Lo más difícil para un torero es parecerlo. La torería, un conjunto de concreciones –andar, mirar y hablar- que cristalizan en ese aire, una nebulosa capaz de distinguir a un matador entre un millón de personas, se tiene o no se tiene. Rafael de Paula lo llama la bolita. Manzanares padre le puso cara. Fuera de la plaza los esfuerzos del escalafón por mantener cierta aurea son entrañables pero en el ruedo sólo hay una opción: el vestido de luces. 

De eso se encargan los sastres taurinos. “Todos quieren ir bien vestidos a la plaza, en esta época se preocupan casi más de eso que de torear”, confiesa Antonio López a este diario, director de la sastrería de toreros Fermín, ,taller con una antigüedad de 55 años, uno de los guardianes de esa especialidad que es vestir de torero a un torero. Allí se visten José Tomás, Morante, Juli y Manzanares, entre otros.

Antonio López, sastre de toreros

Vídeo: Moeh Atitar



El mayor volumen de trabajo aparece entre marzo y mayo, con San Isidro como escaparate perfecto. “Es el mundial del toreo y nosotros tenemos muchos encargos. Casi todos quieren estrenar”, explica Santos, el sastre de Ponce, que ha vestido a alrededor de 30 toreros durante el mes de toros en Madrid. “Empecé de aprendiz en el 82”. Pasado San Isidro, toca administrarse. “Este es un oficio muy complicado, hay que saber afrontar el resto del año con lo que se consigue durante este tiempo”, confirma.

La primera feria del mundo se prepara con mucha antelación. “Nos organizamos desde octubre, que llegan los primeros encargos”. En todos los talleres es igual. “Ese periodo supone un gran desbarajuste de trabajo, todos los clientes vienen a la vez. Se piensan que son los únicos”, habla Antonio López. “Entre Sevilla y Madrid, pero sobre todo con Madrid, sale el 80% del trabajo”. Antonio López viste “aproximadamente a 40 toreros”.

Y cada uno con una idea distinta. “Los clientes ahora quieren diferenciarse, tener diseños distintos”, avanza Santos. “Eso hace que se complique todo un poco más”.

De los bordados clásicos, de jarrones, original o de flores, entre otros, se ha pasado a los personalizados. “Urdiales y Escribano, por ejemplo, traen los diseños hechos, aquí les damos forma”, puntualiza. “A partir de los bordados de siempre salen nuevas familias, por lo que hay muchas opciones. A mí me gustan los de flores”, reconoce López. Luego, los colores. “Hay unos 50”, dice Santos. “Algunos no los he gastado en años y otros me duran casi nada”. Los más utilizados, según él, son un catálogo de 20.“El grana, sangre de toro o verde botella”, recita ejemplos, “gustan mucho”- “También la gama de los azules”. “El que menos”, comenta, “el tabaco, ya nadie quiere hacerse uno así”. Ahora mismo, trabaja en un vestido “carmelita, marrón oscuro, que algunos llaman habano”, para Enrique Ponce, fiel a su taller. “Él también ha cambiado de bordado después de muchos años: sustituyó el de jarrones por la flor del naranjo que se hizo para torear el año pasado en Valencia”, cuenta este sastre. 

En cada vestido trabajan unas 11 personas, se tarda casi un mes en bordarlo, “de 20 a 25 días”, y cuesta miles de euros. ¿Cuánto? “El máximo es infinito, depende de lo que quieran ponerle”, detallan desde Fermín. “Se paga la mano de obra, se hace casi todo a mano”, aclara Antonio López. “Hay algunos por 3.700 o 3.900 y pueden alcanzar los 6.000 euros”, sostiene. Los matadores y novilleros, con ayuda de los mozos de espada, y los subalternos tienen que introducirse en la taleguilla y hundirse en la chaquetilla, ajustarse la castañeta y el corbatín, el chaleco, la camisa y las medias lo completan. La montera abrocha el conjunto.

¿En qué hay que fijarse para saber si es bueno? “A 15 metros es complicado verlo, tienes que estar cerca para apreciar todo el trabajo”. “Depende de si está cargado de bordado o no, si lleva canutillo y moritas”, explican ambos. A parte del oro, exclusivo de los matadores, se utiliza la plata, el azabache o el hilo blanco.

Antonio López toma las medidas al torero francés André Salenc. Moeh Atitar

El siguiente paso en la evolución del vestido de torear es hacerlo más liviano. “Llegan a pesar 15 kilos. El torero tiene que estar unos días probándoselo para que se acostumbre a él y a veces no da tiempo, vamos siempre muy justos”, aprecia Santos. “La seda ha cambiado, ahora es mucho más cómoda. Siguen pesando mucho”.

“Que la ropa sea más o menos bonita es lo de menos, lo importante es que el matador esté cómodo”, afirma Pedro Escolar, el sastre más joven desde su taller en Leganés. Ha irrumpido en los últimos años. “Llevo desde los 18, que entré a trabajar de chico para todo en Justo Algaba”, explica. De ahí dio el salto. “Trabajábamos para algunos toreros y llegó Finito, que estrenó uno nuestro en San Isidro y nos hizo una publicidad muy buena”. “Me hace mucha ilusión vestirlo, supone mucha exigencia, pero es un lujo, puedo hacer lo que quiero”, admite.

Algunos toreros han empezado a vestirse con él. “Perera, Román, Roca Rey… No me quiero dejar a ninguno. En San Isidro hemos tenido demasiado trabajo para nuestras posibilidades”, señala observando el trabajo de sus costureras y bordadores. “Hay cantera, estoy preparando un equipo de gente joven”, confía, “para los próximos años. No me sirve contratar a gente mayor que se acabarán jubilando”.

Antonio López revisa los patrones de un vestido. Moeh Atitar

Escolar tiene en mente nuevas ideas. “Trabajamos en chaquetillas distintas, quitándole escote para que no roce tanto el cuello”, desgrana. “Algunos toreros ya las están probando y están contentos con el resultado”.

A parte de cuajar el chispeante, todos confeccionan también capotes y muletas. “Equipamos a los toreros completamente”, coinciden todos. “Hay algunos estándares pero desde los novilleros hasta las figuras nos piden ya un corte personalizado”. “Cada uno sus trastos, hasta para eso son especiales”.

Una de las dependencias de la sastrería Fermín. Moeh Atitar

“Somos artesanos”, explica la maestra Nati, la única sastra en la actualidad, ya jubilada, y la segunda después de su madre. “Esto es un trabajo muy laborioso que requiere muchas horas”. “Yo llevo desde niña. Mi madre fue la valiente que en el año 41 se echó para adelante”, recuerda. “No había nadie que le hiciera los trajes a Bienvenida y Domingo Ortega para una corrida después de la guerra. Ella se encargó”. Una vida en el taller, del que se encarga ahora su hijo, Enrique Vera. “Sí, ya me he jubilado, pero aún sigo haciendo los capotes de paseo, mi especialidad”, advierte.

El capote de paseo es una pieza bordada que envuelve al torero en el patio de cuadrillas. “No es por presumir, pero los míos tienen mucha fama”. “Procuro no hacer dos diseños iguales. Tengo el orgullo de ver esos paseíllos completos con mis trabajos”, dice. “En los precios hay de todo, más baratos o más caros, hechos a mano, con la imagen de alguna virgen o algún bordado más complicado. No todo el mundo se puede permitir eso”, afirma sin concretar un número. Según otros sastres, este tipo de piezas pueden rondar los 12.000 euros.

Somos artesanos, de aquí comen muchas familias

Pero el capote de paseo es lo último. “El traje de torear tomó su forma definitiva a mediados del siglo XIX”, concreta Justo Algaba, otro de los sastres más solicitados. Surgió de las maneras de vestir que tenían los majos del siglo XVI. Paquiro, mítico matador chiclanero que ordenó la lidia, lo reinventó ajustando el ‘outfit’ que conocemos en la actualidad.

Justo lleva trabajando en este oficio desde 1966, “voy a cumplir 50 años ya”, y se ha especializado en estudiar lo clásico para renovarlo. “¿En qué libro pone que no se pueda cambiar nada?”, se pregunta. Experimenta combinando colores, el de la seda con el de las medias, tradicionalmente rosas, y en los distintos tipos de bordados. “Hay que educar al ojo”. “Algunos me dicen que estoy loco”, continua, “pero no paro de recibir llamadas felicitándome”, presume. En su taller son habituales toreros como “Padilla o Morenito de Aranda”. También ha vestido a Paco Ojeda, Esplá, “que son muy especiales, me dejaron hacer con total libertad”, y Robleño, Juan del Álamo o Iván Vicente, entre otros. “Creo que lo que adiviné que ocurriría en 20 o 30 años está pasando. No me importa que me copien”, ataja.

¿Hay continuidad en el oficio? “Sí”, cree Santos. “El futuro es incierto”, indica López, “hay que arrimar el hombro”. “Desde luego que es el momento de ver el vaso medio lleno, 2016 será un año importante para todo”, augura Justo Algaba. Para la maestra Nati es una “incongruencia” el ataque a la tauromaquia: “comen muchas familias, da puestos de trabajo y es una artesanía, estas cosas hay que cuidarlas, hombre”.

Las manos del sastre Antonio López. Moeh Atitar