La jornada arrancó en torno a las 13:00h, cuando los cinco séniors del Desafío Santalucía 2025 se calzaron las mochilas, ajustaron los crampones y abandonaron El Intrépido, el velero que ha sido su base flotante durante toda la expedición por el archipiélago de Svalbard.
Frente a ellos, la llamada "etapa reina": casi 24 horas de esfuerzo continuado, entre hielo, viento, guardias nocturnas y una llegada final en kayak a la ciudad abandonada de Pyramiden. El tramo inicial fue un trekking exigente sobre el terreno inestable, cruzando glaciares vivos, pedregales helados y ríos semiocultos por la nieve.
"No era una ruta de paseo: había que mirar cada paso", relataba uno de los guías de la expedición. Con ellos iban Bernardo, Jesús, Merche, Esther y Amelia, los cinco elegidos, todos entre 65 y 73 años, que durante 12 días han remado caminado y navegado en condiciones extremas para demostrar que la edad también puede ser sinónimo de fuerza.
Los cinco expedicionarios, durante el trekking sobre glaciares.
El Desafío Santalucía —en su segunda edición— ha llevado a este grupo al corazón del Ártico para visibilizar un envejecimiento activo, inspirador y, sobre todo, posible. Esta etapa, sin embargo, no era simbólica: era física, era real. Era la prueba definitiva. "Ha sido algo dura, pero gloriosa", resumía uno de los expedicionarios al llegar a Pyramiden, visiblemente cansado pero con los ojos encendidos.
Noche sin tregua
Tras once horas de travesía, con mochilas a la espalda y viento cruzado, los séniors llegaron al glaciar donde estaba previsto el vivac. Montaron las tiendas directamente sobre el hielo. No hay refugios ni cabañas en mitad del Ártico. Sólo piedra, nieve, y el eco de los osos polares que patrullan la zona.
Allí pasaron la noche. O lo intentaron. Cada uno de los participantes tuvo que hacer una guardia de una hora, en turnos rotativos, vigilando que ningún oso se acercara al campamento. Era una noche polar sin oscuridad, pero no sin tensión.
La fiebre ligera de Merche, que apenas durmió, y las dificultades físicas de Amelia, que tuvo varios momentos de debilidad, añadieron aliento de fragilidad a una aventura construida sobre la épica. "Nadie se quejó, pero el silencio de la mañana lo decía todo", comenta uno de los miembros de la organización.
Amelia fue la última en incorporarse al grupo, después de que Álvaro —uno de los participantes originales— abandonara semanas antes del inicio. Aunque el equipo ha sido discreto respecto a su estado físico, varias fuentes coinciden en que fue quien más sufrió durante la etapa reina. Aún así, llegó. Y llegó remando.
Amelia, durante el trekking sobre glaciares que completaron los cinco expedicionarios.
Amanecer ártico
A las 6:30 de la mañana, tras una noche en vela, desmontaron el campamento y retomaron la marcha. Esta vez, descendiendo hacia el punto donde les esperaban los kayaks. Nadie protestó. Nadie dudó. A pesar del frío, del cansancio acumulado y del hambre que empezaba a asomar, los cinco séniors se pusieron en marcha.
Era la última parte del recorrido: un tramo final en kayak hasta la costa de Pyramiden. Allí, con los músculos agotados, y la ropa aún húmeda, empujaron las embarcaciones hasta el agua y comenzaron a remar. El paisaje era de otro planeta: montañas nevadas, glaciares en retroceso, hielo flotando a los lados.
Buena mar de frente y, al fondo, como un espejismo soviético, aparecía la ciudad abandonada por los rusos tras el colapso de la URSS, convertida hoy en una cápsula del tiempo. Cruzaron el fiordo, se acercaron al muelle y, poco antes de la hora de la comida, atracaron. Lo habían conseguido.
Caras de conquista
Las caras eran buenas. No perfectas. No descansadas. Pero llenas. Llenas de algo difícil de poner en palabras. Nadie lloró, pero todos sabían que lo que acababan de vivir era irrepetible. El punto más extremo, física y emocionalmente, de una aventura que ya había sido extraordinaria desde el principio.
En Pyramiden, les recibió nuevamente El Intrépido. Un té caliente, una sopa espesa, y algunas bromas. Después, una caminata ligera por los restos de la ciudad: la estatua de Lenin, los bloques de hormigón, el teatro comunista, los vestigios de una utopía congelada. Y, de fondo, los kayak varados como si también quisieran quedarse allí a descansar.
Los cinco expedicionarios posan para la cámara de EL ESPAÑOL desde el puerto de Pyramiden.
El equipo de guías y organizadores confirmó que todos los participantes se encontraban bien, sin lesiones ni hipotermias. Fue, con diferencia, la etapa más larga, más dura y más simbólica del Desafío. Y la superaron.
"Esto no lo olvidamos nunca", dijo Esther, una de las más constantes durante todo el reto. "No solo por el hielo. Por nosotros".
Un éxito colectivo
El Desafío Santalucía Seniors 2025 termina con nota alta. La expedición no solo logró cumplir con todas las etapas previstas —vela, kayak, trekking y acampada en hielo— sino que lo hizo sin accidentes ni evacuaciones, algo inusual en este tipo de entornos.
El grupo se mantuvo unido, incluso en los momentos difíciles. La convivencia fue clave. "Dormíamos muy pegados en el velero, turnándonos las guardias, repartiéndonos las tareas... y eso crea algo muy fuerte, una confianza que no se rompe fácilmente", explicaba Bernardo días antes, en una entrevista concedida a EL ESPAÑOL a bordo de El Intrépido.
Jesús, el magistrado en activo y montañista experimentado, había resumido el viaje así: "No vinimos a probarnos el cuerpo, vinimos a demostrarnos el alma". Hoy, después de esta etapa reina, esa frase cobra otra dimensión. La del cansancio noble. La del hielo conquistado.
Bernardo, desde la cocina de El Intrépido.
Final entre ruinas
Desde Pyramiden, los séniors volverán a bordo del velero. En los próximos días, el equipo navegará de regreso a Longyearbyen, la capital administrativa del archipiélago. Desde allí volarán de nuevo a España. Volverán al gimnasio. A las clases. A sus rutinas. Pero con algo dentro que ya no se va.
La segunda edición del Desafío Santalucía cierra así su relato ártico: cinco mayores cruzando el hielo sin más bandera que la del esfuerzo, sin más meta que la de seguir viviendo intensamente. Sin medallas. Sin podio. Pero con la cabeza alta.
Dormir sobre un glaciar. Remar tras 20 horas de esfuerzo. Cuidarse unos a otros como si fueran hermanos. No hace falta más para llamar a eso victoria.
