La noticia de agencia publicada este miércoles por la noche no podía sonar menos interesante para el lector medio: un grupo llamado Mazacruz quedaba disuelto por un laudo dictado en un procedimiento arbitral en Madrid. A esta situación se había llegado tras el enfrentamiento, durante más de una década, entre los herederos de un rico propietario con título nobiliario.

Pero detrás de la escueta información, redactada con el desapasionamiento de una agencia de prensa, se escondía justo lo contrario: pasión, envidias, traiciones, historia con mayúscula, mucho dinero –más de 600 millones de euros-, apellidos ilustres como Larios y, por encima de todo, la lucha de tres mujeres –la viuda en segundas nupcias del terrateniente y sus dos hijas- contra el hijo del propietario nacido de un primer matrimonio. Éste quería quedarse con todo: con lo que le correspondía y con la herencia de las citadas. Una especie de Falcon Crest a la manchega.

La pelea por la multimillonaria herencia se ha producido en un marco histórico y cinegético sin parangón en España. La finca La Dehesa de los Llanos, situada en Albacete, ocupa más de 10.000 hectáreas. La extensión, donde han cazado escopetas tan ilustres como Francisco Franco o el rey Juan Carlos I, era propiedad de Carlos Gutiérrez-Maturana-Larios y Príes, VIII marqués de Paúl, hijo adoptado por el marqués de Larios al haberse casado éste con Pilar Príes Gross, madre y viuda muy joven tras morir su marido militar en la Guerra Civil.

La finca La Dehesa de los Llanos está coronada por un casa palacio que tiene cientos de obras artísticas, casi tantas como ventanas el ilustre edificio de El Escorial. Entre éstas, un par de pinturas de Goya. Casi nada. En los veintitantos dormitorios de la casa solariega, adquirida por el marqués de Larios al no menos famoso marqués de Salamanca a finales del siglo XIX, han dormido ilustres personajes de todos los ámbitos sociales de la España del siglo pasado, como los mencionados Franco y Juan Carlos I en sus épocas de apogeo.

El comienzo de la tragedia

El marqués fallecido junto a Bárbara.

La tragedia comenzó a urdirse a finales de los años 60, cuando el marqués de Paúl, Carlos Gutiérrez-Maturana-Larios y Príes, se enamoró como un cadete de una atractiva y exótica mujer, más joven que él, llamada Bárbara Kalachnikoff. La ilusión de los amantes se encontró con un grave inconveniente: el marqués estaba casado con Julia Altuna, con la que había tenido dos hijos, José Antonio y Carlos. Éste último es el otro gran protagonista en esta procelosa historia, al haber sido él quien ha querido dejar sin herencia y sin patrimonio a la viuda Kalachnikoff, hija de un ruso pariente del inventor de los fusiles y de una española cuyo padre fue un influyente periodista, José María Carretero Novillo, alias El Caballero Audaz, pionero del reporterismo, de la entrevista periodística y uno de los primeros cultivadores en España de la novela erótica.

Todo funcionaba aceptablemente bien en aquella España pacata en la que los escándalos de las clases altas se tapaban con el velo de la invisibilidad. Don Carlos se casó en 1970 en México con la exuberante Bárbara –ya que en España no existía el divorcio- y tuvo tres hijas: Alejandra, nacida en 1970, fallecida prematuramente; Christina (1972) y Bárbara (1977), la pequeña y seguramente la más luchadora de este póker de mujeres. Hasta 1982, tras aprobarse la ley del divorcio en España, don Carlos y Bárbara Kalachnikoff no pudieron casarse. Lo hicieron, cómo no, en Albacete. En ese momento las tres hijas dejaron de ser extramatrimoniales y adquirieron plenos derechos para heredar.

Este fue otro paso más, quizás el decisivo, para la disputa sin tregua que acabaría produciéndose entre el hijo del primer matrimonio, Carlos Gutiérrez-Maturana-Larios y Altuna, y las mujeres mencionadas. El duelo comenzó antes de que el marqués de Paúl falleciera en 2004. Probablemente, Altuna pensó durante muchos años que él sería el heredero de todo el imperio, al ser hijo del matrimonio “verdadero” del marqués, mientras sus hermanastras eran simples hijas biológicas, producto de un capricho de papá.

Por si las pasiones y la envidias fueran pocas, Bárbara Kalachnikoff cometió el gran error de su vida, del que nunca se ha arrepentido suficientemente, durante un viaje familiar a Nueva York. Entonces el marqués expulsó de su lado a su esposa Bárbara y a su hijo Carlos, al tiempo que los desheredó. En realidad, el rico terrateniente, descrito como un caballero a la antigua usanza, cambió más de media docena de veces su testamento, debido a las sorpresas inesperadas de la vida.

Bárbara no sabía que había caído en manos de su peor enemigo, su hijastro, el hombre que acabaría queriéndose apropiar de toda la fortuna del marquesado de Paúl: la finca de Albacete, el Palacio con dos Goyas y otras obras de arte, y millones de metros cuadrados en suelo concentrados fundamentalmente en Málaga, paraíso del sol y de la construcción carísima. De ahí, los más de 600 millones en que está valorado el grupo Mazacruz.

EL PERDÓN A BÁRBARA

La finca La Dehesa de los Llanos, en Albacete, propiedad de la familia.

Pero la tragedia manchega no acaba aquí. En 1992, el marqués, muy enfermo, perdona a su esposa Bárbara, hace las paces con ella, incluso unos pocos años después acepta que regrese a la familia Carlos, el hijo pródigo. Es en 1994 cuando se crea Mazacruz, un holding para agrupar las incontables posesiones del marqués.

El año 2000 es clave. Se pone punto y final a la apariencia de armonía familiar entre padre e hijo. El marqués sufre una crisis cardíaca. Internado en el hospital Ruber Internacional, de Madrid, se decide estabilizar al enfermo y prepararlo para trasladarlo a Houston, donde sería operado a vida o muerte. El hijo, Carlos, aprovecha la situación extrema del padre para pasarle a la firma, en la habitación hospitalaria, tres documentos decisivos.

En el primero, el marqués modifica los estatutos de Mazacruz, de suerte que las 135.252 acciones pasan a valer, cada una, cinco votos. Este paquete, como figura en el segundo documento, es donado por el marqués a su hijo Carlos. Con lo cual, éste pasará a tener más del 61% de los votos ante la Junta de Accionistas. Y, por tanto, la mayoría del grupo para hacer y deshacer. El tercer documento especifica que cualquier propiedad pasada, presente o futura del marqués es donada a la sociedad Mazacruz. En suma, todos los huevos del patrimonio en la misma cesta, y en manos del hijo Carlos.

Hay un detalle final que muestra la premeditación con que opera Carlos hijo en el momento en que su padre se debate entre la vida y la muerte. Tras tener los documentos firmados por su padre en ese trance hospitalario, consigue que sean ratificados por la esposa del Marqués y por sus dos hijas. La rúbrica se realiza sobre el capó del vehículo que las iba a trasladar al aeropuerto de Barajas. Quien no firme no subirá al avión fletado para llevar al marqués a Houston. 

El pastel se descubre porque el marqués, en contra de todos los pronósticos, sobrevive a la operación y vuelve de Houston con ganas de recuperar el poder. Enterado de lo que firmó, encarga una auditoría y descubre la deteriorada situación económica del grupo. Es cuando ofrece a su hijo una canonjía vitalicia de dos millones mensuales, para no hacer nada. Como la mejor defensa es el ataque, Altuna rechaza el ofrecimiento y presenta una demanda exigiendo el cumplimiento con los cambios accionariales firmados por el marqués en la cama del hospital. Don Carlos, ante la obstinación de su hijo, presenta a su vez una querella criminal por estafa contra su descendiente. Será el inicio del baile familiar en los juzgados.

Muerte del marqués

Carlos Gutiérrez-Maturana-Larios Altuna logró hacerse con el control del grupo de su padre.

El marqués muere en 2004. Un año después, la demanda que presentó contra su hijo es sobreseída y, en cambio, el hijo gana la que interpuso contra su padre. Así le consagra como detentador de la mayoría de las acciones del grupo Mazacruz.

Los años siguientes, hasta llegar al laudo conocido este miércoles en el que se aprueba la disolución de la sociedad, como pedían la viuda Kalachnikoff y sus dos hijas, Christina y Bárbara, el trajín de idas y venidas a los tribunales ha sido un incesante, hasta completar más de 40 procedimientos judiciales. Un papel decisivo en todo el viacrucis judicial de la viuda y las hijas del marqués de Paúl se ha jugado en Albacete, con participación especial del juez Sánchez Purificación.

Hay otro magistrado que también tiene protagonismo, Vicente Manuel Rouco Rodríguez, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha, sobrino, por cierto, del cardenal Rouco, ex presidente de la Conferencia Episcopal. Este magistrado es buen amigo, al parecer, de María Dolores de Cospedal, actual ministra de Defensa. Cospedal también ha tenido una estrecha relación con Carlos hijo. Si la Justicia es ciega, lo cierto es que diferentes instancias judiciales de Castilla-La Mancha casi siempre se han decantado en favor de Carlos Gutiérrez-Maturana-Larios Altuna.

Altuna es muy buen amigo de sus amigos. Los trata con exquisita prodigalidad, también gracias a la cobertura que le ha dado actuar como dueño de hecho de Mazacruz. Entre los grandes beneficiarios ha estado don Juan Carlos. El rey intentó poner paz en 2009 en la guerra fratricida de los herederos del marqués de Paúl. Y pidió a Alberto Ruiz Gallardón, entonces alcalde de Madrid, luego ministro de Justicia de Rajoy, que mediara. El encuentro acabó en un estrepitoso fracaso, hasta el punto de que el aspirante a mayorazgo, amenazas aparte, prohibió a la viuda de su padre acceder a la finca La Dehesa de los Llanos. Más aún: intentó desalojarla de la casa palacio pese a que allí está enterrada su hija mayor, Alejandra, fallecida en 2002 cuando aún vivía su padre, el malogrado VIII marqués de Paúl.

Esta es la historia de una familia rota en la que tres mujeres, Bárbara Kalachnikoff y sus dos hijas, han luchado hasta la extenuación por recuperar su patrimonio en la disputada herencia del marqués, tras 15 años de pelea judicial con Carlos, amigo del rey emérito y de otros poderosos. Hay patrimonio y dinero suficiente para repartir, pero el hijo mayor parecía quererlo todo. Si hay recurso al laudo de disolución de Mazacruz – de maza y cruz para las tres mujeres- el punto y final tendrá que ponerlo el Tribunal Superior de Justicia de Madrid.

En cualquier caso, el “affectio societatis”, necesaria para evitar la disolución de una sociedad, está claro que se esfumó hace muchísimos años entre todos los participantes. Si acaso alguna vez lo hubo.

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