Madrid pierde la cabeza y yo la pierdo con ella. Milhijos no fue ni siquiera una alimaña de humillación predadora. Al contrario, tan reservón en la muleta. Guardaba bocanadas de fuego a Octavio Chacón. Le ganó la mano alguna vez y por allí pasaba la mula de Victorino, sin interesarse por nada. En seguida, se revolvía, lanzando dentelladas al torero. Milhijos no era tobillero sino un marrajo enredado sobre la cintura del matador como la serpiente al hacha. Tiraba hacia el fondo Milhijos arrastrando a Chacón. Soplaba el vientecillo, complicándolo todo. Cazó Chacón al dragón mentiroso después de haber probado el rastro del pitón. No sé; se rompieron las manos, agradeciéndole al toro morir encima del hierro. Iba camino de toriles, espabilaos. La muerte lo sorprendió en la boca de riego. Las Ventas crepita con los populismos. Había otra metáfora más clara: Milhijos pisoteaba la leyenda.

Se nos venía encima la fiestecilla del torista. La afisión aprovecha la cortina del toro-toro —ese mito alimentado por los quintanos— para comportarse como si no la viera nadie por fin. Cumplen sus deseos más oscuros, se puede leer a Freud entre líneas. Ponerse de parte del toro es su fetiche. La corrida llevaba marcado a fuego el centenariazo del encaste cuando apareció el sexto, Director, para confirmarlo. Era un torito que no habría aprovechado Toribio para sacar una ración. Le colgaba el examen veterinario como un suspenso. Tan estrecho, corto, un victorino en miniatura.

Por dentro, era otra cosa, sostenido por una reserva mínima de fuerza. Templado, tomó el capote de Emilio de Justo. Qué bien le echó los vuelos para engancharlo delante sin tirones. Armado el lance sobre el sitio. La tregua del viento descubrió tres verónicas muy buenas. Mejor fue la media. Al toro había que dosificarle la fuerza, una corriente leve lo mantenía en pie. Le anduvo bien para atrás siempre Ángel Gómez sin exigirle. Tropezó en la cara en el último momento. El toro hizo por él, la voltereta fue incruenta y del lío de capotes salió Gómez sofocado, el toro sosteniéndose y Emilio de Justo pidiendo calma. La ovación fue una exageración, rendida Madrid al dramita.

Lo citó en la distancia media, hacia los medios, despistando al aire. La faena fue breve. Director tenía un tramo muy bueno, humillando con intensidad. Al natural, venía un poco recto. Tragó de Justo esas primeras embestidas, brillaron los muletazos. Después, tiró de él, afianzado Director sobre la clase concentrada, empapado de muleta, hasta donde lo llevara. Con la derecha había más vibración. Logró relajarse el matador, durmiendo la mano que no torea, abriendo el derechazo con el que rugió la plaza. Qué corte más bueno de torero. En un parón, Director bufó la arena, surcada por el hocico, que levantaba el oleaje surfeable de la casta. Midió bien de Justo, aprovechando la calidad decantada, levantando una faena memorable sobre las ascuas del mito: así embiste un victorino. Un trago de naturales electrificó la plaza a pies juntos. Ronroneaba la segunda oreja, la acariciaba el torero agarrando los gavilanes de la espada: mató donde la carne es fango. Emilio de Justo se salvaba sobre la campana de sumar otra decepción cuajando a Director. No es lo mismo ir a la del Baltasar con ese orejón en el zurrón. Y a su vez, Director dejaba al ganadero menos expuesto al petardo.

Emilio de Justo con la oreja de 'Director'

Nadie supo qué salió exactamente de chiqueros. Venceguerras, el tercero, se lo pensó, como si pudiera avergonzar al ganadero: efectivamente, traía las hechuras de la posguerra. Hubo protestas, algún chillido, nada de incendios, que es lo que pedía la ratita gris a la que le faltaba el capirote sobre la testuz. Cruzó sobre el hierro cabizbajo, claro. Quizá Venceguerras era un recuerdo del hatajo de vacos infelices a los que salvó Victorino el viejo camino del desolladero. Una fotografía al mito fundacional de la ganadería, a las talanqueras, en el centenario del encaste. Puede ser. Emilio de Justo no pudo hacer nada. Tiraba gañafones, sacándose la muleta de encima la bicha. Enfadado con existir, cargando con esas hechuras que le habían tocado, el ruedo se convirtió en un matadero de lujo.

A Daniel Luque la vida lo ha traído hasta la corrida de Victorino en mitad de San Isidro. La eterna promesa, un torero que se conformó pronto, como si viniera de vuelta de un lugar al que, definitivamente, no llegó. Mantiene el pulso sobre el capote. Y al segundo lo convenció, sacándole buenos muletazos, tirando de una embestida apagada, dormida. No embestía despacio, sí sin entrega, perezoso. Lo esperó bien Luque, llevándolo hasta el final. Enroscados, en línea recta, paciente con el toro, que rastreaba el ruedo desde la azotea. Complicado por la izquierda, la faena hizo pie en la mano derecha. Hubo otra ovación de escándalo. Al menos sacaron a saludar al torero.

Luque se las vio después con el quinto, más hecho. Rezumaba trapío de barril viejo por el lomo quebrado, ensillado. Oloroso el cinqueño en la forma de buscar en el capote de Luque, que brindó al público. La faena no despegó nunca, protestada la colocación. Quiso torearlo bien. El toro acabó difuminándose.



Apretó Octavio Chacón al cuarto. Los primeros tanteos descubrieron la humillación tímida, un poco húmeda. Metidos en el tercio, las tandas cortas. El tirón a los medios fue definitivo. Justo ahí se apagó el victorino. Humeaba desfondada la mecha del ole. Tocó al natural muy bien Chacón, pero venía frenado, espeso, marchito. Aplausos al toro, pititos a Octavio Chacón, confirmando el cambio de ciclo. ¿Quién sabe de toros?





FICHA DEL FESTEJO



Monumental de las Ventas. Miércoles, 29 de mayo de 2019. Decimosexta de feria. Toros de Victorino Martín, reservón el marrajo 1º, 2º dormido, no sirvió el 3º, a menos el 4º, no se entregó el 5º, humilló el emocionante 6º.



Octavio Chacón, de tabaco y oro. Espadazo caído (silencio). En el cuarto, gran estocada (pitos).



Daniel Luque, de tabaco y oro. Espadazo muy trasero (ovación en el tercio). En el quinto, pinchazo hondo trasero. Tres descsbellos (silencio).



Emilio de Justo, de catafalco y oro. Dos pinchazos y estocada (silencio). En el sexto, espadazo algo caído (oreja).