Hace no mucho escuché a alguien decir que pertenecíamos a una generación privilegiada porque no habíamos vivido en nuestras carnes ninguna guerra, algo que en otros tiempos era casi imposible.
Me llamó la atención el comentario. Nunca me había planteado que el hecho de no vivir una tragedia de la magnitud de una guerra fuera un privilegio, sino que era algo normal, natural. Yo no he conocido otra cosa. Por suerte.
No obstante, de lo que no nos libramos mi generación y varias generaciones más es de la sombra de la guerra. La amenaza nuclear, el famoso botón rojo y la llamada Guerra fría nos marcaron a fuego y marcaron, aun sin ser conscientes de ello, nuestras vidas.
Pero llegó un día en que el muro de Berlín cayó, la antigua Unión Soviética se pulverizó y lo que un día fue el bloque del Este se convirtió en muchos países cuyos nombres ni siquiera conocíamos. Ahora, siempre que veo a algún niño o niña estudiando geografía, me percato de lo que han cambiado las cosas; pocas quedan de aquellas capitales que estudié en su día.
En ese momento podía parecer que la sombra de guerra se marchaba, que la amenaza desaparecía en nuestro teóricamente civilizado mundo occidental, y que las guerras eran algo que ocurría a muchos kilómetros de nuestra zona de confort.
Y de pronto -o no tan de pronto, bien mirado- todo cambió. Los tambores de guerra empezaron a resonar con tanta fuerza que casi nos destrozan los tímpanos. Porque sonaban muy cerca, mucho más de lo que habíamos imaginado.
Rusia invadía Ucrania en una acción que parecía que iba a durar días y ya dura años. Y eso no ocurría en otro continente, sino en nuestra Europa. En una Europa que, de repente, dejaba de ser zona de confort para convertirse en campo de batalla.
Fue como si algún freno oculto se rompiera, como si se hubiera abierto la veda y la guerra pasara de ser una amenaza a una realidad, de una sombra huidiza a una presencia constante. El dique se desbordó y ya se hace difícil volver las aguas al sitio.
Y a la invasión de Ucrania se unió otra invasión que llevaba gestándose desde hace tiempo, la de Gaza. Un atentado terrorista fue la excusa para desencadenar la campaña de acoso y muerte más cruel, que se ceba sobre niños y niñas con especial encarnizamiento. Ahora, geográficamente, no se trata de Europa, pero la acción la realiza Israel, un país que, sin ser Europa, está íntimamente ligado a nuestro mundo. Tanto, que llevan toda la vida participando en Eurovisión. Incluso ahora, por el contrario que Rusia, que las distintas varas de medir son lo que tienen.
Y, como dice el refrán, no hay dos sin tres. Así que el mismísimo presidente de los Estados Unidos se ha embarcado en una suerte -o, mejor dicho, desgracia- de escalada bélica que ahora se ha cebado con Irán y mañana veremos a ver con quién. Porque ya dice el refrán que cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar.
Será por eso por lo que cada vez que pongo un informativo me pongo triste y de mal humor, como le sucede a mucha gente. El verdadero problema vendrá si nos acostumbramos tanto que ya no nos afecta. O, lo que es peor, que ya nadie crea que estas cosas merecen un hueco importante en los informativos.