Pepe Barahona Fernando Ruso

Angelita tiene 83 años y vive sin miedo, aunque lleve semanas sin salir de casa. Ha pasado 11 veces por quirófano, ha superado dos veces el cáncer y, aunque “multipatológica y viuda”, mantiene una actitud vitalista ante el porvenir, incluso en mitad de un confinamiento mundial: “Tengo todo el pescado vendido, lo mismo me muero del coronavirus que de un infarto. Eso sí, el año que viene quiero estar en primera línea y cantando la primera saeta de la Semana Santa”. Como Javi, El Sacri o Álex, todos confinados con la mirada puesta en 2021, y con menos ingresos en su cuenta.  

Angelita se apellida Yruela y es la saetera más veterana de Sevilla. Empezó a cantar con solo 12 años, cuando las mujeres tenían vetada su presencia en las hermandades. Lloró y lloró cuando vio a su hermano vestirse de nazareno y ella se quedaba en casa por las imposiciones de la época. “Hasta que en la calle vi a una mujer cantar una saeta, era La Niña de la Alfalfa. Yo le pregunté a mi padre que si las mujeres podían cantar. Él me respondió que sí y al día siguiente me atreví a cantarle a la hermandad del Baratillo”, recuerda a los reporteros de EL ESPAÑOL pegada a una pequeña ventana de su piso, un bajo de la calle Jesús del Gran Poder. La misma calle en la que en la madrugada del Viernes Santo aguardan los nazarenos de la hermandad.

Dos años después empezó a cantarle al Gran Poder. Fue en una ‘Madrugá’ vacía, no como las de hoy en día. Su abuela la llevó hasta los mismos faldones del Señor. “Entonces le dije: ‘Abuela, acabo de verle la cara a Dios’. Le canté. Y ella me hizo prometerle que le cantaría todos los años”, recuerda Angelita. Y así ha sido. Su cita se ha mantenido imperturbable 69 años hasta este 2020, el año en el que un virus proveniente de China ha obligado a suspender la Semana Santa de Sevilla. Hecho que no se recuerda en la ciudad desde el año 1933.

Los grandes saeteros sevillanos cantan a EL ESPAÑOL. Fernando Ruso

Las razones de ese año nada tienen que ver con las actuales. La crispación política que finalmente acabaría desencadenando la Guerra Civil española dejó las calles huérfanas de procesiones. Las hermandades se quedaron en sus templos por miedo a la quema de iglesias y ni siquiera con los pasos montados los cofrades se atrevieron a sacarlos. Para encontrar un precedente similar habría que echar el calendario mucho más atrás, hasta 1820, también por motivos políticos. El pronunciamiento del coronel Rafael del Riego y Flórez en Las Cabezas de San Juan, a apenas 60 kilómetros de la capital, contra el rey Fernando VII —‘el Deseado’ o ‘el Felón’— derivó en Sevilla en la prohibición del uso del traje de nazareno por el bien del interés público y la conservación del orden. Cinco años estuvieron las hermandades sin realizar su estación de penitencia.

Salvo ambos casos, solo la lluvia ha detenido a los cofrades sevillanos, que ya cuentan los días para que llegue el Viernes de Dolores del año 2021. “Y ahí estaré”, insiste Angelita Yruela, que además de ejercer como saetera ha dedicado su vida a estudiar e indagar todo lo relacionado con la saeta. Suyo es el libro Historia de la saeta, publicado por el diario ABC.

Los recuerdos de Semana Santa, en la vivienda de Angelita. Fernando Ruso

“La saeta llega a Sevilla en 1895, las primeras se cantaron en Triana, al compás de los golpes del martillo sobre yunque en la forja. Se adaptó a los martinetes —un palo flamenco— breves canciones a modo de flechas, ‘sagitta’, en latín”, detalla Yruela, que ha recorrido los pueblos de la provincia tratando de datar el origen de estos cantes propios de la liturgia cofrade.

“Un cante decente”

Angelita ha cantado saetas en Sevilla, en Madrid, en Roma o en Praga. Ha impartido conferencias en el Ateneo, en la universidad de Cádiz y en peñas flamencas de toda España. Ha sido galardonada con numerosos premios, el último, el que le concedió la Cadena Cope el año pasado, la Saeta de Oro.

“Yo cantaba saetas porque era el único cante que estaba bien visto en la época”, advierte Angelita. “Mi padre era un industrial de buena familia y las señoritas no podían cantar. Me dediqué a la saeta porque era un cante decente”, recuerda la sevillana, que regentaba un pequeño taller de modista.

Cuenta Angelita que en sus primeros años como saetera pudo compartir vivencias con los flamencos más notables de la época, Antonio Mairena, la Niña de la Alfalfa, Manuel Centeno, Naranjito de Triana o Manuel Vallejo, de la época de oro. “Los señoritos pagaban muy bien a los saeteros, que después llamaban para sus juergas. Un día, un flamenco me dijo: ‘Es más fácil ganarse cien duros cantando una saeta que sacando papas del campo’. Y tenía razón”, defiende la saetera, vecina del Gran Poder.

Angelita, en las escaleras de su casa. Fernando Ruso

“Este año no cantaré. Me desquitaré cantando en mi casa, por lo ‘bajini’. La saeta es una cosa seria y yo no me presto a ese juego a cantar desde un balcón si no hay una imagen delante. Me lo tomo con mucha seriedad”, insiste Yruela, que no se atreve a salir de su casa por miedo al coronavirus. “Cuando todo acabe, nos abrazaremos como es debido”, se despide.

Al escribirse este texto —el viernes, 3 de abril—, la capital andaluza tiene 1.371 casos de coronavirus diagnosticados y 57 fallecidos contabilizados. La comunidad andaluza registra una incidencia considerablemente menor que otras del centro y norte peninsular. En Andalucía, hay detectados 6.972 positivos y 343 muertos. En España las cifras se disparan hasta las 112.065 personas infectadas y la pandemia ya se ha cobrado la vida de 10.348 personas. 26.743 se han curado.

El confinamiento y la hibernación económica diseñada por el Gobierno para contener la pandemia y moderar la curva de contagios tiene especial incidencia en quienes viven de la Semana Santa. Floristas, cereros, músicos, costureras o vendedores de incienso o capirotes se exponen a cuantiosas pérdidas económicas, dado que su actividad se concentra en torno a los días que dura la Semana Santa. Sin ella no hay ingresos. Situación que también afecta a los saeteros.

Ingresos

“Han caído muchos contratos”, explica Jaime Estévez, uno de los saeteros más jóvenes de Sevilla. Tiene 28 años y se dedica profesionalmente a la música, es cantante y da clases de guitarra. “Se aproximaban buenas fechas para nosotros, la Semana Santa y la feria; me pongo a pensarlo y entro en depresión”, confiesa. Este año, tenía previsto cantar unas treinta saetas, que a una media de 250 euros dan 7.500 euros de beneficio. “Quizá un poco más”, advierte. “El grueso de lo que gano en todo el año”, valora. “Pero hay gente que tiene más contratación que yo”, apunta quien lleva 19 años cantando saetas.

Entre sus clientes están empresarios, grupos de algunas hermandades o familias importantes a las que les paran los pasos ante sus balcones. “Hay mucho trabajo y pocos saeteros, porque es algo complicado. No todo el mundo se atreve. Sevilla es la mejor, pero también la que más crítica; es la Champions. La exposición es mucha”, argumenta el joven, nacido en Dos Hermanas.

Reconoce Estévez que lo que peor lleva es la incertidumbre. “El no saber cuándo ni cómo vamos a volver a la normalidad —sostiene—; por lo demás, me lo tomo como que esta Semana Santa es de esas en las que llueve desde el Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrección. Y como no canto, pues no cobro”.

Jaime Estévez, desde la azotea de su casa en Dos Hermanas, Sevilla. Fernando Ruso

Hay hermandades sensibles a las pérdidas de aquellos sectores que trabajan en torno a la Semana Santa. Una de las decisiones más comentadas en la capital andaluza es la de Pasión, que ha querido pagar a todos sus proveedores como si la cofradía hubiese realizado estación de penitencia. Según publica la hermandad en un comunicado, “esta es una forma también cristiana de hacer caridad. Nuestra archicofradía es consciente de que el tejido productivo y económico va a verse seriamente afectado por la crisis del coronavirus. Por tanto, pretendemos así ser responsables con ambos sectores cofradieros ayudándoles, en la medida de lo posible, a mantener sus puestos de trabajo y a no mermar su facturación debido a la suspensión de las estaciones de penitencia de otras muchas hermandades por las que también se verán afectados”.

A José Pérez Leal, conocido en Sevilla como El Sacri, de poco le importa el dinero. Hace seis años que se jubiló. Trabajó en la factoría de Renault en Sevilla como administrativo. Antes de eso había sido sacristán en la parroquia del Cerro del Águila, un barrio obrero. De ahí su mote. “Y antes que sacristán, monaguillo”, apunta. Ahí empezó a cantar.

Maestro de saetas

La primera saeta que cantó El Sacri fue a la Macarena. Subido en una silla de la carrera oficial, junto al Banco de España, en la avenida de la Constitución. Iba con su hermana, Lina Leal, cantante con experiencia cantando a un lado y a otro del Atlántico. “No sé qué me pasó, pero le vi la cara a la Macarena, tan guapa, y le canté. Recuerdo que a la gente le gustó muchísimo”, detalla José. Tenía 15 años.

Después de su exhibición, a El Sacri le llovieron las ofertas para irse con su hermana a hacer las Américas. “Pero entonces tenía una novia y me dijo que si me iba ella no me esperaría, y me quedé”, recuerda. “Me daban 600 pesetas diarias, pero me quedé”, narra con cierto tono nostálgico a sus 79 años.

José Leal 'El Sacri', cantando una saeta desde la azotea de su casa, entre Utrera y Sevilla. Fernando Ruso

Muchos consideran a El Sacri como maestro de saeteros en Sevilla. Hasta su casa, en mitad de la carretera a Utrera, van quienes quieren aprender a cantar. “Si veo que no cantan bien, me los quito de encima, pero si veo que hay pellizco, los enseño de buena fe, sin cobrar”, afirma. Con sus alumnos, hoy grandes saeteros, comparte sus letras, que guarda en unas cajas de cartón, apuntadas en libretas desde hace décadas.

“Todos los años las voy cambiando”, afirma. “Empiezo en el mes de diciembre”, cuenta El Sacri, que ha cantado a muchas hermandades de Sevilla. También en los pueblos, donde se pagaba mucho más que en la capital y a los que dejó de ir cuando fueron cayéndole los años. En la actualidad sigue cantando, “aunque de balde para muchas”.

Se queja El Sacri que décadas atrás se valoraba más su arte, y que se pagaba mucho más. “Un pastón”, cuantifica José, que ganó la Saeta de Oro de Radio Nacional de España en 1989. Suyo es el reconocible estilo de mezclar seguiriyas con cambios de martinete por toná. Y canta para EL ESPAÑOL. Eso sí, previa advertencia y en su azotea: “No quiero elevar la voz porque me podrían escuchar desde Cádiz”.

Después de cantar, se queja: “En Sevilla podría haber muchos más saeteros, porque hay muchos flamencos, pero no se atreven”. Su consejo: “Que pronuncien bien, y que no las alarguen”.

Balcones con saetas

La saeta perfecta dura no más de tres minutos. Atribuyen tanto El Sacri como Angelita Yruela la moda de las saetas largas a una contaminación de influencias de Málaga. La saeta es una flecha, certera y rápida. O, como define el saetero Álex Ortiz, “una oración que se convierte en la expresión del pueblo andaluz”.

A sus 41 años, Álex Ortiz es uno de los saeteros que más se prodiga por los balcones de la capital andaluza. Todos los días, desde el Viernes de Dolores, recorre los pueblos de la provincia como si fuese una estrella de rock. Las masas se abren para dejarle paso, un grupo de amigos se turnan para llevarlo en moto por las callejuelas del casco antiguo o en coche para cuadrar actuaciones fuera con el descanso al que se obliga. “Siempre me tapo bien el cuello y evito los hielos, porque hay que estar muy preparado física y psicológicamente.

Álex Ortiz, desde el balcón de su piso, cantando una saeta. Fernando Ruso

“Somos muchos, pero no todos son capaces de agarrar el frío del balón y abrirse con su voz paso hasta que se hace el silencio”, describe el saetero. Calcula Ortiz que pueden ser unas setenta saetas las que ha perdido este año. Y otras sesenta en la Cuaresma. “Un palo económico importante, pero lo hemos asumido y ya solo le pedimos a Dios que esto acabe cuanto antes y que afecte al menor número de personas posible”, explica.

Para mitigar la añoranza, el saetero se graba cantando y le envía los vídeos a las hermandades para que estas los publiquen en sus redes sociales. Así, de paso, se quita el gusanillo. “Mis vecinos de La Calzada ya me han pedido que les cante alguna saeta desde mi balcón, y eso he hecho”. Hoy es Viernes de Dolores y después del aplauso de las ocho de la tarde, Álex canta ante un patio abarrotado de vecinos.

“Se lo dedico a los médicos, a los enfermeros, los celadores, policías, guardias civiles y a todos aquellos que están trabajando para que pronto volvamos a la normalidad —zanja Ortiz—; ellos se merecen más que nadie que les canten y les aplaudan”.