En San Fermín, Pamplona es la única ciudad del mundo capaz de mantener año tras año la excitación de las primeras veces. Siempre se debuta en Pamplona justo cuando se entra al casco antiguo, pisando el empedrado pegajoso, esquivando al primer guiri o pidiendo el primer clarete en La Olla. No se gasta esa sensación de previa eterna que provoca asomarse a la calle Estafeta como si la inauguraran cada año. La presencia potencial de los toros mantiene en el ambiente la expectación de los chiqueros: podemos morir en cualquier momento.

La sorpresa es la misma si a última hora de la mañana aparece la Pamplonesa barriendo a los naúfragos del pañuelo. La banda sale de las alcantarillas y en un momento exacto que todos desconocen desfila en silencio hasta un lugar concreto que nadie conoce. Por las dianas surgen amores, se forman familias, crecen algunos chiquillos. El último vals en la plaza del Ayuntamiento inaugura un nuevo día, avanza trágicamente la mejor semana del año en el bucle tremendo de volver a empezar. Enfilado el pobre de mí, la última frontera del verano.

Pamplona reza mirando de reojo la chistorra. Es una ciudad de manías. Pensar en la vida eterna en San Fermín es una redundancia. De momento, no tenemos otro paraíso. Si este es su primer año en San Fermín, recuerde la norma básica de convivencia: emborráchese.

¿Dónde comer? ¿Qué beber?

“Hay varias formas de comer en Pamplona. El tema de las sociedades y las peñas, que es más privado, más local, más autóctono. Los pamploneses tienen sus comidas de cuadrillas. Ahí no puede entrar cualquiera. Tiene que estar invitado. La gente es hospitalaria y siempre tienes un amigo que te da la posibilidad de comer con ellos. La sociedad Napardi es la más celebre”, dice el juez Sánchez Magro, que todos los años pasa en Pamplona la semana de San Fermín. “Del 5 al 15”, aclara.

“Se puede comer también en la calle. Mira toda la zona detrás de Estafeta, la Raspa, los almuercicos. Se puede comer y beber mucho en los mil bares que tienen la cocina abierta durante 24 horas. San Nicolás está muy bien”, señala. “También se puede comer en restaurantes, que los hay de alto copete. Alhambra, Europa y Rodero son los tres grandes. Dos de ellos con estrella Michelín, Europa y Rodero”. Otra opción es Otano (C/ San Nicolás, 5), uno de los restaurantes favoritos de Espartaco y Pepín Liria, mitos sanfermineros, o el asador Olaverri (C/ de Sta Marta, 4).

“En Pamplona”, aclara Sánchez Magro, “todos comen lo mismo. Mucha pocha, que es la época, mucho ajoarriero, mucho frito. Pamplona es la capital de los fritos. Magras con tomate, guisos, callos...”

¿Y para beber? “El vino rosado de Navarra se bebe, no sé si cada vez se bebe menos. Se bebe mucho vino en Pamplona, y cerveza, claro. Pero más Rioja que navarro. Incluso Ribera. Se bebe mucho vino de la Rioja en Pamplona. Los vinos navarros no acaban de romper el techo de cristal. Por supuesto, también combinados a diestro y siniestro. Copas”, se despide.

Correr el encierro

“No hay ningún sitio mejor para correr el encierro”, dice Chapu Apaolaza, corredor y periodista, provocando las risas de Tom, uno de los norteamericanos envenenados por San Fermín. En 7 de julio (Libros del KO) recorre Pamplona como si recorriera su vida, explicando cada tramo. “Cada sitio tiene sus cosas buenas y malas”, dice. “En Santo Domingo los toros no se quedan sueltos pero es muy rápido y atosigante. En el Ayuntamiento es un buen sitio para empezar, es ancho, los toros no suelen volverse, aunque la entrada a Mercaderes es un sitio bastante complicado, da el sol de frente y se estrecha mucho".

"Por Mercaderes es bonito, pero justo llega la curva, muy técnica. Estafeta es recto y los toros suelen llevar una velocidad más templada que en otras partes del recorrido. Tiene más probabilidades de encontrar un toro suelto. Mucha gente espera en Estafeta. La entrada a la plaza, el callejón, la zona de Telefónica, tiene el problema de los montones”.

No hay ningún consejo definitivo para correr por primera vez. “Hay que lanzarse y ya está. Le suelo recomendar a la gente que vea vídeos. Y luego que pregunte mucho a la gente, que no se corte. Siempre habrá alguien que te dé un buen consejo”, añade Chapu Apaolaza.

¿Siempre dicen que no hay que levantarse del suelo, no? “Hay tres reglas fundamentales. La primera parece obvia, y no lo es tanto: corre. Corre con la gente, no te quedes parado esperando a los toros, no te bloquees. Eso genera desorden y accidentes. La segunda, mira hacia atrás. Hay que mirar hacia atrás para que no te alcancen los toros. Y tercera, si te caes no te levantes”, ataja.

“Prefiero dar consejos emocionales". Añade Chapu: “No hagas esto por impresionar a nadie. Ni a ti mismo. No es algo obligatorio porque alguien lo considere una de las 10 cosas que hacer en la vida”. Si no se ve con valor suficiente para emprender la aventura de templar los toros con un periódico, puede ver el encierro desde los balcones que se alquilan en Estafeta (100 euros por persona) o a ras de suelo, reservando un hueco en una de las protecciones instaladas por los bares (140 euros por persona). También puede ir a la plaza de toros a esperar al encierro (7 euros, a partir de las 6.15).

Mientras llegan los mozos, puede seguirlo en una pantalla gigante. La espera está amenizada con pasodobles y una kiss cam, la última oportunidad de rascar algo. La entrada incluye la posibilidad de ver a las vaquillas pegando volteretas a los guiris, más divertido que el balconing. La otra opción es madrugar mucho para ver muy poco en cualquiera de los puntos del vallado habilitados.

El encierro es como el ciclismo: mejor desde casa. Televisión Española retransmite todos los encierros desde las 7 en punto de la mañana. La realización ya no es como en los 90, dan ganas de volverse a la cama por culpa del antideslizante, pero es una apuesta segura: al menos puede verlo cerca, en su sofá y sin gastar un euro.

Ir a los toros

“Cuando descubres los Sanfermines entorno al abono de los toros cambia tu vida. Con 18 años, coincidió que en mi cuadrilla éramos socios de la misma peña. Salíamos de casa después de ver a Induráin y entrábamos en los toros”, recuerda Mariano Pascal, aficionado pamplonés, sus mejores años.

“El cachondeo del tendido de sol... Casi todos empezamos allí. Siempre pasa que no te acuerdas de algunas de las grandes faenas. Por ejemplo, la de César Rincón al toro Fresón. No la recuerdo. Otras sí. A partir de ahí, empezó nuestra afición”, desmiente el “topicazo de que no se ven los toros”. La transición a la sombra fue complicada. “No hay movimiento de abonos. Sólo circulan las andanadas de arriba”.

Mariano Pascal recomienda hacer como su sobrina. “Este año va a la andanada de sol el 7 de julio con doce amigos. Aquello debe ser como Maracaná. Va a descubrir una cosa tremenda de golpe. Hay que ir sin prejuicios. Es un poco la guerra. Si intentas ir en Pamplona de muy puro vas a terminar pensando que ni los de sombra tienen nivel. Hay que dejarse llevar. Y si te ofrecen merienda, merendar. Y si te ofrecen beber, pues beber”.

¿Las mulillas?

“Las mulillas es algo distinto. Entronca con lo taurino. Predispone a la gente ir a la plaza de toros. Las peñas con el chunchun... Acompañar a la Pamplonesa es diferente que ir en metro a los toros”, añade Mariano Pascal.

“Hay un ritual paralelo de reunión de amigos. Los almuerzos del 6 de julio son fundamentales. Para almorzar el sábado en Pamplona los restaurantes ya no reservan mesas desde hace dos meses. Es nuestro fin de año”.

“El frontón Labrit funciona, hay espectáculos de pago. Como en el Teatro Gayarre. Todo lo demás que se ha intentado hacer fuera de esos 250 metros ha fracasado. La calle se lo come todo”.

Tirarse al ruedo después de los toros es fundamental. Mezclarse con las peñas para llegar a Kabiya volando, como si saliera a hombros de Pamplona.

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