Si hay una profesión que realmente requiere de una pasión por entregarse en cuerpo y alma al oficio es la de profesor. No solo es asumir la misión de compartir conocimiento sino saber desenvolverse con los jóvenes y niños y encontrar la manera perfecta de llegar a su audiencia.
Por esa razón, la educación en España se valora mucho. De hecho, es el cuarto país europeo con más escolarización a partir de los 3 años con un 95%. Sin embargo, eso no impide que el sistema educativo sea objetivo de numerosas críticas.
Así, para entender algunos de los problemas de la educación no hay nadie mejor que un profesor. Tomás Barceló era un docente que amaba su profesión, pero que poco a poco perdió el amor a la enseñanza y por su frustración decidió abandonar su puesto.
Los profesores decepcionados
Muchos profesores en España llevan años sintiéndose atrapados en un sistema que no les deja enseñar como les gustaría. Entre currículos rígidos, burocracia infinita y recursos escasos, la motivación se va desgastando con el tiempo. Ser docente a veces parece más una lucha que una vocación.
A esto se suma el cansancio de horarios largos, sueldos que no compensan y poca formación para adaptarse a nuevas formas de enseñar. No es extraño que muchos acaben sintiéndose desanimados y sin reconocimiento, pese a todo el esfuerzo que ponen en el aula.
Y la desigualdad entre colegios solo complica más las cosas. Mientras unos alumnos tienen de todo, otros dependen de la improvisación de sus profesores. Esto deja a muchos docentes exhaustos y cuestionando si vale la pena seguir en un sistema tan limitado.
En conjunto, todos estos factores evidencian la necesidad urgente de una reforma profunda y coherente del sistema.
De tal manera, debido a muchos de estos problemas, Tomás Barceló pasó de ser un profesor amante de su profesión a decidir abandonarlo por su frustración con el sistema.
Tomás Barceló ejerció como profesor durante más de 17 años en la ESO y en centros concertados. Allí impartió asignaturas como Plástica, Tecnología, Informática o Literatura española. Sin embargo, un día se dio cuenta de que no podía seguir siendo docente, tal y como compartió en su cuenta de Youtube.
"Me fui hace 10 años del sistema educativo con una sensación de que ya no podía más, es decir, de que esto no podía ser peor. No ha hecho nada más que empeorar en estos últimos 10 años", aseguraba Barceló.
Ahora, ¿cuáles fueron estas razones? ¿qué provocó que un profesor apasionado dejase de lado su vocación? La respuesta es simple: la dirección de las escuelas.
“Empezaron a aparecer presiones para que aprobara a alumnos sin merecerlo, por varios motivos distintos: a veces por condicionantes sociales, a veces por conveniencias estadísticas del colegio o a veces para sacarse un alumno de encima", señalaba el profesor.
Ante esta situación, Barceló se sentía totalmente impotente: "Me parecía profundísimamente injusto aprobar a alguien solo porque fuera muchísimo más cabrón que otros. Así que decidí aprobar a todos. A partir de ahí sabía que tenía que afrontar cada año un curso en el que sabía que no podía suspender a nadie y es complicado cuando sabes que parte de tu trabajo ya no tiene ningún sentido”.
El docente se dio cuenta de que al final su enseñanza no importaba, solo cumplir con el temario y calificar. No había hueco para compartir su pasión por impartir conocimiento.
“La frustración iba creciendo, es decir, cada vez me sentía peor, cada vez me sentía más fracasado y cada vez me sentía más culpable, sucio, porque notaba que estábamos estafando a los alumnos”, confesaba el docente.
Así, el contenido de sus clases y el deterioro de la calidad de la enseñanza que se veía obligado a impartir acabaron por hundirle.
“Lo habíamos vaciado completamente, el drama es: ¿Qué tipo de Educación va a funcionar cuando no tenemos nada que enseñar y ahí viene todo el tema de la educación en valores? Pero explícitalos, ¿qué valores? Esto no es nada explícito, esto no es nada que se comprenda”, revelaba Barceló.
De ese modo, después de 17 años dedicados a las aulas, el profesor decidió poner punto y final. “Yo no era feliz, no conseguía ser feliz en ese ambiente; incluso cuando tenía esas clases relajadas en donde todo el mundo hiciera lo que quisiera, yo no era feliz y me sentía profundamente frustrado”, comentaba.
El caso de Tomás Barceló es el ejemplo de muchos otros profesores que poco a poco a causa del sistema acaban perdiendo pasión por su vocación. Con estos casos al final el que acaba pagando los platos rotos siempre será el mismo: el alumnado.
