El himno, Felipe VI asomado al palco real, las ovaciones -una flojita, de lectores de Hola, y otra más alegre, futbolera, entusiasta, fetichista- el desalojo de los adornos, los vivas, la manguera atascada, el remate de las rayas, la calurosa formalidad en definitiva, retrasaron el inicio de la corrida 15 minutos: el boato ha espesado siempre todo lo interesante que tiene la vida. Al rey lo acompañaba Cifuentes y Méndez de Vigo. Avanzada la corrida el Jefe de Estado se incorporó después de un potente grito de apoyo, como si se hubiera despertado. Una sorpresa. En Malasaña estas cosas no ocurren, claro. Quizá en casa tampoco. Para un monarca normal, con la barba perfilada, un hombre perfectamente capaz de conducir un Dacia, con los gestos guardados bajo llave, ¡de laboratorio!, este estertor entrañable de feudalismo debe ser el paraíso. Seguramente lo veamos más.

Felipe VI saluda acompañado de Cifuentes y Méndez de Vigo Plaza 1

La plaza era un gif de abanicos cuando los tres matadores pisaron el ruedo. Acechaba el calor en la piedra, una vitrocerámica analógica. Benditos los del sol. Una marea los hacía temblar. La protesta perseguía al Juli como un pesadísimo moscardón. El zumbido letal de las ideas. La chaquetilla debía ser una sauna. Salió por allí el cuarto, tocado arriba, con el pitón blanco y la punta negra. Torero, la verdad. Ofrecidas las palas en la testuz cerrada. Por detrás más simple, negro, grande sin definir. El Juli abrió el capote en dos o tres chicuelinas. Se gustó en la tijerilla. Y tomó vuelo con la media verónica, buena. El toro perseguía a los banderilleros hasta las tablas como un galgo carnívoro. El inicio de faena tuvo látigo y suavidad, remachado con un cambio de mano templado. Se impuso en los primeros muletazos Juli al toro y a la plaza, entendiéndolo todo en un instante. Silencio, por fin. Toda la confianza para armar la faena. El toro tenía buen embroque, intenso en mitad del muletazo, sin ganas al final de seguir empujando. Líneas, derechazos rectos, empujándolo, profundos. Amasando, entró la gente. Los mejores muletazos de la tarde fueron los suyos: al natural, cruzado, llevó la embestida hasta atrás. Sin doblarse, cierta sencillez. El Juli estaba relajado, olvidada esa tensión ansiosa que lo atenaza. Dio un paso más y se metió en su terreno. El arrimón tan superior molestó. Entre los dos pitones colocado, había saltado por encima de la plaza. ¿Qué reprochaban? Suficiente la estocada trasera. Pesaba esa oreja. 

No pudo desactivar antes la ruidosa burbuja, más espeso, mucho más por fuera todo. Un runrún acompañó el trasteo. El toro se desentendía después de humillar, algo suelto. Los pitos acompañaron a los naturales. Juli en retirada, como el toro, exprimió ese instante bueno de la embestida, obsesionado por verlo ahí, abajo. El acero fue por un lado y él hacia el otro, buscando la toalla.

Enamorado era salinero, mezclados los tres colores en la porción de carne que lo levantaba. Paletón, emborronoba las hechuras medidas. Manzanares lo templó en la tercera verónica, limpia, la primera en tres semanas de toros, del manojillo del saludo. Algo congestionaba los cuartos traseros en un galope con buena intención, lanzado a embestir. Se iniciaron las protestas. Soltaba la clase Enamorado, cuidadísimo. El simple picotazo violentó a las masas, recuperadas las fuerzas en el avituallamiento. Las protestas contagiaron la plaza. Rebosaban las palmas de tango, convertidas en zumbido industrial antes de arrancarse el toro a la brega. El resbalón lo condenó. Un huracán de gritos lo señalaba. Jesús María sacó el pañuelo sin pensar. En el siguiente capotazo el toro hizo una cata de profundidad, una avioneta sin mandos, dos pitones planeaban: una clase extraordinaria. Demasiado tarde para Enamorado. En el '7' se miraban, se saludaban, estaban ya relajados: primer minipunto para ellos. A ese dije lo sustituyó uno enorme de Domingo Hernández. Joe, cuatro zancos incluidos. Empujó en el caballo las dos veces con la cara recta. Manzanares inició la faena con espasmos de toreo. Dos muletazos para sacarlo, un trincherazo y un derechazo abierto. Luego lo mejor fue la primera tanda, esperada con ambiente, alcanzando el ole. No acababa de humillar el toro, vuelto en las manos. La inercia era una aliada. Manzanares trazó en redondo, sin ayudarle y ahí estuvo el final, prolongado en sucesivos capítulos por una mano y otra, cerrados todos los espacios. Algún natural despejado clareó.

Sin apenas rectificar recibió al quinto. La gavilla de verónicas ocurrió en el mismo sitio, recogida, anudada. La revolera envolvió el conjunto, rodeando al torero. Una larga aforalada vertical, sin un gesto más, inauguró el galleo por chicuelinas. Tenía estilo el toro. Como los otros: la humillación en el emborque hay que sostenerla. No había poder para tanto. El quite de Talavante lo guarreó y luego se desplomó descoordinado en una sucesión fatal de acontecimientos. Estirado, lo intentó hacer bien. Manzanares creó una primera tanda que duró media faena, dando sitio, de dos en dos los muletazos, esas pausas. No era problema de fondo, sí de actitud. Por eso cuando volvió a la cara por mucho tiempo que tuvo el bicho para tomar aire todo siguió igual. Al segundo natural se rajó, consumido, hasta el encuentro en la suerte suprema. Qué velocidad para amarrar el puñetazo mortal atravesando carne y hueso: salió rebotado Manzanares, agarradísima la espada.

A Talavante le duró el tercero un suspiro, hasta que se rajó. De los estatuarios a los naturales cristalinos, ofrecido el matador, desentendido del cuerpo, la faena se quedó ahí; en ese inicio inspirado, sin planteamiento, una huida hacia delante, en busca de algo. Cuando con la muleta plegada lo buscó el sexto había un silencio de expectativa. Muy tranquilido el matador en la cuenta atrás de su apuesta. Largo el toro, simplón. Sin fuerza, se derritía por muletazos. Se estaba despidiendo Talavante, que cerró su crucial paso por Madrid con un pinchazo indolente, algo incomprendido y un atajo de momentos para el recuerdo.







Ficha del festejo





Monumental de las Ventas. Viernes, 16 de mayo de 2017. Beneficencia. No hay billetes. Toros de Victoriano del Río, desentendido 1º, 4º que humilló sin finales, 5º sin poder, uno (3º) de Toros de Cortés rajado y uno de Domingo Hernández (2º bis) que no humilló.

El Juli, de rioja y oro. Pinchazo trasero y estocada casi entera caída y muy trasera saliéndose de la suerte (silencio). En el cuarto, estocada muy trasera (oreja).

José María Manzanares, de azul atlántico y oro. Espadazo tendido y contrario. Un aviso (silencio). En el quinto, estocada casi entera (silencio).

Alejandro Talavante, de obispo y oro. Pinchazo arriba y estocada casi entera (silencio). En el sexto, pinchazo y medio espadazo (silencio).  

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