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Después de 25 años pintando hospitales, pasillos y hasta vidrieras de capillas, Antonio Molina recibió una noticia inesperada: “Decidieron que no éramos rentables”. Tenía casi 50 años, una vida entera como asalariado y una rutina grabada de lunes a viernes. De pronto, se quedó sin trabajo y con la duda de qué hacer: volver a buscar nómina o arriesgarse como autónomo. Eligió lo segundo. Con la indemnización compró una furgoneta y arrancó de cero, sin agenda de clientes ni red de seguridad.

El salto a la autonomía

Salté sin red”, resume en una plática en el podcast Sector Oficios. Los primeros meses fueron un carrusel: semanas con encargos, otras sin nada. La incertidumbre pesaba, pero decidió invertir en formación. Hizo cursos de gestión empresarial y de pintura decorativa, aprendió nuevas técnicas y hasta se atrevió a incursionar en Internet.

Se creó una web, ordenó sus redes sociales y empezó a aparecer en Google. “De no estar en ningún lado a que no pare el teléfono”, cuenta.

El cambio de mentalidad también fue clave. “Con 20 tienes que formarte, pero con 47 también”, afirma. Esa apuesta le abrió camino en un mercado complicado, donde el intrusismo y los precios bajos marcan la competencia.

Pintar paredes o crear experiencias

Antonio sabe que pintar una pared de blanco no lo diferencia de otros, por eso apostó por la alta decoración: marmolados, pan de oro, muros envejecidos o resinas 3D que convierten un bar en un espacio único. “Pintar de azul es bonito, pero un acabado decorativo nunca es igual al otro. Eso engancha al cliente”, explica.

Su visión no es solo estética. Cada visita incluye asesoría sobre colores, luz y materiales, un presupuesto detallado, fichas técnicas y hasta garantía por escrito. “Cuando pides lo que vale un liso, muchos lo tiran. Pues que lo hagan. Yo explico qué materiales uso y por qué doy más”, dice, sin rodeos.

Lo que aprendió en el camino

Los presupuestos son uno de sus caballos de batalla. “Medir, desplazarte, calcular… eso es trabajo. No lo cobro, pero en el documento ya lo valoro y lo bonifico al 100%”. Con esta transparencia busca que el cliente entienda que detrás de cada cifra hay horas invertidas.

Hoy, tras altibajos, la demanda crece. Entre clientes particulares, recomendaciones y la visibilidad digital que construyó, el pintor que un día fue despedido con 50 años se ha reinventado. Su consejo es claro: empezar desde abajo, formarse siempre y poner precio justo al propio trabajo.

Y lo resume en una frase que repite sin dudar: “Me despidieron a los 50 y empecé de cero de autónomo. La diferencia está en especializarse y aprender a vender lo que haces”.