Álvaro Ramos.
Para muchos de nosotros, la Navidad empieza de verdad en el puente de la Inmaculada. Es entonces cuando abrimos los altillos y rescatamos de los arcones las figuras del Belén, los árboles y las luces de colores que anuncian que otro diciembre está en marcha.
En estos días festivos, las casas recuperan un rito que pasa de generación en generación como es reunirse en familia para montar el nacimiento.
Es todo un arte colocar cada pieza con paciencia y devolver a la memoria los recuerdos que despiertan esas figuras gastadas por el tiempo.
Es inevitable pensar en quienes ya no están, pero con la esperanza de transmitir a los más pequeños esa tradición íntima que, pese a sus cambios, sigue siendo el alma de estas fechas.
Pero este espíritu parece salir de las casas para adueñarse de la ciudad entera. En estos días, Sevilla ha decidido adentrarse de lleno en la Navidad. Basta con darse un paseo para comprobarlo.
El mercado de belenes, instalado un año más en la Avenida de la Constitución, vuelve a levantar su pequeño reino de corcho, musgo y miniaturas.
Al acercarse a los puestos uno entiende por qué continúa despertando la ilusión de varias generaciones. Allí están los niños, estirándose sobre los mostradores, buscando las nuevas figuras que completen su particular Belén.
Todo envuelto en ese inconfundible aroma a incienso navideño que anuncia que las Fiestas se acercan.
Tras el mercado, uno se adentra de lleno en la Avenida de la Constitución, convertida en arboleda luminosa, que ofrece una suerte de bosque urbano que invita a caminar sin prisas.
Eso sí, esquivando a turistas y locales que móvil en mano quieren inmortalizar su imagen rodeado de tanto brillo. Es innegable, las luces, este año, han vuelto a triunfar.
Y al finalizar la avenida, uno desemboca en la plaza San Francisco, donde el mapping de esta edición ha sido toda genialidad visual. Una propuesta que repasa la historia y costumbres de la ciudad a través de una narrativa musical que va desde Francisco Guerrero hasta el inolvidable Pascual González.
Eso sí, pasando por otros nombres como el operístico Rossini, el costumbrismo de Quiroga, Quintero o Turina, el innovador cofrade López Farfán y los siempre eternos Triana.
Pero más allá de la apuesta urbana, por toda Sevilla empiezan a montarse belenes de asociaciones, entidades o hermandades. Cada uno con su sello, cada uno con su manera de contar un relato que es el mismo pero que para cada uno tiene algo diferente.
Por no hablar de las zambombas, adoptadas desde la vecina Jerez, que se multiplican como si fuesen ya patrimonio propio.
A ellas se unen las pistas de hielo del Prado y de Torre Sevilla, los mercadillos y las rutas que empiezan a trazar quienes quieren vivir la Navidad en estado puro y, si se quedan con ganas, siempre pueden escaparse a los pueblos vecinos.
Y por supuesto, para los más golosos, hay una cita indispensable en estos días como la venta de dulces conventuales que hace que la más cuidada repostería monacal salga de las clausuras de oración y silencio para ofrecerse como dulce maná navideño en los Alcázares.
Pero por si a uno le sabe a poco todo lo anterior, aún queda adentrarse en ese universo paralelo que solo los cofrades conocen. Para ellos la pasión nunca hiberna.
En este puente ha habido besamanos, cultos y alguna que otra procesión de la Inmaculada. Es como si Sevilla, en mitad de las luces y los villancicos, recordara que su identidad también huele a incienso y cera.
Estos días se nota que hay más gente en las calles, incluso entre semana. Quizá sea la anticipación, esa necesidad casi instintiva de asomarse a lo que viene, de empezar a palpar la alegría antes de que llegue la vorágine de las Fiestas.
O quizá sea que, tras meses de rutinas, muchos ven en la Navidad el momento de parar y tomarse un respiro para afrontar los nuevos retos del año que se acerca.
Lo que sí está claro es que la ciudad ya ha empezado a vivirla con la intensidad de quien sabe que la tradición no es solo repetir lo de siempre, sino revivirlo con un entusiasmo nuevo.