Las Ventas estaba preparada para el encuentro de lo nuevo con lo viejo, no sólo en los matadores, iba más allá. Los aficionados de siempre temblaban viendo llegar a las hordas de oficinistas por encima del muro. El día que Madrid cerró el Retiro por viento, dos hombres se citaban para medir su habilidad dominando a un toro con telas. Este espectáculo está lleno de heroicidades imperceptibles que nadie entiende. El Juli entró en Madrid sobre la bocina e hizo el paseíllo con el recuerdo del indulto. Ginés canjeaba la Puerta Grande de la temporada anterior. El mano a mano creaba un duelo de altura entre dos generaciones, en el marco de la redicha Corrida de la Cultura.

Salía humo de los revólveres nada más aparecer en escena Brevito. A las gaoneras de Ginés Marín respondió Juli con unas chicuelinas muy barrocas. El arrebato de la naturalidad se está perdiendo. Los disparos silbaron sin alcanzar los objetivos. Jaleados los dos, la tarde cogía fuerza. El toro tenía un inicio de muletazo buenísimo, con toda la clase, chispeaba la embestida en un tramo muy intenso. Desentendido al final. Juli estuvo seguro, concentrado, y trazó muletazos buenos por las dos manos. Arrastró la muleta y alivió, haciendo malabares con el fondo tan limitado. Mató a la segunda. Antes, la espada se dobló como un arco y salió rebotada.

El segundo toro traía las protestas puestas de Twitter. Con un perfil pobre, estaba ensillado y era larguísimo. El toro era feo con ganas. Como al que se tiró Miguelín, un ejemplar de la posguerra. Por dentro no había nada. Se paró inmediatamente. Ginés Marín alargó mientras llovían voces como granizo invisible.

No tenía nada que ver el siguiente alcurrucén. Tan bonito y colorao. La ventolera que se levantó a su salida elevaba el capote de Juli, que corrió de espaldas hasta los medios azotado por el infierno soplador de Madrid. El inicio de faena fue un reguero de pólvora que estallaba por fases, el derechazo rodilla en tierra, la trincherilla, la otra sólo con la muñeca, el pase de pecho, otro natural. Inolvidable. Rugió la plaza desde abajo. Hasta se apagó el viento.

Juli toreó con la derecha redondeando la embestida. Licenciado arrancaba con un flash, manteniendo el nivel con profundidad. Juli se sumergió con él y aprovechó esa virtud para construir una faena en continua ascensión. Un buen pase de pecho rindió a los todavía callados. Al natural hubo pasajes extraordinarios. Tiró del toro, ajustándoselo, el resultado era una fotografía limpia para repartir desde la furgoneta, un conjunto impoluto. Los 20 años ahí descargados. No sólo había perfección y eso era lo interesante. Del cambio de mano surgió un natural con tres capítulos. Al pase de pecho llegamos todos desencajados. Licenciado no lo ponía fácil, exigente por la calidad. Juli lo cuajó. Viendo que decaía el último tramo apretó para cerrarse en tablas, el doblón, el de pecho llegándole hasta el hocico. La atmósfera de triunfo rotundo mojaba los tendidos. Tenía las dos orejas en la mano. Y perdió una por la estocada, que quedó a cinco centímetros de partir en dos al gran toro.

Ginés Marín pasó rápido a la acción. Quería devolver el golpe. El Juli terminó la vuelta al ruedo y ya estaba ahí, junto a su garcigrande. Tres verónicas, dos chicuelinas. La media fue lo mejor. En la muleta embistió con genio. Había engañado, dormido en los primeros embroques. Luego se rebrincó. No dudo Ginés, que aguantó las acometidas sueltas y traicioneras, rozando el listón de la tarde, ligando una tanda de derechazos con cierta autoridad. El pitón de dentro hurgaba siempre. Luego volvió a aplacarse. No había quién lo entendiera. El toro sin ese genio era un tipo malo al que había que calcularle todo, cambiar de marcha la muñeca, apostar, ir al otro lado del Amazonas. El viento no ayudaba a las defensas. Encontró al hombre en un natural. Voló Ginés Marín, cayendo hecho una bola, sin ningún orificio. El garcigrande puso fin a las hostilidades rajándose.

Derechazo de Ginés Marín Plaza 1

El toro de Domingo Hernandez era alto, crecía progresivamente hasta la cara acodada y torera. En ese cuerpo estaba puesta como un cabezudo del revés. Un cuerpudo. Muy grandes las pezuñas, pisaba tirando la arena hacia delante. Al Juli le sorprendió el viento como una serpiente debajo de las sábanas. Insistió en unas verónicas después, igual que Ginés, sobre las brasas. Pasó el tren acostado, tirando un pitonazo sobre el muslo que devolvió a la lona al joven matador. Se la jugó José María Soler. En algunas de esas persecuciones, o en el inicio, al toro le pasó algo. Abierto de manos, no podía perseguir la muleta, arrastrando toda su animalidad prácticamente inerte. La estocada fue la que Juli habría necesitado antes.

El sexto fue aplaudido de salida. El paso por varios tendidos levantó pasiones. Le hicieron el pasillo allá donde fue. El silencio del 7 lo aclaraba: era un buen toro pero con el hierro de Victoriano del Río. Coplero juntaba las manos para esperar las acciones. Se arrancó en un segundo puyazo de largo. Agustín Navarro lo majó. Ginés buscaba el empate. Juli había gastado la última bala. Le apuntaba el jerezano, que disparó enseguida. El toro tenía bravura y se le intuía un fondo distinto a los siete hermanos lidiados entre el miércoles y este jueves. Dos tandas con la derecha tuvieron importancia. El toro se acostaba por el izquierdo y fue perdiendo consistencia, goteándole la casta. La faena no pasó esa frontera. Ginés Marín a veces tomaba el mando. La bala dio en la pared.



FICHA DEL FESTEJO





Monumental de las Ventas. Jueves, 24 de mayo de 2018. Décimoséptima de feria. No hay billetes. Toros de Alcurrucén, 2º vacío, con profundidad el gran 3º, de Victoriano del Río, 1º sin fondo y bravo el 6º a menos, de Domingo Hernández el 5º lesionado y de Garcigrande el 4º con genio que se rajó.

El Juli, de azul marino y oro. Pinchazo y espadazo caído. En el tercero, estocada casi entera y trasera (oreja). En el quinto, estocada trasera (ovación).

Ginés Marín, de grana y oro. Pinchazo sin soltar y espadazo entero (silencio). En el cuarto, espadazo trasero (ovación). En sexto, medio espadazo y buena estocada. Un descabello (silencio).