El rey Felipe VI se sentó en el tendido 9 con una normalidad apenas vista en los Borbones. O con la normalidad que esconde amantes y whisky. La corrida de la prensa, Victorino, Victoria Prego, Roberto Domínguez y un no hay billetes daban continuidad al rito, como si los 90 hubieran sido ayer. Faltaban Samuel Flores, Adolfo Suárez y algún constructor.

El Rey Felipe vive en Las Ventas lo que no tiene en Malasaña. La ovación le decía "vente más, hombre". Letizia estará día y medio poniendo caras, oliendo a bicho en palacio. "Felipe, vuelve a lavar esa corbata". Ese es su mérito: estamos con usted. No sonó el himno —la lluvia de vítores a España es ya suficiente— y el Jefe de Estado aplaudió a Ureña con la oreja puesta en las explicaciones. El matador vestía de verde. A Talegón le hubiera dado un infarto.

El Rey Felipe VI saluda al público de Las Ventas Plaza 1

La corrida fue un apagón continuo de casta, un camión de victorinos aburridos. Los toros fueron sosos, apagados y sin fondo. Y excepto los dos primeros, bien presentados. El tercero fue exigente. Al torismo lo ha salvado su primo con Chaparrito.

Ureña reaparecía de una lesión grave. No se le vio esa apertura dramática de la primera tarde. El segundo toro era raro porque tenía cuello y un cuerpo desproporcionado. Las hechuras de una hiena. El toro carroñero se fue del segundo puyazo. Qué largo y alto, le faltaba el hierro de Boston Dynamic. El populismo tira de Ureña con una fuerza poderosa. Dudó y brindó a la gente antes que al rey, en plan carrera en la banda con el balón perdido. El público le botaba al matador en el bolsillo. Al toro le faltaba de todo y quizá por eso embestía despacio. Despacio embisten los toros buenos. Este lo hizo por agotamiento. La principal virtud de Ureña fue acoplarse al ritmo. Los muletazos fueron jaleados. Acortó el espacio tanto que Escogido no pudo pasar. El abrazo de ambos enredados se vivió con las tragedias que acompañan al murciano. Al natural se estiraba el matador. Lo tocó suave, tiró sin sufrir el pitonazo. La última tanda con la espada de verdad fue un borrón, igual que la estocada, directa al sótano. Los oles de los fans se habían perdido hacía un rato.

Emilio de Justo es torero de las redes sociales. Tiene ambiente digital y si todo va bien el siguiente paso será gustar al 7 y si va mejor, que lo esperen para reventarlo. Ojalá. Primero debe empezar por que le hagan caso. Con el sexto estuvo firme y no se enteraron. De pequeño me emocionaba aguardar la salida del toro negro de Victorino. El último tampoco lo era. Lo único que salió fue un idiota a gritar el viva número 100 en la feria. La auténtica violencia del procés es esta. Me pareció un toro bajo y descarado en sus gestos. Parecía nervioso hasta que lo volvieron a poner en el caballo. Que vaya El Rosco, pensó. Algabeño guardó la retaguardia a los banderilleros. La gente despachó a Emilio de Justo en el brindis, más atenta a insultarse que al esfuerzo del matador. El último de la feria definió el mes de toros: los borrachos empezaron mandándose callar como si entraran a una casa de madrugada y terminaron desbocados, bailando en el after de los tendidos de noche. Emilio de Justo seguía en la cara, arrancando embestidas a bocados. 

El tercer toro tuvo por fin cuajo. Casi llegaron a un acuerdo toreando por esa mano de Justo y Pesonero. El toro engañaba: humillaba en el embroque, lanzando la cara en el último tramo. Un torrente en los dos primeros muletazos. Luego, venía por dentro. La pala de los pitones rodaba por las espinillas. Emilio de Justo le aguantó ese paso de incertidumbre. El cuarto muletazo era muy difícil. Con la izquierda metía el hocico en la arena y se volvía en las manos, frenado. Encontraba oposición sólo en el aire. Algunos estaban de su parte. Emilio de Justo lo mató muy trasero.

Los aplausos al quinto victorino fueron optimistas. El toro era muy simple, incluso con la orquesta que le sonaba por delante. Música de guerra para despertar. ¡Las valquirias! Buscó las vueltas para no ir al caballo exponiendo las excusas como un mantero. Se desperezó por el pitón derecho. Una gavilla de embestidas buenas, humillado, y Ureña tiró de él con conviccion. El toro gastó su pequeña fortuna ahí. En un pase de pecho el matador se agarró al pitón al pasar el toro. Fue raro. ¿Tiró la muleta?

Al primero la sangre se le escapaba por fugas. El picador abrió boquetes con la técnica del puntillismo. Supongo que es difícil acertar sobre un palillo en movimiento: el toro llevaba un par de meses cuidándose las cenas. No tuvo nada, y la faena fue un tránsito frente al cárdeno pasota —la porta gayola arruinada— y esaborío.

Escribano con el primer toro Plaza 1





Irse dos veces a porta gayola es el Guinness del mal sabor de boca. Frente al cuarto, Escribano libró una de cal viva. El toro se lo pensó. Cuando arrancó apenas se abrió, quedándose en los talones. No se explica cómo se pudo levantar tan ágil el matador: debe tener aire comprimido en el traje. Subió un palmo justo antes de que le echara mano. Las verónicas fueron jaleadas. Puso banderillas con solvencia, igual que el inicio de faena. El toro no decía nada, apoyando las manos en cada vuelta. Otro mulo para Escribano.

 









FICHA DEL FESTEJO

Monumental de las Ventas. Domingo, 10 de junio de 2018. Trigésimo cuarta de feria. No hay billetes. Toros de Victorino Martín, 1º sin entrega, 2º embistió despacio, el 3º exigente, apagado el 4º, 5º sin fondo, parado el 6º.

Manuel Escribano, de gris marengo y oro. Espadazo bajo (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada algo caída (silencio).

Paco Ureña, de verde hoja y oro. Bajonazo. Dos descabellos (ovación). En el quinto, estocada casi entera muy baja. Un descabello. Aviso (silencio).

Emilio de Justo, de sangre de toro y oro. Estocada trasera. Seis descabellos (silencio). En el sexto, espadazo caído (saludos).