Eugenio de Mora fue el primero en salir al paso del circo ambulante de monstruos. El Ventorrillo desfiló con sus fieras malhechas en una tarde impropia de San Isidro, por la asistencia, desangelada la plaza después del shock del domingo, y la corrida, un vertedero de carnes, de hechuras desfiguradas. Si hubiera sentido del humor, El Ventorrillo se llevaría los premios razzies de esta edición de San Isidro por los toros más feos lidiados. La corrida era pareja porque todos parecían venir del tren de la bruja.



Mora también fue el último en enfrentarse a ellos, herido Ritter en una chicuelina. El charolais castaño que saltó en cuarto lugar le alcanzó la vena safena interna. Se lo llevaron con un lunar de sangre abriendo camino por la media. Al sexto salió Eugenio de Mora. Le colgaba la badana como otro rabo. Basto, reducido por detrás, parecía un león sin hacer. Fue el que más sirvió, por joder la crónica. Tenía la gente ganas de Mora, de ver algo, despúes de más de dos horas acumulando avisos y toros degenerados.

Empujaron al toro, que sólo iba en la distancia corta aunque el matador le diera los espacios de Zurcidor. Hacia algún aspaviento, lo llamaba, llenando los vacíos. Las tandas luego eran cortas. Por la derecha sobre todo, donde está más a gusto, desembocando la mejor en el trincherazo que tiene patentado. Eugenio de Mora es veterano. Le ganaba la acción al toro desenfundando rápido. Muletazos disparados, relajado. Al natural tuvo más reunión. Se lo cantaron con alegría. Se vino arriba el matador. La última serie fue una cosita. La rueda, pasándoselo por el Retiro, le valió. El toro no quería finales. La estocada quedó suelta, no muy efectiva, pero le hizo daño al ventorrillo, que paseó su muerte buscando un lugar solitario.



El primero Tripulante arreaba a los toreros, pronto se hizo el dueño del lugar. Montado, musculoso, alto, un buque de carga dispuesto a zurrarse con quién estuviera delante. Su primera víctima del bullying fue el subalterno Triviño, que lo pasó fatal: la lidia fue una calamidad. Afianzó los defectos Tripulante, un volcán a las manos de Eugenio de Mora. El toro lo acechaba. Qué bruto era. Para matarlo, un suplicio. Tripulante tenía espesor hasta en el hueso del cuello.

El segundo podría ocupar todos los puestos del podio de los toros más feos del mes. El

que le ganaba la estatuilla al ganadero, si alguien con ironía me ayudara a crear un premio a lo peor. Quién habría parido algo así. Un toro hecho para defender la finca, un toro albanokosovar, no para embestir. Quiso poco, soso, simple, a medio gas siempre. Antes de ser corneado, Ritter hizo una faena larga, con premio al final: el puñado de naturales a pies juntos, tras sobar a la bestia contrahecha. Hubo sensación de más oficio en el matador. Escuchó un aviso toreando. Saludó una ovación como premio, a pesar de los descabellos. Caló el trazo templado.

Sufridor, el tercero, era basto. Otras hechuras hipertrofiadas, los primos de Zumosol de la cabaña brava traía Ventorrillo. Salió con esa actitud de los que vienen de vuelta. Acababa de cumplir los cinco años. Alguien le tendría que haber parado los pies, decirle tranquilo, bro. La cabeza colocada hacia atrás, sin cuello: sólo le faltaba la coleta para ser Pablo Iglesias. Embistió sin entrega, mezclando los defectos más molestos para el matador. Poca fijeza, gazapón, cambiante y sin humillar. Sufridor mantenía el pulso rondándole la cintura a Espada, que fue progresivamente haciéndose con él. Logró muletazos buenos, sobre todo por el embroque, lanzando los vuelos al paquidermo. Pasaba muy por dentro, aguantó Espada, que lo emborronó después matando. Hasta dos avisos sonaron como el sonido triste de una trompeta solitaria.

No tenía ganas ni de pitar la gente cuando lo arrastraron. Estar en los tendidos era un dilema: ¿por qué nos gustan los toros? El cuarto mantuvo la línea de pobreza genética, como si no fuese suficiente. Tenía un perfil sin personalidad, de cruzón gordo. No quiso saber nada del caballo. Fue obligado a la ducha afilada. Le puso mucho Eugenio de Mora al toro, después de la cornada a Ritter, con la voz. Un mulo habría tenido más gracia. La faena nunca levantó un palmo, por culpa del toro. Ya está. Un coñazo verlo embestir. Inútil cualquier esfuerzo.

El quinto asomó la cara un poco. Fue apareciendo como si Florito lo empujara por atrás. En el ruedo ya se le vio por qué compartía corrida con el resto de frankesteins: era muy alto. Las hechuras le caían en los zancos como si hubieran desguazado a un coche y en vez de ruedas tuviera ladrillos. Espada se impuso, navegando las embestidas deslucidas. El toro no tenía nada que ofrecer. Se quedó muy quieto Espada, capaz de dominar ese oleaje. Apostó todo al final: la gente conectó con el alarde de valor. Muy poco, en verdad. Puso la espada arriba, pero un pitonazo en el pecho lo devolvió a la salida. Pasó de nuevo por los bajos. Y se le encasquilló el descabello.

Pase cambiado de Francisco José Espada Plaza 1





FICHA DEL FESTEJO



Monumental de las Ventas. Lunes, 10 de junio de 2019. Vigésimoctava de feria. Menos de media entrada. Toros de El Ventorrillo, 1º bruto, simple el 2º, 3º sin entrega, un mulo el 4º, deslucido el 5º, se dejó el 6º.



Eugenio de Mora, de azul pavo y oro. Pinchazo y espadazo caído. Cuatro descabellos. Dos avisos (pitos). En el cuarto, espadazo (silencio). En el sexto, estocada algo caída y suelta. Dos avisos (oreja).



Ritter, de azul pavo y oro. Espadazo tendido que se salió. Tres descabellos. Aviso (ovación).



Francisco José Espada, de gris perla y plata. Espadazo caído. Cinco descabellos. Dos avisos (silencio). En el quinto, espadazo arriba que se salió, estocada baja. Seis descabellos. Aviso (silencio).

PARTE MÉDICO

Ritter: Herida por asta de toro en cara interna del tercio medio de la pierna derecha, con una trayectoria hacia arriba y hacia cara externa de 20 centímetros, que lesiona vena safena interna, produce destrozos en músculos gemelos y contusiona arteria y nervio tibiales posteriores. Herida superficial en pliegue inguinal derecho. Pronóstico grave que impide continuar la lidia.