El Fiscal General del Estado estaba con sus puñetas, su toga y su galleta mirando al fondo de la sala, con la mirada ida y pensando:

-¿Me condenarán?

De vez en cuando miraba hacia el tribunal y su presidente, otras veces a los abogados que tenía enfrente de la acusación particular y la acusación popular. Todos se habían vuelto en su contra. Eso sí, tenía a su lado nada más y nada menos que a una fiscal bajo sus órdenes y a todo un abogado del Estado jefe.

-¿Abogado del Estado o abogado del gobierno?

Día a día, comparecía con el peso de la toga y sus puñetas nada más y nada menos que en la sala segunda del Tribunal Supremo, en la plaza de la Villa de París, tan cerca de su despacho de fiscal general. El señor García Ortiz resiste, quiere aparentar que no sufre, que no se considera culpable, que todo lo ha hecho bien.

Pensaba absorto en la mirada del novio de Ayuso, González Amador, cuando le señaló con el dedo en la sala de vistas ante todos:

No he cometido ningún delito y mucho menos descubrir y revelar un secreto que estaba en boca de todos!

-¡Esa noticia ya había sido publicada por las cabeceras mediáticas de la izquierda!

-¡Por favor, Señor! ¡Líbrame, líbrame ya de este castigo divino!

-¿Qué he hecho yo sino ser fiscal general del gobierno?

-Al fin y al cabo ¿Quién me nombró? ¡Me nombró Sánchez!

Y en ese momento, el fiscal general pensó:

-Ya tiene su hermano el músico su juicio en febrero…

Igualmente, vinieron a su memoria esos autos de la audiencia provincial de Madrid que no se oponen al procesamiento de Begoña Gómez, señora de Sánchez, ante el tribunal del jurado ¡Y por cinco delitos!

Reflexionó entonces García Ortiz:

-¡Al menos yo no estoy ante un tribunal del jurado! ¡Cuyos veredictos son casi en un noventa por ciento de culpabilidad!

Sudaba cada vez más cuestionándose a sí mismo:

-¿Me pregunto qué he hecho yo más que llamar a un fiscal que estaba en un partido de fútbol?

-¿Qué he hecho yo más que llamar a la fiscal del tribunal superior de justicia de Madrid para que no nos ganaran el relato?

-¿Y qué he hecho yo más que llamar a la fiscal jefe de Madrid para que colaborase conmigo? Menos mal que esta última sí ha estado a mi lado en el juicio y no me ha traicionado.

-¿Cómo ha pedido tanta gente que me cesaran, si no me ha cesado ni el Tribunal Supremo? En todo caso, me cesará a partir de la sentencia si es condenatoria.

-¿Y cómo voy yo a dimitir? ¡Si dimito, no tendré mis prebendas y dejaré de estar aforado!

-¿Y cómo me va a cesar Sánchez, si yo estuve de acuerdo cuando me nombró en cubrirle las espaldas como él me las está cubriendo ahora?

-¡Menos mal que mi amigo Félix Bolaños ya está proponiendo las reformas legales necesarias para que sea yo el que instruya!

-¡Mis fiscales, todos bajo mis órdenes: fiscales superiores, fiscales jefes y fiscales del último pueblo de cualquier provincia española, serán los que investiguen!

-¡Yo seré el que instruya! ¡Yo seré el que investigue! ¡Yo no me investigaré a mí mismo! ¡Ja, Ja, Ja, Ja!

Miró hacia su biblioteca, llena de códigos, tomos de jurisprudencia y monografías sobre delitos, cuestiones procesales, biografías, novelas, política. Se quedó pensativo recordando aquellos duros años de opositor.

Cuántas horas sin parar de estudiar! Durmiendo cinco horas al día, bebiendo café a discreción, saliendo sólo un día el fin de semana.

Y cuando estaba pensando en aquellas noches de insomnio, un ruido estruendoso se produjo ante su sorpresa delante de él, que fue mayor cuando observó que el tomo que se había caído de la biblioteca era la Constitución Española.

Y entonces se levantó y dio un gran grito:

¡Conde Pumpido! ¡Él me salvará si se atreven a condenarme estos fachas!