Que se siga guardando un minuto de silencio por Joselito el Gallo contrasta con la posmodernidad de llegar a la plaza ya borracho. En ese equilibrio de público —el objetivo de Simón Casas— y afición se mueve ahora San Isidro. Un incapaz gritó ¡viva España! antes de tiempo. La metáfora de lo que nos ha tocado vivir. De un extremo a otro también en el patio de arrastre: de Froilán y Toñín el torero —el mismo concepto, distintas formas— a Rubén Amón y Calamaro.

Desde el 7: una entrada a última hora de Christian —un hater— me colocó en la fila 12, asiento 33. La promesa de una madrugada cumplida en una tarde de "figuritas; para que veas, para que veas".

A Talavante lo esperaban. "El mejor, la mejor izquierda del toreo", señalaba el Rosco. Este toro Aguador, el tercero, era menos. Escurrido, la punta negra, enseñando las palas. Las esquinas bien señaladas por la anatomía, sin exageraciones. La primera tanda confirmó las sospechas: un doblón toreando en redondo mirando al tendido fue un rayo. Respondieron las gargantas. Emoción verdadera. Qué descaro del matador debajo del 7. Las cosas flipantes.

—Te lo dije, hoy ha venido taladrao —se volvió mi vecino.

El toro tenía un tramo final soltando la cara. Sacó la casta después de un inicio titubeante. Le cogió el aire perfecto Talavante toreando con naturalidad, erguido, llevando el muletazo hasta el final templando ese derrote. El mérito estuvo en esas tandas con la izquierda —"la mano del guante de Drácula"— limpiando los latigazos de las embestidas. Hubo series muy buenas, simplemente. No hace falta escribir más. Ni tampoco para torear bien. Gran dimensión de Talavante. Oreja de ley.

Derechazo de Talavante al tercer toro Plaza 1

El sexto fue el más bajo de la corrida. Rosito se comió al caballo. Lo cogió por detrás y empujó de abajo arriba. El chaleco antibalas tenía un punto flaco: por ahí se coló Rosito, marcando al tordo con un zurcido. La sangre como un clavel sobre el gris. El segundo puyazo fue en toda la yema. Lo contaron muy pocos por aquí. Al contrario que el par de Trujillo.

Talavante brindó al público y lo que vino fueron los muletazos de los que se hablarán dentro de un mes, en Navidad o cinco años. Olvidado del cuerpo, el matador extremeño compuso una primera tanda indeleble. La mano que no toreaba era la toma de tierra, el contrapeso que armaba el muletazo tan bello y redondo. Despojado de todo, encajado sin exageraciones, número uno. Crugió la piedra con el ole. La faena había cogido la lanzadera. A este lado algunos estaban ya en pie. Al natural era diferente Rosito. Había que tragar. Talavante se cruzó al pitón contrario, pasándoselo por la barriga en el centro del ruedo. "Eso, eso". Todos se fueron detrás de muletazo enroscado. Se quedó sin fuelle Rosito, más parado, y las luquecinas fueron la cobra en el Toni 2, la fruta escarchada, una película en la que al final aparece Dani Rovira con un perro. Pinchó la Puerta Grande.

Cinco minutos después de salir el primer toro un ser llamado Roberto salió al encuentro. "No insultes", qué formas. Otro anónimo me dio una lección de periodismo. Ferrera tuvo algún detalle con el capote —"el hijo mayor de Manzanares", dijo un desconocido— pero al toro lo vaciaron con dos puyazos bajos. "Sanguinario", gritaron.

Ferrera llegaba sin cargas, algo más fresco. Sin la mochila de los apoderados, que es el cambio que ha transcendido. A saber qué pasó. Apenas se tenía en pie Fundador. Lo templó sin exigirle, tres derechazos, un puñado de naturales. El trazo bueno. "Venga", en vez de ole, decían a mi lado. Con la derecha sin ayuda se dejó tocar la muleta para convencer al toro. Acompañó luego con la voz, muy en Ponce, apretando mientras lo cerraba en el 5. Enterró el acero. Para mí que no había mayoría. Magán sacó el pañuelo una semana tarde.

El siguiente castaño manseó desde el primer momento. "Ferrera es un lidiador, ya veréis", ese tono. A los capotes acudió por dentro. Metía como el otro pitón. Arreones de manso huyendo en una cinta transportadora hacia ningún lugar. Ferrera se encontró con él entre el 1 y el 10, muy relajado. Toreó para él, muy vertical, recolectando muletazos de calidad. No le importó que soltara la cara. "Has entrado en moda", le advirtieron. La faena se hundió para la gente y allí seguía el extremeño tan disfrutón, con parsimonia. "El toro zombie" —"el muerto insepulto"— se tragó una última tanda por la derecha: un desplante infinito, otra forma de populismo. La espada bajísima, que no dejó puesta el matador, fulminó al colorao.

En la primera faena de Manzanares le llovieron los improperios. Cambiante el toro, tuvo una primera parte moviéndose mucho, a su aire. Algunas precauciones por parte del matador. Tres tandas y el toro cayó de culo. "Eso es horrible", alargando mucho la í. Después, las verónicas de Manzanares al quinto crearon un microclima: el jabonero humilló y se hizo el silencio administrativo positivo. Elocuente. "Es que lleva el capote muy largo". Le colgaba la badana al toro, Tristón, oscureciéndosele también la piel en la nariz y la culata. Otro toro montado. Igual ocurrió con los delantales. Manzanares los provoca. Le achacaban la colocación. La mejor tanda para mí fue al natural. Hubo jaleos de voces de un tendido a otro. A la faena le faltó rotundidad. Perlas en el océano. El listón de la oreja lo había marcado Talavante. Lo mató de un cañonazo, que fue lo que cuadró las cuentas. 









FICHA DEL FESTEJO





Monumental de las Ventas. Miércoles, 16 de mayo de 2018. Novena de feria. No hay billetes (23.364 asistentes). Lleno. Toros de Núñez del Cuvillo, flojo el 1º, a menos el 2º, 3º encastado, vacío el manso 4º, 5º bueno y 6º se paró.

Antonio Ferrera, de berenjena y oro. Buena estocada (oreja). En el cuarto, bajonazo sin soltar (silencio).

José María Manzanares, de azul marino y oro. Buena estocada (silencio). En el quinto, buena estocada (oreja).

Alejandro Talavante, de blanco y oro. Espadazo trasero, algo tendido y casi entero (oreja). En el sexto, pinchazo arriba, pinchazo sin soltar y espadazo trasero (silencio).