Juan José Padilla se retira de los ruedos. El matador de toros jerezano ha anunciado el fin de su carrera este viernes en el Hotel Colón de Sevilla.

Había convocado a los medios, y acompañado por su padre, sus hermanos y Diego Robles, su hombre de confianza, ha avisado de que 2018 será su último año. "He tomado la decisión más importante de mi carrera y ya no hay vuelta de hoja". Algunas voces señalaban que ni siquiera torearía esta temporada. "Cuando acabe 2018 me voy del toreo y me voy con la satisfacción de haberlo dado todo por el toro y por mi profesión", ha señalado.

La temporada que comienza en marzo será la número 25 en su carrera. "Un número redondo. Ya no hay marcha atrás". Padilla ha esbozado cómo serían sus últimas tardes. "Espero pisar las principales plazas: Bilbao, Pamplona o Zaragoza. Quiero irme bien, estar en los sitios más señeros y cumplir con máxima responsabilidad para irme con la conciencia tranquila y la sensación del deber cumplido".

El ciclón de Jerez

Incluso si su carrera se hubiera acabado aquel día de 2011 en la Feria del Pilar, a la salida del par, en el suelo, con la cara abierta y el ojo colgando, Padilla podría decir que ha cumplido. Desde que tomó la alternativa en el 94 se especializó en las ganaderías duras. Todos los toros lo son en realidad, pero hay algunos de fuego. El jerezano fue ascendido por la pendiente más escarpada. A lomos de un miura por la cara norte del toreo.

Se hizo un hueco en los carteles indie. En los 90 el mainstream iba por otro lado. Hasta que lo reinventó. Aquellos años de burbuja, principios de siglo, ladrillo, el optimismo hortera de Puerto Banús, era el caldo de cultivo perfecto para ciertos toreros. Padilla fue uno de los que inventó el lema "a plaza llena ganamos todos", junto a El Cordobés y El Fandi, cogiendo el relevo de Jesulín de Ubrique. Se sumaría después Rivera Ordóñez, exprimiendo lo que quedaba de la tendencia.

Padilla se había ganado el mote de El Ciclón. Las banderillas, el carisma, la entrega por encima de la calidad. Venía de una familia de panaderos y a su sombra su hermano se hizo banderillero. Huía de la furgoneta de reparto. Todo iba a esa velocidad. El toro redondeó el apellido. Hubo un año en el que se fue todas las tardes a portagayola, cuentó en una ocasión. Cuando se compró una casa le puso el nombre de aquel trance. Vivir en una portagayola tiene que ser difícil.

Los toros no lo respetaban. Avanzaba pagando con su piel. Cada triunfo se activaba desenroscando una cornada más. Iba de un lado para otro, caía bien a la gente, tenía el respeto del escalafón. En 2011 le cambió la vida. Un toro de Ana Romero hizo palanca en su cara, taladró el oído, le reventó el ojo. Las imágenes dieron la vuelta al mundo. Lloró mucha gente aquella madrugada. Ese percance era la clave para pasar al siguiente escenario.

El pirata Padilla

Reapareció en Olivenza después de meses sin querer ver a nadie, encerrado en su casa, en bata. La depresión consumía al hombre. El torero esperaba otra oportunidad. Algo hizo click. Comprendió que el parche, los problemas de visión, la secuelas físicas eran el precio por disfrutar del paraíso. Reapareció en Olivenza otro Padilla, delgado, sin las patillas de hacha.

Entró en carteles inimaginables un par de años antes a pesar de la fragilidad. Triunfó casi siempre a pesar de no cuajar toros extraordinarios con un concepto para todos los públicos. No dejó de poner banderillas a pesar de las dificultades. Ha recibido volteretas fortísimas, ha ondeado banderas -españolas, franquistas y piratas- y salió a hombros en Sevilla por la Puerta del Príncipe: qué cara resultó.

Padilla, a hombros por la Puerta del Príncipe, hace un año Efe

Los aficionados empezaban ya a discutirle los puestos. Se había creado un debate. Flotaba en el ambiente la pregunta de si merecía estar donde estaba. La crueldad de lo fácil. Despertaba sentimientos encontrados. Entre ellos la compasión También hay una generación nueva de toreros que se encuentra con el muro de los 25 años de alternativa. Es de los últimos toreros que ha transcendido fuera del ámbito taurino. "Siento que ya no podía estirar más la cuerda ni seguir tentando a la suerte", ha confesado este viernes convertido ya en icono. Las despedidas públicas son más calurosas.