Las claves
nuevo
Generado con IA
En España, más de 545.000 personas trabajan en el empleo doméstico, según datos de la Seguridad Social. La mayoría son mujeres y muchas de ellas son migrantes.
Entre todas, las trabajadoras internas viven las condiciones más duras: jornadas que se alargan sin límite y apenas tiempo para descansar. Su trabajo, además, sigue infravalorado socialmente.
La historia de Sandra, interna en una casa de Bilbao, resume bien esta realidad. Su día a día muestra las renuncias y dificultades que afrontan miles de mujeres en el país.
Unas condiciones difíciles
"Cuido a una persona de 91 años, estoy con ella sola. Empiezo el domingo entrando a las nueve de la noche y estoy hasta el sábado a las nueve de la mañana", explica Sandra en el programa Fuera de Cobertura.
Su jornada, prácticamente ininterrumpida durante seis días, es un ejemplo del desgaste físico y emocional que soportan muchas internas.
El salario, que representa uno de los pilares fundamentales de cualquier trabajo, tampoco compensa. "Cobro 1.080 euros, con las pagas incluidas y todo", afirma.
Una cifra que, para un trabajo de 24 horas diarias durante casi toda la semana, difícilmente puede considerarse justa.
A pesar de su agotador horario, Sandra necesita ingresos extra. "Los sábados, para poder tener algo más para mis gastos, trabajo unas dos o tres horas, dependiendo de lo que me ofrezcan", señala.
"Normalmente estoy desde las cinco de la tarde hasta el día siguiente, que es cuando puedo descansar. Lo que más quiero es descansar. Hay veces que no duermo en toda la semana, es agotador", añade.
El desgaste emocional también pasa factura: "Yo siempre lo digo: físicamente no te cansas tanto, pero psicológicamente sí".
Por otro lado, la falta de reconocimiento del trabajo doméstico continúa siendo un problema en España, al que se suma la discriminación que todavía afrontan muchos inmigrantes.
"Hay mucho racismo, mucho, por más que digan que no, sí lo hay", relata, claramente convencida sobre lo que considera un problema estructural.
Ella misma ha sido testigo de situaciones que lo confirman: "Yo he visto a gente que hasta pega a las chicas o les hace pasar hambre".
De hecho, su propia primera experiencia fue similar: "Yo, la primera vez, me acuerdo que me dieron un pan duro y agua".
Además, las condiciones de alojamiento tampoco siempre son dignas: "Nunca te dan una habitación solo para ti. Siempre hay cosas que dejan como para decir que es su casa".
El testimonio de Sandra refleja una realidad silenciada: la de miles de mujeres que sostienen hogares ajenos mientras luchan por mantener el propio.
Su historia, como la de muchas otras, pone de manifiesto la urgencia de mejorar los derechos, los salarios y las condiciones de vida de quienes cuidan, acompañan y sostienen la vida de los demás.
