Abascal hacía la cola de los invitados rasos con la barba recién perfilada y el rasurado del cogote a punto. De cerca, la derecha tiene papada. Por culpa de la matraca de esta semana imaginé que guardaba el revólver dentro de la chaqueta, me figuré el pesado bulto, la taleguilla de los españoles de bien. Las balas escondidas en un bolsillo chico como quien guarda el suelto para el pan. Estaba protegido por dos hombres y hasta en los guardaespaldas Vox es diferente, tiene ese cuchi-cuchi que ha triunfado en Andalucía, que conquista la Españita de los balcones, los toros, la Semana Santa, la caza, la lista que aparecerá en la esquela de Don Juan Carlos. Uno era un clon de Abascal sin carisma, gris, y al otro le hacía pico un moño que Rajoy no permitiría ni en el cuarto grado de asesores. El responsable del PP que dijo su nombre y el cargo a voces para que le colaran resumió perfectamente la estrategia de los dos partidos. 2.000 votos más para Vox.

Dentro, Abascal saludaba a los toreros, varias genuflexiones ante el líder, un poco alborozados. Son muchos meses de vídeos virales rodando por Whatsapp, viéndolo a caballo con Morante, diciendo lo que consideran las cuatro verdades. Abascal tiene en este sector profesional una mayoría tan holgada que se permitió el lujo de compartir charla con Isabel Díaz Ayuso mientras recibía besos en los nudillos. A ella la conocían los de prensa, algún abuelo perdido que buscaba el baño, quizá Rocío Gandarias y su amiga la marquesa de la Vega de Anzo. La edad está con el PP, pero eso no da votos. Al contrario, son los votos que se van escurriendo: es lo que tiene estar pendiente del reloj. 

Había un ambiente propicio para Vox. Las gradas iluminadas con la bandera de España, el himno de Soto interpretado por un artista descarriado de la orquesta Buenas Noches. Aplaudieron los invitados en cuanto saltó el primer “soy español”. San Isidro bullirá con el alcohol y los himnos, y si se acerca Abascal una tarde quizá implosione la plaza. Será en mayo, cuando cuente asistentes por escaños

Vi de lejos el encuentro con el Rey Emérito de los dos políticos, cuando estábamos ya los periodistas convenientemente separados de los protagonistas, que llegó como si le hubieran organizado una procesión. Los millennials quizá no estemos acostumbrados al boato, culpa nuestra. Se hizo el silencio. Sólo faltaba el humo del incienso y en realidad lo llevaba: la neblina del carisma antiguo. Los toreros más listos lo saludaron. Saltaron los flashes de los móviles de los familiares. Por delante iban los nietos, Froilán y Victoria Federica, abriendo paso. Más cerca, Pío García Escudero. Apoyado en el brazo de la Infanta Elena, avanzaba a paso muy lento y en la oscuridad del ruedo intuí el ojo morado del ecce homo. El cuerpo pedía chillarle alguna saeta. Detrás, cerrando la comitiva, Simón Casas, el empresario. 

Debajo del escenario se unieron las tres derechas: la vieja, la actualizada y la monárquica. Tres poderes a los que la izquierda ha entregado la tauromaquia. Ellos sabrán: la memoria de Tierno Galván mancillada por cuatro caprichos animalistas. Ya no hay marcha atrás. La abascalización del toreo es imparable. Esto no es punk, por mucho que quiera yo y Apaolaza. Nos queda el homenaje al histórico socialista Enrique Múgica. “Larga vida a la tauromaquia”.

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