Joana Rei Moeh Atitar

“La insultaba, la machacaba, la humillaba. He sido muy cruel, ¿sabes?” Las palabras le salen a trompicones, en frases sueltas e inconexas. La mirada fija en el suelo, las manos se retuercen: “Le he dicho que no valía nada, que era una inútil, que no estaba a la altura, que era una ignorante”. José (nombre ficticio) tiene 50 años y una orden de alejamiento de la que fue su pareja. “Sé que me he pasado con ella en muchos sentidos y que muchas veces, sólo por mi actitud, tuvo que pasar mucho miedo. Lo sé. Lo admito. Pero no hubo violencia física”, recalca una y otra vez.

- Yo no soy un maltratador físico.

- ¿Pero te consideras un maltratador?

-Sí. Me doy cuenta de lo cruel, mezquino y ruin que he sido. Y no sólo con Ana... con Paula, con María, con Susana, con Elena, con infinidad de mujeres.

Y se hace el silencio otra vez.

“Tendemos siempre a no visibilizar la violencia psicológica, como si fuera algo menor. Pero, al final, vas mermando a la persona, la vas anulando, y toda violencia física empieza por ahí”. Quien habla es Luisa Nieto, psicóloga y coordinadora del área de intervención con personas que ejercen la violencia de la Fundación para la Convivencia ASPACIA.

Desde hace tres meses, una vez por semana, José acude a la Fundación para una sesión de terapia individual. Viene de manera voluntaria. Es uno de los pocos entre los más de 200 hombres que atiende la Fundación dentro del programa -financiado por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad a través de las subvenciones del IRPF- que funciona desde 2008. “La mayoría de ellos están aquí obligados. Son hombres sin antecedentes penales que han sido condenados por violencia de género a una pena de cárcel igual o inferior a dos años y que tienen que venir a terapia para no ingresar en prisión”, dice Nieto.

Con ellos, las sesiones se hacen en grupos de entre 8 y 13 personas. Llegan con mucho rechazo y contando una versión de la historia que nunca es la oficial. “Tienen muchas barreras y casi siempre la motivación es nula. Toda la causa es exterior, la policía, la pareja, los vecinos, el juez… todos menos él”, cuenta la psicóloga.

La primera etapa es justo la de la motivación: intentar romper con las barreras que traen. “Hay que engancharles, que asuman su responsabilidad en lo que ha ocurrido y que quieran cambiar de actitud. Ahora, antes de empezar con las sesiones grupales, tenemos dos o tres sesiones individuales y he notado un cambio muy significativo, porque el primer contacto que tienen no es de refuerzo entre iguales sino con el terapeuta. Cuando esto no existía, se producía un efecto en cadena, se apoyaban más y tardaban más tiempo en hacer el clic”, explica.

Se piensa que ellos tienen algún tipo de enfermedad, o psicopatía, pero no es cierto. Todo esto es cuestión de aprendizaje, de educación, de cultura

Los que vienen de manera voluntaria empiezan ya desde otro punto. “Por lo menos saben que algo no va bien. Y aunque opongan alguna resistencia vienen porque quieren y en eso yo hago mucho hincapié: independientemente de lo que ha pasado estás aquí porque quieres ver lo que está sucediendo en ti y no en los demás o en esa relación”, declara Nieto.

La terapia empieza entonces a ahondar en lo que ha ocurrido, en las causas y en las formas de cambiar el comportamiento. Se trabaja la responsabilidad, la inteligencia emocional, la gestión de las emociones, la empatía y el buen trato. Todo desde una perspectiva de género. “Se piensa que ellos tienen algún tipo de enfermedad, o psicopatía, pero no es cierto. Todo esto es cuestión de aprendizaje, de educación, de cultura, de una sociedad patriarcal que educa a los hombres en la discriminación, el poder y el control hacia las mujeres. Lo que hacemos es intentar desmontar esos esquemas mentales aprendidos”, aclara la psicóloga.

Sin un perfil tipo

Todos ellos tienen en común los episodios de violencia que les han hecho llegar hasta aquí. Por lo demás son tan distintos como uno quiera imaginar. “Esa creencia de que los maltratadores son hombres extranjeros, de bajo nivel intelectual y socioeconómico es mentira. No hay otro perfil que no sea el del hombre machista. He tenido pacientes de los 18 a los 86 años, de todas las clases y condiciones”, dice.

El maltratador no es alguien descontrolado, sabe lo que está haciendo pero lo justifica

Miguel Lorente, asesor de la OMS para la violencia machista y exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género entre 2008 y 2011, lo corrobora: “Hombre, varón y del sexo masculino, con referencias culturales basadas en la imposición: ese es el perfil tipo del agresor. El machismo es la base cultural que justifica que los hombres utilicen la violencia para solucionar determinados conflictos. Ojo, esto no obliga a un hombre a maltratar, por eso no todos somos maltratadores, pero le da esa opción, y algunos eligen hacerlo”.

Lorente siempre pone el foco en la responsabilidad: “El maltratador no es alguien descontrolado, sabe lo que está haciendo pero lo justifica. Culpabiliza:'Tú te empeñas, tú me obligas, tú eres mala mujer, yo lo hago por el bien de la pareja’. Siempre tienen excusas. Actúan para defender su propia idea de una relación de pareja, construida a partir del machismo y que implica dominio, poder y control”.

En lo que llevamos de año han sido asesinadas 40 mujeres, de las cuales sólo 13 habían denunciado a su agresor, según las estadísticas del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Los datos del Consejo General del Poder Judicial revelan que, en 2016, se han presentado más de 70.000 denuncias por violencia de género. En el Eurobarómetro de 2010, el último dedicado a este tema, un 2% de la población todavía afirmaba que la violencia de género está justificada en algunas ocasiones, y un 1% refería que lo estaba en todas.

“Esto es un tema de conciencia social. Las leyes y las políticas pueden ayudar, pero hasta que la sociedad no cambie será muy difícil solucionarlo. Ahora mismo, por ejemplo, en EEUU acaba de ganar Trump, un señor que hace gala de un machismo exhibicionista. Esto es terrible y muy peligroso porque sirve de referencia. Muchos se verán reflejados y dirán 'menos mal que viene uno a poner las cosas en su sitio'”, analiza Lorente.

Si sólo tratamos a las víctimas siempre va a haber agresores que van a dañar a otras víctimas, la única forma de erradicar la violencia es trabajar con ellos

Advierte de que la violencia de género tiene que atacarse como un problema global, que atañe a todos y no sólo al grupo que la sufre. “Tenemos que entender de una vez que éste es un problema que sufren las mujeres pero que es de toda la sociedad. De media, al año mueren 60 mujeres asesinadas por violencia machista y 700.000 son maltratadas… no hay otro grupo de población que sufra esta violencia, de forma tan sistemática y tan terrible. ¿Cómo es posible que no haya más implicación, que no pase nada?”.

'Desaprender' a ser machista

La terapia para maltratadores pretende dar un paso hacia ese cambio de mentalidad necesario: “Lo ideal sería trabajar en la prevención y educar a los niños en la igualdad de género, pero una vez que eso no se ha hecho con estos hombres, hay que intentar reeducarlos”, cuenta Luisa Nieto. Sin embargo, este tipo de programas aún provoca mucho rechazo social por parte de quienes consideran que los fondos existentes deberían invertirse exclusivamente en las víctimas. “Existe esa resistencia, pero dejamos claro que la financiación de estos programas no se saca de fondos destinados a las víctimas. Son cosas distintas. Pero este trabajo hay que hacerlo. Si sólo tratamos a las víctimas siempre va a haber agresores que van a dañar a otras víctimas, la única forma de erradicar la violencia es trabajar con ellos”, sintetiza.

Luisa Nieto, psicóloga en la Fundación Aspacia. Moeh Atitar

Si es un problema de aprendizaje y de educación, ¿cómo se ‘desaprende’ a ser machista? ¿Cómo se reeduca en una visión igualitaria? “Jugamos en desventaja, está claro”, asume Luisa Nieto. “Aquí dentro buscamos un entorno que favorezca la igualdad pero luego salen y tiene todos los estereotipos machistas de la sociedad que les influyen. Aún así, creo que se puede”.

Para ello es esencial desmontar los roles de género tradicionales y en eso, el papel de Luisa Nieto, como mujer y terapeuta, es esencial y parte de la terapia. “Ellos no están acostumbrados a ver a una mujer en un papel de autoridad, alguien capaz de trasmitirles valores y creencias distintas, y eso les choca pero les ayuda también a romper con lo que tienen aprendido. Lo ideal es que la terapia se haga con un hombre y una mujer para que tengan ejemplos de distintos modelos masculinos y femeninos. Que vean que una posición igualitaria es posible y que no pasa nada, es más, que es deseable, que es lo más sano”.

Si en alguien confía el feminismo es en los hombres.

“Dejar de ser machista en una sociedad machista es muy difícil porque al final vas en contra de elementos que refuerzan tu posición, que cuestionan a las víctimas, a la igualdad, al feminismo”, explica Lorente. “Hay mucha resistencia porque significa romper con todo el sistema de valores y se vive como un ataque al orden establecido. Tú hablas de luchar por la libertad, la dignidad, la justicia y la gente lo entiende. Pero si hablas de igualdad, en seguida empiezan los descalificativos, que si ya están aquí las feminazis, que si estamos adoctrinando”.

Nuevas masculinidades

Precisamente para luchar por la igualdad surgió en 2001 la AHIGE, Asociación de Hombres por la Igualdad de Género, una formación que pretende concienciar a los hombres de la necesidad de un cambio de mentalidades e involucrarles en esa tarea. “Cuando decimos que somos hombres feministas muchos se echan las manos a la cabeza, que si vamos en contra de los hombres, que si estamos controlados por mujeres, que si el feminismo es como el machismo pero al revés… Eso es todo ignorancia y desconocimiento. El feminismo busca la igualdad de género, acabar con las discriminaciones. Si en alguien confía el feminismo es en los hombres. Porque nada cambiará si nosotros no tomamos conciencia de que la sociedad nos otorga una serie de privilegios sólo por el simple hecho de ser hombres y eso es bastante injusto. ¿Por qué tenemos que cobrar más, por ejemplo?”, pregunta Bernat Escudero, portavoz de la asociación.

Todavía no se acaba de entender que las desigualdades son el primer paso de una pirámide que, en ultima instancia, puede llevar a la violencia de género

Para que cale el mensaje, la AHIGE se basa en el concepto de nuevas masculinidades que fomenta modelos identitarios alternativos a los tradicionales. “Al mismo tiempo que la sociedad nos otorga un privilegio social, económico y laboral por el hecho de ser hombres, también nos impide desarrollarnos en otros ámbitos, más íntimos, familiares, emocionales, en los que se nos veta, porque no es ‘cosa de hombres’ y eso también es injusto”, explica. “A día de hoy, que un hombre se reduzca la jornada para cuidar a los niños o que pida su permiso de paternidad, por ejemplo, sigue pareciendo algo extraño y siguen existiendo presiones para que no se haga y para que esa responsabilidad recaiga en la mujer. Queremos acabar con esas desigualdades, no tiene por qué haber roles establecidos por el simple hecho de ser hombre o mujer. Porque todavía no se acaba de entender que las desigualdades son el primer paso de una pirámide que, en ultima instancia, puede llevar a la violencia de género”.

En 15 años de formación, cuentan con 120 asociados pagando cuotas, un número muy reducido aún. “Sabemos que nos queda mucho camino por delante, pero somos muy optimistas. No hay otro camino que el de la igualdad y ese no es posible si los hombres no nos involucramos. Intentamos darnos a conocer, hablar en colegios, a edades cada vez más tempranas, para fomentar la igualdad”. Algo, que según Luisa Nieto, muchos de los maltratadores en terapia demandan: “Cuando llegan a entenderlo, muchos nos dicen que ojalá alguien les hubiera enseñado todo esto antes”.

¿Se puede cambiar?

Tras el periodo obligatorio de terapia, que suele durar cerca de un año, la fundación les ofrece seguir con las sesiones de manera voluntaria. Algunos lo aceptan aunque no se trate de la mayoría. Pero incluso los que abandonan, asegura Nieto, salen con otra actitud. “Siempre depende de los casos, hay unos que evolucionan más que otros pero es muy raro que un hombre entre aquí y salga de la misma forma que ha venido. Suelo decir que, como mínimo, siempre salen de aquí con una grieta en sus creencias”.

El objetivo es cambiar la conducta cambiando el pensamiento. Si yo no pienso que tengo derecho a dañarte no lo haré.

Una grieta que les permite cuestionarse sus actitudes y pensamientos y poner barreras a la violencia. “El objetivo es cambiar la conducta cambiando el pensamiento. Si yo no pienso que tengo derecho a dañarte no lo haré. Y eso puede hacerse, claro que se puede, si no nada de esto tendría sentido. Es un camino largo, pero se puede”, garantiza la psicóloga.

Éste es el camino que José empieza ahora a recorrer. “Llegué aquí porque sabía que algo no funcionaba en mí. Porque sabía que estaba actuando mal, que le hacía daño, pero no sabía hacerlo de otra manera”, dice. “Con la terapia he conseguido corregir cosas, he cambiado la sensación de respeto, la necesidad de control. Funciona, pero tarda su tiempo… Me equilibra. Es como un nivel, busco que la gota siempre esté en el medio”.