Ha sido esta misma semana. Ha vuelto a pasar. La televisión alteraba su programación normal con el fatídico subtítulo de última hora, en rojo y con letras mayúsculas. Y eso es algo que nunca presagia nada bueno.

De semejante modo se interrumpió en su día la emisión cuando un atentado nos partía el alma. Fueran los de la banda terrorista ETA, o aquellos otros que cambiaron el rumbo de la historia, como los causados por el terrorismo islámico el 11-S, el 11-M o los de París, Londres o Barcelona.

También cortaron la emisión por el estallido de la pandemia de COVID o por catástrofes naturales como la erupción del volcán de la Palma. Así que, si el fatídico subtítulo interrumpía el curso normal de la programación, algo gordo tenía que pasar. Y gordo era, desde luego. Las imágenes hablaban por sí mismas.

Miles de personas rodeaban la sede de un partido político, el del presidente de Gobierno, con unas actitudes y unos gritos que ponían los pelos como escarpias. O me los ponían a mí, al menos. Porque, en nombre de la Constitución, o en el de España, se insultaba, se gritaba, se ejercía la violencia y se esgrimían símbolos y emblemas de todo menos democráticos. Una paradoja en toda regla.

La razón, o, mejor dicho, la excusa, es protestar contra una ley de amnistía que ni siquiera existe. Y sobre la que yo no me voy a pronunciar, porque ni puedo ni quiero hacer comentarios políticos.

Pero sobre lo que si puedo y quiero pronunciarme es sobre estos actos que ni benefician a la democracia ni defienden a España. Diga lo que diga ese muchacho que, con su estupidez naif, se ha hecho viral con una frase que es como una patada al diccionario de proporciones cósmicas.

La Policía interviene en una de las concentraciones.

La Policía interviene en una de las concentraciones. EFE

Si echamos un vistazo a las pancartas que ondulaban entre el tropel de gente y a los lemas que se escuchaban, la cosa es como para echarse las manos a la cabeza. Sobre los colores de la bandera nacional, la frase "la Constitución destroza la nación” era una de las más visibles, pero no la única.

Y, por supuesto, todo tipo de insultos utilizados en aumentativo que, como decía un buen amigo en redes, la cuestión es que la cosa rime, tenga sentido o no. Me decía, con un sentido del humor no exento de amargura, que el hecho de que la palabra Constitución tuviera una rima tan sencilla, hacía fácil a toda esta gente salir a la calle y montar sus movidas; que, si en vez de llamarla así la hubieran llamado Carta Magna ya estarían en sus casas porque no podían montar consigna que rimasen.

Pero, bromas aparte, la cosa es para preocuparse. Si cada vez que hay desacuerdo la reacción va por estos cauces, la cosa se nos va de las manos.

Y si acoge a peligrosos compañeros de viaje mientras algunos políticos se ponen de perfil, igual se nos ha ido ya. En cualquier caso, igual me equivoco y lo que está ocurriendo tiene que ver con la famosa apocalipsis zombi o la invasión de los extraterrestres que parecía que era lo único que nos faltaba después de que nada menos que una pandemia nos encerrara varios meses en casa.

Tal vez es eso lo que está pasando y no sepamos identificarlo. Pero que no cunda el pánico todavía, aún no hay que apurarse por ello. El verdadero apocalipsis zombi llegará cuando la Real Academia Española admita el verbo putodefenderse. Ese día sí que será el principio del fin, el acabose. Tiempo al tiempo.

Así que, como veamos de nuevo el dichoso cartelito de "Última hora" pongámonos a temblar. Cualquier cosa es posible.