A punto de cumplir dos meses la tragedia de Teruel, la imagen de Víctor Barrio bajo el toro 'Lorenzo' se ha difuminado con el tiempo. Queda el vacío, las sensaciones malísimas y una nebulosa de mala educación. Todo eso ha desembocado este domingo en Valladolid en una fiesta. La tauromaquia celebra la muerte bebiéndosela a morro.

La fiesta se ha anunciado esta mañana con un cohete que ha estallado en mitad de Valladolid. Las familias que se congregaban en el entorno de la centenaria plaza de toros se dispersaron en niños. Varios toros hechos con borrego bajaban desde el callejón. Un rumor de cencerros los perseguía. A mucha distancia de aquella capilla ardiente, Sepúlveda desembocaba en la capital castellana con su encierro infantil. "Víctor Barrio estaba muy pendiente de esto, involucrado en todo lo que hacíamos", dice Alejandro Cristóbal, uno de los organizadores y miembro de la asociación cultural Arco de la Villa, encargada de preparar las mini carreras. "Con su muerte casi suspendemos el encierro de este año pero la madre nos pidió que lo hiciéramos". 

Cumplen 25 ediciones embistiendo a niños. "Se nos ocurrió la idea por darle más ambiente a las fiestas de Sepúlveda y hasta hoy". Todo lo hacen ellos. "Los toros, los cohetes... Esto es bueno porque los niños lo ven con naturalidad y disfrutan", señala.

"A mi hijo les encantan los toros", dice Belen, de Valladolid. Juan, de nueve años, es el protagonista de la mañana. Va de un lado para otro con su montera caída y el capote al hombro. "Les encantan los toros, vamos con él a las corridas. No hay problema ninguno. El abuelo se los ha enseñado. En nuestra familia han estado presentes siempre. Es su juego", puntualiza.

La asociación de Sepúlveda ha montado hasta una hornacina de cartón con una fotocopia de la imagen de San Pedro Regalado. Juan se desgañita al micrófono. Los toros esperan la señal. Hugo, de 14, empuja uno de ellos. "Llevo el más grande", señala al enorme castaño que mira hacia arriba, apoyado en los mandos. "No apretamos mucho. Sólo si quieren recortar", se ríe. Es de Sepúlveda y no conocía a Víctor Barrio. "Lo vi alguna vez". Otro amigo se adelanta. "Yo sí", dice como justificándolo.

Abel, otro padre, está encantado. "Hombre, míralos, se lo pasan bien". "Esto son gustos", continua, "no pasa nada. A mí hay deportes que no me gustan y no me quejo". Vuelve Belén. "Juan no tiene ningún trauma, respeta a los animales: no pisa una hormiga. Es un niño normal".

La vida no mira atrás. Fuera, un castillo hinchable describe los valores de la tauromaquia mientras varios chiquillos lo sacuden. Otro torea. A primera hora de la mañana, mientras se celebraba una misa por Víctor Barrio, una cola aguantaba el bochorno dentro del ruedo. Morante tour regalaba 'El arte del birlibirloque', de José Bergamín, prologado por el matador de La Puebla. ¿En qué estadio espera la gente para coger un libro? El toro pisa las dos fronteras con naturalidad. Se lee a Bergamín y se utilizan pantalones rojos.

Esta tarde Valladolid es la capital del toreo. Matilla los ha reunidos a todos. Sauron tiene poder de convocatoria. Padilla, Morante, José Tomás, Juli, Manzanares y Talavante componen el cartel de la década. Falta Ponce: hasta la competencia y las viejas rencillas apuntalan el recuerdo, la señal como bengala de que el toro mata.