En la madrileña calle de la Ballesta decenas de mujeres son obligadas a ejercer la prostitución durante las 24 horas del día. Con falsas sonrisas y cadenas invisibles son controladas por mafias que hacen negocio con el sexo los sietes días de la semana, los 365 del año. En esa misma vía, hay un rincón para la esperanza. En el número nueve se encuentra un taller de costura en el que “supervivientes” de la trata de seres aprenden y trabajan para ser autónomas. La ONG Apramp logró sacarlas de la calle y ahora reconstruyen su vida entre puntadas: “Se llega destrozada, rota y anulada. Aquí vuelves a nacer y toca volver aprender a andar”.

De la prostitución a la costura.

La Asociación para la prevención, reinserción y atención a la mujer prostituida (Apramp), que lleva más de 25 años junto a explotadas sexualmente, da asistencia integral a las víctimas de seres humanos a través de una metodología “única” porque logra “la libertad y la recuperación física y social” de las chicas.

Mujeres que llegaron a España completamente engañadas y que nada más pisar nuestro territorio descubrieron lo que las organizaciones criminales les tenían preparado.

Mujeres que fueron obligadas a hacer entre 20 y 30 servicios diarios con demandantes de prostitución en la calle, polígonos industriales, pisos o clubs de alterne y que llegaron a generar más de 600 euros al día, de los cuales no vieron ningún céntimo.

Y mujeres a las que desplazaron cada mes por todas las provincias porque los proxenetas y madames querían ofrecerlas como “carne fresca” a los hombres cómplices de estas mafias.

EL EQUIPO DE RESCATE

Pero, ¿cómo logran convertir esa pesadilla en algo del pasado? El papel que juegan ONGs como Apram, que trabaja en coordinación con los cuerpos de seguridad del Estado y otros organismos públicos, es fundamental. Tal y como explica a EL ESPAÑOL su directora, Rocío Nieto, existe en su organismo un “equipo de rescate” formado por trece “supervivientes” de la trata.

“Son mujeres encargadas de acercarse a otras que están siendo prostituidas, una situación en las que estaban las primeras hace años. Conocen el idioma y la cultura de los países de origen por lo que es más fácil establecer el primer contacto para ganarse su confianza”, analiza Nieto.

Laura -nombre ficticio- es una de estas ‘rescatadoras’. Según relata, atienden cada día a más de 200 prostitutas en toda la Comunidad de Madrid. Realizan diariamente un “mapeo” para tener localizadas a las chicas con las que ya han establecido algún tipo de contacto previo y a partir de ahí, charlas y charlas con ellas para convencerlas de que deben pedir auxilio. “Nos han llegado a preguntar que cuánto nos tienen que pagar por ayudarlas, imagina el nivel de anulación al que están sometidas por los proxenetas”, dice Nieto.

En esta fase del rescate se encuentran con un problema fundamental: la rotación de mujeres que articulan las organizaciones criminales. “Es complicado porque cada 25-30 días se las llevan de un lugar a otro, en muchas ocasiones incluso a otras provincias y perdemos el rastro”, afirma Laura.

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Y suena el teléfono de Apramp.

“Hay llamadas a cualquier hora del día; mañana, tarde o altas horas de la madrugada”, asegura Nieto, quien explica que este es el momento en el que se activa el protocolo para que acudan a un primer piso de acogida -en estos momentos hay siete chicas en él- y allí se le da la primera atención básica.

INTERVENCIÓN INTEGRAL

“La intervención siempre tiene que ser integral. A una mujer no sólo la puedes formar en asesoría judicial y jurídica. También debe ser social, de acogida y darle, sobre todo, alternativa de trabajo”. Es aquí donde el taller de la calle de la Ballesta adquiere todo su protagonismo. Las alumnas y trabajadoras que comparten local y pasado, confeccionan prendas de todo tipo durante las ocho horas que dura su jornada laboral y cobran 850 euros al mes.

Una costurera ex victima de la trata en el taller textil de Apramp Silvia P. Cabezas

“A mí lo que más me gusta es hacer punto. Ya lo hacía en mi país”, recuerda María -nombre también ficticio- quien llegó a Apramp después de que la novia de su hijo le obligara a prostituirse. “He aprendido a cortar telas, coser, planchar. Ahora hasta ayudo a hacer vestidos de novia”, cuenta esta mujer rumana que vive ahora en Madrid de manera independiente. “Estoy ahora muy bien, tengo hasta un piso con dos habitaciones sólo para mí”, afirma orgullosa.

Estas son las “claves” en las que tanto insiste la presidenta de la ONG en el taller: formación y empleo. “Si no le das empleo, nunca van a dejar la prostitución porque han venido a España a ganar dinero aunque sea una cantidad mínima”, afirma. Por eso, pide a las instituciones mayor implicación en materia formativa: “Tienen que becar la formación, es una contraprestación para que ellas puedan normalizar su vida”.