La tarde de este jueves en la Maestranza es de las que paralizan el mundo. Al menos el pequeño ecosistema del sector taurino. Hoy se hubieran llenado dos o tres maestranzas. En este óvalo hay explicación para todas las cosas.

Atiborrado de expectación, El Juli saludó una ovación tras cerrarse el paseíllo. Debía pesar la expectativa. Qué responsabilidad. La faena a Orgullito es tangible en la ciudad, ha calado en el difícil imaginario colectivo, ocupado por tantas leyendas: hay alguien que estuvo, alguien que casi fue, alguien que dejó las entradas a alguien en el último momento, alguien que fue sólo a la plaza a sacarlo a hombros. La otra vida –la eternidad– está en esas cosas.

Roca Rey no quiso mirar el momento en el que matador recogió la primera ovación de la tarde. Juli salió al tercio. El joven peruano lo esperaba agazapado en su condición de aspirante. De una esquina a otra del cuadrilátero.

Sin embargo, la corrida de Jandilla falló, fastidiando el duelo. Vacía, sin fondo, cubierta la mansedumbre de hechuras armónicas inservibles. Como la de hace tres años.

El segundo marcó cierta clase saliendo del caballo humillado. Traía un cuajo de hombre con 585 kilos. Sostuvo el trote con la cara metida olisqueando el filo del capote del subalterno. Los que no saben protestaron, creyendo que se caía. Fue hasta los Remedios en la media del Juli. Roca Rey dio el paso. Quitó por caleserinas, gaoneras y saltilleras inflamando la tarde. El incendio había tomado los tendidos, calientes, un hervidero cuando Juli respondió por chicuelinas. Una tijerilla levantó a la gente. Y el remate.

La faena comenzó con un jaleo de gallinero. Iba cristalizando la expectativa. El toro bajó, olvidadas ya aquellas arrancadas. Tenía un final bueno de muletazo, intenso, que transformó en genio cuando se impuso el matador. El Juli lo esperó, embarcándolo sin adelantar la muleta, sostuvo el tornillazo. En los naturales tomó vuelo la actuación. Le dio uno relajadísimo. Es otro torero por esa mano. Sonó Suspiros de España, el sol tenía un tono apagado, tenue, mate, la composición era exótica, atemporal. Redondeó Juli con una tanda sin artilugios por la derecha. Estrujándolo. Fue la más rotunda. Palpitaba la oreja. Pero la espada se le fue baja. La mala colocación y una petición a voces hizo que el presidente no la concediera. Hasta que no pongan medidores de decibelios en los palcos hay que sacar los pañuelos. Obligaron al matador a dar la vuelta al ruedo. La bronca sonó como si escupieran al palco.

Al quinto le sobresalía el morrillo como una constelación. Solitario en el vacío oscuro de sus hechuras. La culata redondeada lo remataba. Acudía con transmisión engañosa. En realidad no había nada. Nunca se entregó, parado, apagado esa primera fogata en los pies. Juli no pudo hacer nada. Lo mató fatal. El toro murió vomitando sangre.



Roca Rey llevaba la estela del elegido camino de los chiqueros. Anda el peruano con plomeras en los pies. Ese rato no se lo deseo ni a Messi. Libró la larga con la plaza mascando el silencio. Otra más, ligada a una chicuelina ajustadísima —la plaza suspiró a una— y la media, tan templada. Me encantó de hechuras este toro. Ya sé que el molde estaba en el límite del trapío. Tenía el aire de los toros bonitos. Roca Rey ya se había tirado desde un séptimo y cayó de pie: le cambió de rodillas el viaje, pasándoselo por detrás en un esquinazo, entre las tablas y la primera raya. Una conmoción. Y hasta ahí. A la tercera tanda ya se vio que no iba a poder ser. El toro se quedaba debajo, moviéndose revolucionado sin ritmo. Más tangible fue al natural, sin irse de los vuelos. Roca no llegó a estar pesado.

ROCA

Brindó al público el sexto. Huía la fierecilla rayada desde el listón rubio. El lomo era un parabirsas por el que se escurrían las gotas del negro y el castaño. Visto ese tranco despedido, Roca logró recoger la inercia en un pase de pecho circular sin cambiar la posición de los pies. El toro siempre veía la luz para salirse del final. Eso explica que las tandas no saltaran el rompeolas. Un natural obligó al toro: soltó la cara a la altura de la barriga, los pitones al aire, encajado el matador. Ni se inmutó. Después huyó el jandilla a las tablas. Roca lo siguió dejando muletazos sueltos. Acabaron en chiqueros, como dos adolescentes en los portales. Roca le metió mano bajo una bandera del Perú. Aquello entusiasmó a los más cercanos a la acción. Hubo cierta entidad. El manojo de bernadinas hizo palanca con la resignación. Del trampolín rebotaron todos, torero, público y hasta el toro. Lo pinchó.





A Ferrera la Feria de Abril hay que apuntársela al debe. Aunque hoy no tuviera la culpa. Vaya lote. Un solar en el interior del cuarto. Ni siquiera un sofá solitario. Lo poco que había lo gastó en el caballo, al que fue con algunas reservas. El tranquito de Rajoy. Ferrera lo había dejado delante de la cal con una revolera que giró como el tambor de un revolver. Fue la última bala del extremeño en Sevilla.

El primer Jandilla se echó en cuanto pudo. Esa imagen siempre le resuelve la papeleta al torismo. Como si fuese habitual. Se acostaba en el tercer muletazo buscando apoyo físico para no caerse. Ferrera, con su nuevo concepto que parece haberse quedado viejo tan pronto, lo intentó sin resultado.





FICHA DEL FESTEJO





Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Jueves, 19 de abril de 2018. Décima de abono. No hay billetes. Toros de Jandilla, derrengado el 1º, sin raza el 2º, con genio el 3º, un 5º sin fondo, rajado el 6 y el 4º de Vegahermosa vacío.

Antonio Ferrera, de azul marino y oro. Pinchazo sin soltar, estocada entera (silencio). En el cuarto, estocada desprendida (silencio).

El Juli, de rioja y oro. Estocada trasera y caídas (vuelta al ruedo). En el quinto, media estocada desprendida (silencio).

Roca Rey, de blanco y oro. Estocada rinconera (ovación). En el quinto, pinchazo caído y estocada entera (palmas).