"Suscribo el brindis de Cayetano, no le quinto ni un punto ni una coma", agarró Padilla el micrófono después de romper el paseíllo. "Yo estoy dispuesto a jugarme la vida por el toro", repitió el matador de toros jerezano. "Vas a cumplir tu sueño, Adrián".

Hace cinco años un toro de Ana Romero le abrió la cara en Zaragoza. El pitón entró por el mentón. Desde entonces lleva un parche. Soltó la montera y se encaminó a chiqueros. Un murmullo de expectación lo acompañaba. Se echó de rodillas. El toro, negro, enseñando las puntas salió directo al conjunto de hombre y capote. No hizo caso a la larga: el tren arrolló a Padilla, vendido.

Mientras se caía, el pitón le dio en la diana del parche. Otra vez. Un lustro después. El dolor lo recorrió. Llegó a las tablas hundido. Blanco. Terminó desvaneciéndose. Lo llevaron a la enfermería. Aún lo están tratando. Por ahora, la tarde se queda en un mano a mano entre Morante y Talavante.