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Llegar a un país nuevo con apenas 100 euros en el bolsillo, sin idioma, sin contactos y sin experiencia en el sector de la construcción. Ese fue el punto de partida de Sergio, un ucraniano que en 2016 desembarcó en España junto a su mujer buscando una vida más estable. “Cuando empezamos ni tenía ni furgo, ni coche, ni nada”, recuerda. Hoy dirige su propia empresa de reformas y construcción, pero el camino estuvo lleno de tropiezos, aprendizajes y golpes de suerte.

De peón por 40 euros al día a su primera gran reforma

En una plática en el podcast Sector Oficios, Sergio relató que al inicio, conseguir trabajo era casi imposible sin papeles. En Tenerife, sobrevivió ayudando a su suegro en pequeños encargos hasta que decidieron probar suerte en Madrid.

Su primer empleo fue como peón, por apenas 40 euros al día, jornadas interminables y un jefe que le exigía sin descanso. Cansado, buscó nuevas oportunidades y fue aprendiendo oficios: pintura, alicatado, albañilería. Incluso recuerda que una de sus primeras cocinas la terminó después de ver un tutorial en YouTube de quince minutos.

El salto llegó gracias a un anuncio en Telegram. Un cliente le pidió alicatar unos baños y acabó confiándole la reforma completa de un chalet de cuatro plantas. Sergio no tenía herramientas ni precios de referencia, pero con el anticipo compró lo básico y contrató a cinco personas. “Aprendíamos sobre la marcha”, admite. Al final, la obra salió bien y de allí comenzaron a llegar más encargos.

Obstáculos, impagos y aprendizajes a la fuerza

Los inicios como autónomo fueron igual de duros. Recuerda no poder abrir una cuenta bancaria pese a tener facturas firmadas, hasta que una empleada decidió ayudarlo. También se enfrentó a clientes que se negaron a pagar, trabajadores que llegaban en chanclas a una obra y hasta accidentes en plena faena. “Prefiero perder dinero antes que dejar a un cliente tirado”, asegura sobre su compromiso con terminar cada trabajo, aun cuando no todo salía como esperaba.

Con el tiempo, su equipo se fue consolidando. Aunque al principio contrataba a quien podía, hoy cuenta con trabajadores de confianza que le permiten llevar varias obras a la vez. Llegó a tener hasta ocho proyectos abiertos y 14 personas trabajando de manera simultánea. Aprendió también a rechazar presupuestos imposibles y a apostar por la seriedad como carta de presentación frente a la competencia.

De la incertidumbre a los planes de futuro

Sergio reconoce que nunca trazó un plan detallado: “Siempre íbamos reaccionando y saliendo adelante”. Ahora, con una empresa estable, mira más allá de las reformas y habla de proyectos de obra nueva y hasta de casas prefabricadas. Sabe que el mercado pide rapidez y que las viviendas modulares pueden abrir nuevas oportunidades.

Lo que no olvida son los comienzos, cuando apenas tenía 100 euros para sobrevivir un mes y dependía de la suerte para no ser rechazado en cada paso. “Nos costó mucho y todavía seguimos aprendiendo”, dice. Su historia es la de miles de inmigrantes que, entre tropiezos y esfuerzo, logran abrirse camino en un país nuevo.