, debemos proporcionar argumentos a nuestra juventud para que sean capaces de reaccionar y responder, y no asimilen sin más todo lo que quieran meterles en la cabeza desde las pantallas de sus móviles.
Porque, si no hacemos nada de todo esto, si dejamos en manos de otros acabar con este problema, si quitamos importancia a la cuestión como si se fuera a solucionar sola, estamos contribuyendo a engordar el problema. Y no nos podemos permitir que otro Torre Pacheco venga a demostrárnoslo. Nos jugamos demasiado.