Una mujer de edad avanzada ha denunciado públicamente la brutal agresión que sufrió en plena calle, en lo que debía ser un día normal al salir a cobrar su pensión.
Su relato es duro, directo y refleja no solo el impacto físico de la violencia, sino también la desolación emocional que la acompaña.
"Iba por la acera, me pegaron un golpe en la espalda, me tiraron al suelo y me quitaron lo que llevaba colgado", comienza diciendo, con la voz rota por la rabia y la impotencia.
Lo que parecía un robo terminó con una agresión aún más violenta: "Me dieron una patada en la cabeza y me dijeron: '¡Al suelo, puta!'. Me quedé sin pensión y, encima, me llevo golpes por todo el cuerpo".
El ataque no solo le arrebató su pensión, sino también la confianza en un entorno que hasta hace poco sentía seguro. "Voy a decirles una cosa, este país era un país precioso", lamenta. Pero esa imagen ha cambiado por completo para ella.
La víctima denuncia que muchas de las personas responsables de estos delitos actúan impunemente: "Tenemos una escoria aquí que lo que no es posible es que con 30 y 40 denuncias estén todavía campando a sus anchas, que los lleven a su país".
Aunque su enfado no va contra todos los inmigrantes, sí carga contra quienes llegan para delinquir: "Con la gente que viene a trabajar no hay ningún problema, pero con todos estos chorizos que vienen a vivir de los demás no se puede".
Reclama más firmeza por parte de las autoridades y se dirige directamente al presidente del Gobierno: "Señor Sánchez, usted está para el pueblo, para escuchar lo que estamos demandando, que es inseguridad".
Pero sus palabras no se quedan en lo político: la agresión ha tenido consecuencias que van más allá de lo físico. "Me han dejado para comer cacahuetes todo el mes, ¿a usted le parece que esto es normal?", añade.
La indignación de la víctima no es solo por su caso particular, sino por una sensación generalizada de impunidad.
"Encima golpeada, encima degradada... y todos estos entran por un sitio y salen por el otro, estoy harta", sentencia.
Su testimonio no deja lugar a la indiferencia. No solo denuncia una agresión concreta, sino una realidad que para ella resulta asfixiante: "Esto es insoportable ya".
Pero este relato no es únicamente el de una víctima. Es también el espejo de una sociedad donde el miedo, la frustración y la desconfianza han dejado de ser la excepción para convertirse, poco a poco, en una forma de vivir.
