Pablo Danubio
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Se dice a menudo que en el periodismo no hay horarios y no, no los hay. No importa que no haya una hora fija para entrar a trabajar (tampoco para dejar de hacerlo), porque, en realidad, desde que te levantas y pones la radio a las ocho de la mañana, ya estás trabajando.

Nadie te obliga a hacerlo, pero sabes que si no lo haces, luego te costará el doble seguir subido a esa ola que es la actualidad. Y como he podido comprobar, quedarse fuera —aunque sólo sea por unas horas— se paga caro en esta profesión.

Mi nombre es Pablo González Gil, tengo 24 años y vengo de Almendralejo, Badajoz. Me gradué en Periodismo por la Universidad de Sevilla y soy alumno de la primera y también de la segunda promoción del Máster de Periodismo EL ESPAÑOL. Debido a que abandoné Madrid por un año para vivir mi primera experiencia profesional como periodista en Radio Nacional, en el Centro Territorial de RTVE en Sevilla.

Esa rutina —leer, escuchar, contrastar, filtrar, pensar, escribir y contar— considero que la traje de la radio en mi vuelta a Madrid. De alguna manera, venir de Sevilla con algo de precisión y velocidad en la búsqueda de la noticia, ha sido un plus a la hora de ingresar en una redacción como la de EL ESPAÑOL.

Pero el periódico es diferente. La lógica de un diario exige profundidad, análisis, enfoque. Cuando algo ya ha salido en la radio o la televisión, ya está contado. El periódico tiene la misión de que se entienda aquello que se cuenta.

Así, los redactores de la sección de ESPAÑA libran dos batallas: la primera es por conseguir la tan ansiada exclusiva, primicia o avance de una noticia. La segunda es por la diferenciación, el valor añadido. Es decir, ¿qué puedes aportar tú que no esté ya en la web de una agencia o haya salido en televisión? Esos son los esfuerzos que se hacen todos los días en la redacción.

Algo de lo que ya nos avisaron durante los primeros meses de clases. El propio Miguel Ángel Mellado, director del Máster, ha insistido siempre en que en el periodismo sólo hay dos 'géneros': "Un tema o es exclusivo o tiene un enfoque diferenciador", nos repetía.

Mi incorporación al equipo de política que dirige Vicente Ferrer es aún reciente, se produjo tras una propuesta que me realizaron desde la dirección del periódico motivada por necesidades de la plantilla. La información política no es ni será la aspiración de mi vida, pero lo mío fue un sí rotundo porque sé que no todos los días te proponen escribir para la sección más importante de EL ESPAÑOL.

No soy yo el indicado para decir que la política no aburre, pero es innegable que es desde donde pasa todo y, en cierto modo, me gusta esa tarea de buscar resquicios de interés entre discursos kilométricos de políticos.

Como redactor de ESPAÑA, he trabajado desde el Congreso de los Diputados haciendo crónica parlamentaria, en una etapa especialmente incandescente de la política española —si es que alguna vez ha dejado de serlo—. Pero esa sólo ha sido una de las facetas que he tenido durante mi periodo de prácticas.

Mi llegada a esta redacción se adelantó a la del resto de mis compañeros gracias a la llamada de Javier Carbajal, jefe de Multimedia. Carbajal se acordó de los trabajos audiovisuales que hice para él en el trimestre de clases de la primera edición del Máster de EL ESPAÑOL. Y antes incluso de volver a pisar Madrid tras terminar en RNE, me ofreció estar al frente de un nuevo proyecto dentro del periódico.

El director, Pedro J. Ramírez, quería impulsar una nueva línea de trabajo: los vídeos verticales, un formato que ya funcionaba en algunos medios estadounidenses y que apuntaba al consumo directo e inmediato de información a través del móvil.

El objetivo era claro: ofrecer una narración más cálida y cercana de los principales asuntos de actualidad, con un lenguaje audiovisual que no sólo informara, sino que conectara emocionalmente con el lector, ahora también espectador. Ese proyecto lleva hoy seis meses en marcha, los mismos que llevo yo en el periódico.

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Desde el primer día se convirtió en un reto para todo el equipo de Carbajal y especialmente para mí porque, de alguna manera, fue y sigue siendo un escaparate para mostrar mis aptitudes como periodista.

Pero si algo he aprendido en este periódico que aspira todos los meses a ser líder de la prensa española, es que nada es suficiente. Tampoco para mí al tratar de seguir el ritmo frenético de esta plantilla de redactores.

Como miembro también del equipo de Multimedia, he cubierto gráficamente algunos reportajes como "Una mañana buscando minas en Madrid con soldados de Ucrania: ya han sido adiestrados 8.000 en tres años" o "Dentro del tanque de tormentas más grande del mundo: 400.000 m3 de capacidad que "protegen al Manzanares".

Incluso cuando parecía que el país se detenía por el apagón, anduve casi 40 kilómetros fotografiando la realidad de la ciudad de Madrid en esas horas de caos.

Víctima del apetito insaciable del león que representa esta cabecera, también he pasado —aunque de forma más esporádica— por la sección de REPORTAJES, donde he firmado algunas de las historias de las que más orgulloso me siento. Haber contribuido a que, por fin, se abriera juicio contra "Rafael, el profesor de música en busca y captura acusado de abusar de cinco alumnos en Zamora, da clase en Badajoz", será una satisfacción que me llevaré para siempre.

Pero, después de todo, en el periodismo y sobre todo en EL ESPAÑOL, mañana dará igual lo que hayas hecho hoy.

En la mesa de ESPAÑA hay un estribillo que se repite a diario con tono irónico, casi como un mantra, en boca de Vicente Ferrer: "Esto es muy duro, esto es muy duro...", que no deja de ser una forma amable de reírse del descontrol que la actualidad impone y del vértigo constante que implica tratar de contar bien lo que pasa.

Efectivamente, es muy duro. Pero, después de todo lo vivido aquí, mentiría si dijera que no es donde quiero estar.