Durante estos días, Sevilla vive una de las celebraciones más importantes de su calendario festivo como es la Semana Santa. Todo un auténtico espectáculo para los sentidos, donde el fervor popular se entrelaza con el arte en su máxima expresión. Durante estos ocho días, sevillanos y turistas podrán contemplar en primera persona la belleza de los pasos, las imágenes procesionales cargadas de espiritualidad, enseres ricamente ornamentados y bandas que hacen de sus marchas el fondo musical de la Semana de Pasión. Este es, de manera indudable, el rostro más visible de la Semana Santa sevillana, el que se graba en las retinas y emociona tanto a creyentes como a visitantes. Sin embargo, más allá de esta dimensión pública y espectacular, existe otra cara de las cofradías, una mucho más discreta y, sin duda, esencial, como es su labor social y caritativa.
Decía Jesús en el Evangelio de San Mateo que "cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha", una clara metáfora que subraya la necesidad de actuar sin buscar reconocimiento. Esa máxima, que remite a la humildad del bien hacer sin alardes, es perfectamente aplicable a muchas de las acciones que desarrollan las hermandades a lo largo del año. Porque sí, las cofradías no son solo el esplendor que se ve durante la Semana Santa, también son entidades profundamente comprometidas con la ayuda al prójimo. Y no siempre se les reconoce como merecen.
Habitualmente, cuando se menciona la labor social de las hermandades, se piensa en campañas puntuales de recogida de alimentos o ropa. Pero la realidad es mucho más amplia y ambiciosa. Hay cofradías que gestionan proyectos de gran envergadura, sostenidos en el tiempo, que buscan no solo paliar necesidades inmediatas, sino ofrecer apoyo estructural y duradero. Hablamos de iniciativas que abarcan desde la asistencia a personas dependientes hasta menores abandonados, pasando por la atención a mujeres víctimas de violencia, la inclusión de personas sin hogar o el acompañamiento de ancianos. Porque no hay que olvidar que la soledad es uno de los grandes males de nuestro tiempo.
En Sevilla, uno de los ejemplos más destacados es el del Centro de Estimulación Precoz de la Hermandad del Buen Fin, que desde hace décadas ofrece atención especializada a niños con necesidades especiales y a sus familias. Otro caso destacado es el de la Hermandad de la Macarena, que colabora estrechamente con el Hospital Virgen del Rocío, así como otras entidades esenciales en la labor social, como es la Cruz Roja. Y como ellas, muchas más cofradías que a diario ofrecen una labor asistencial fundamental. Lo hacen en silencio, sin buscar titulares ni reconocimientos, simplemente porque entienden que esa es también su misión.
Los últimos informes disponibles muestran una cifra sorprendente. Las hermandades destinan cada año varios millones de euros a obra social. Esa cantidad, fruto del esfuerzo colectivo de hermanos, donantes y voluntarios, es el mejor testimonio del impacto real que estas entidades religiosas tienen en su entorno. Y es una contribución que, sin duda, merece ser puesta en valor.
Por eso, cuando esta Semana Santa se detengan a ver una cofradía pasar por la calle, piensen que detrás del nuevo manto que cubre a la Virgen hay familias que pueden llevar comida diaria a su casa. Que, tras una túnica bordada, puede haber una persona que ha conseguido salir del pozo de la drogadicción o el alcoholismo. Que, bajo un estandarte enriquecido en oro, hay un anciano que, al menos por unas horas, ha dejado de sentirse solo. Porque esa es la otra cara de las hermandades, la Semana Santa que no se ve.