Rebeca es una nueva víctima de otro caso de inquiokupación. Está desempleada y sobrevive gracias a la pensión de su madre. Y es que lo que comenzó como una solución para poder pagar su hipoteca, ha terminado siendo una auténtica pesadilla.
La convivencia forzada con este inquilino ilegal ha escalado hasta el punto de que cada intento de acercarse a su vivienda se convierte en un nuevo enfrentamiento.
Y en una de esas discusiones, el okupa ya le ha dejado claro que no piensa ceder: "Al piso no puedes entrar. Yo voy a estar, pero ahí no se va a entrar. La ley es la ley. Lo tengo todo consultado".
La propietaria asegura que no puede más.
Entre impotencia y rabia, Rebeca aclara en 'La Mirada Crítica' que solo puede responder que es la dueña y que tiene derecho a entrar a su propia casa, pero el hombre se mantiene firme y no le deja acceder.
Su historia empezó hace un año. Esta joven puso en alquiler el piso para poder pagar la hipoteca. Un hombre contactó con ella, le mostró nóminas, contrato y toda la documentación en regla. Lo único que no tenía era la fianza completa.
Rebeca, con buena fe, aceptó que le diera solo una señal de 200 euros y que terminara de pagar después. Sin embargo, lo que parecía un gesto de confianza se convirtió en el inicio de su calvario.
Al principio, el inquiokupa cumplió con el pago del primer mes. Pero pronto comenzaron los problemas: retrasos, excusas, hasta que finalmente, dejó de pagar.
El inquiokupa desafía a Rebeca.
Rebeca recuerda con angustia cómo la situación fue empeorando: "Cuando terminó de pagarme la fianza, que creo que tardó unos tres o cuatro meses, ahí ya dejó de pagar". Desde entonces, la deuda asciende ya a casi 7.000 euros.
Lo más duro es que Rebeca no puede entrar a su propia vivienda. Vive de alquiler en otro piso, costeado por su madre y entre esa renta, la hipoteca y los gastos, su situación económica es insostenible.
"Yo creo que él, después de ver las cosas que hace y las cosas que dice, sinceramente pienso que es profesional", asegura, convencida de que su inquilino sabe cómo moverse en estos casos para aprovecharse de la ley.
Y es que el proceso judicial tampoco le ha dado un respiro. Intentó presentar una demanda, pero se la rechazaron porque, según le indicaron, no se habían agotado las vías amistosas.
Rebeca asegura que lo ha intentado todo: burofax, cartas que el inquiokupa no recoge, llamadas sin respuesta y mensajes que nunca contesta. Y es que incluso su madre ha llegado a montar guardia en la puerta con la esperanza de encontrarlo y poder hablar.
Sin embargo, Rebeca se siente atrapada. No tiene ingresos para pagar un abogado y depende de la ayuda de conocidos. Mientras tanto, el inquiokupa sigue viviendo en su piso, sin pagar ni un euro, con la seguridad de que, por ahora, la ley está de su parte.
Una situación desesperante que refleja un problema cada vez más común en España, que deja a propietarios indefensos frente a quienes saben aprovecharse de todos los vacíos legales.
