Javier Navarro.
“Là dove c’era l’erba ora c’è una città” (“Allí donde había hierba, ahora hay una ciudad”), cantaba Adriano Celentano en 1966. A punto de cumplir sesenta años, la canción del mítico ragazzo della via Gluck vuelve a estar de actualidad: cuenta cómo un niño vuelve a su antiguo barrio y descubre que donde solía jugar entre árboles y charcos han levantado bloques de hormigón y cubierto la hierba de asfalto.
Justo hace una semana, a la vez que se borraba el carril bici de la calle Asunción, el Ayuntamiento de Sevilla aprobó en Consejo de Gobierno el convenio con la Junta de Andalucía para edificar en el ámbito del Canal de los Descubrimientos, en la Cartuja. Suenan huecos —y dolorosos— los palos de ciego de una ciudad que fue punta de lanza en la búsqueda de estrategias bioclimáticas de la mano del recordado Jaime López de Asiain y de otros tantos urbanistas y arquitectos que construyeron un gran laboratorio al aire libre.
Ese proyecto colectivo que fue la Exposición Universal del 92 sufre una estocada grave con el argumento de una “oportunidad terciaria”. Ya habían pasado treinta años de la advertencia de Celentano cuando se levantó el Canal y, como un péndulo anacrónico, treinta años después se dicta su final.
Son más de 40.000 m² los que ambas administraciones quieren recalificar, pasando de formar parte del Sistema General de Espacios Libres (una red de espacios sin edificar que nos corresponden por ley) a un uso terciario: hoteles, oficinas, centros comerciales, aparcamientos subterráneos y todo ese paisaje propio de la “ciudad genérica”.
El relato oficial presenta la operación como la fórmula para desbloquear un espacio degradado y atraer inversión, con el apoyo y aplauso de Sevilla TechPark (Cartuja 93), que con luces cortas olfatea la tajada económica inmediata a cambio de sacrificar su historia.
Urbanísticamente, el Canal, junto al Pabellón del Futuro y los Jardines del Guadalquivir, se recoge en el PGOU como parte de esa estructura de espacios libres que articula la Cartuja y su frente fluvial. Modificar el planeamiento a base de recalificaciones puntuales nunca fue buena idea; aún menos en un contexto de cambio climático, jugando a los cromos con un bien común como son las zonas verdes.
Si bien se ceden superficies libres en otros lugares de la ciudad, se pervierte el meditado equilibrio urbano que procuran los Planes Generales: parques y jardines debidamente repartidos entre barrios, con escalas apropiadas y servicios asociados. Por algo se tarda más de diez años en elaborarlos, consensuarlos y aprobarlos.
Es evidente que el Canal presenta un estado de avanzada degradación, pero su maltrato (tal vez premeditado, como el desprecio al PGOU) nunca será razón suficiente para privatizarlo y despojarlo de su espíritu fundacional. A pesar del abandono, mantiene su papel vertebrador, de zona de respiro entre la sábana de pabellones del sector central de la Cartuja y el Pabellón del Futuro.
La sugerente obra de Martorell, Bohigas, Mackay y Peter Rice no se entiende sin el Guadalquivir y el Canal. De hecho, la ejecución del convenio entre Ayuntamiento y Junta, que compromete a ambas administraciones a redactar un Plan de Reforma Interior del ámbito en un plazo de dos años, significará tapiar el edificio, uno de los mejores ejemplos de arquitectura contemporánea de nuestra ciudad.
Aunque desde Plaza Nueva se hagan oídos sordos, existe un cierto consenso en la falta de zonas verdes de calidad, corredores verdes y espacios estanciales capaces de amortiguar el calor y reconciliarnos con el agua: ¿qué razones explican, entonces, que un espacio con potencial para poner en práctica ese modelo sea privatizado de facto, convirtiéndolo en un escaparate de terciario más con el simple argumento de su deterioro?
Con esta modificación del planeamiento, la ciudad renuncia hoy a un tramo clave de su sistema de espacios libres, en una operación apoyada en la aritmética del pacto entre el gobierno municipal y Vox, mientras se desestiman todas las alegaciones de Adepa y la oposición, basadas en su mayoría en criterios técnicos.
El urbanismo, que debería ser un ejercicio de proyecto compartido de ciudad, queda de nuevo relegado al capítulo de las mayorías coyunturales. Mientras otras ciudades convierten viejas infraestructuras en espacios públicos compartidos, Sevilla apuesta por un “business park” propio de épocas especulativas.
En 2028, cuando la memoria del Canal solo esté en las fotografías, volverá a resonar la letra de Celentano: donde había hierba —donde podría haber habido agua, o una arteria verde— ahora hay ciudad, en el sentido más pobre de la palabra. Será, entonces, troppo tardi.