El crimen no cierra por vacaciones. Ni siquiera en las fechas navideñas. Los delitos se incrementan en estas jornadas pródigas en alcohol y reuniones familiares, de amigos y de empresa. La violencia, las muertes, adquieren especial resonancia emocional.

Dos apretadas semanas con fiestas punteras como son Navidad, Año Nuevo y Reyes. Tienen algo en común aunque no es precisamente la alegría, sino la nostalgia. El origen semántico es nostos (regreso) y algos (dolor). Es decir, el retorno al pasado, a situaciones y recuerdos que vuelven a flotar en nuestra memoria.

Quizá por eso es preciso un estímulo de tipo externo en forma de luces y sonidos, de efusiones y brindis. La ingesta etílica supone uno de los elementos característicos de estas jornadas. La bebida acompaña a las habituales copiosas comidas y el chinchín de las copas al rozarse es costumbre en hogares, en bares y hasta en plena calle. Según los psicoanalistas es una forma de compensar el fantasma de la angustia en el recuerdo.

Fechas también de excitación y nervios por la llegada de familiares a los que hace tiempo no se ve, por las compras, por los preparativos gastronómicos... Cierta ansiedad y estrés que se incrementa con el elevado consumo alcohólico. Algo que degenera a veces en agresividad y ataques con fatales consecuencias.

Y homicidios surgidos de ganas de bronca, discusiones y momentos de ira, donde salen a relucir viejas rencillas. Y, a veces, lo peor que llevamos dentro. Sucesos que han quedado escritos con tinta roja en la crónica negra española.

No existen cifras oficiales concretas de las muertes en Navidades. Ni hasta 2012 de las que ocurrían al cabo del año en toda nuestra geografía. A solicitud del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela se dio a conocer por primera vez en la historia policial de España el índice de seguridad ciudadana. Datos que de siempre, por intereses políticos, se tratan de ocultar o maquillar la mayor parte de las veces.

NOCHEBUENA SANGRIENTA

Uno de los más eminentes forenses psiquiatras que ha tenido nuestro país fue José-Antonio García-Andrade. Más de cuatro mil cadáveres pasaron por sus manos y atendió a un millar de criminales. En una entrevista para El Caso me contaba su primera Nochebuena tras ser destinado a los juzgados de Madrid.

–Me levantaron en plena cena. Acababan de asesinar a una persona.

Un hombre de 45 años, muy bien vestido, se dirigía con su pareja a una fiesta familiar. De pronto apareció un grupo de muchachos alborotadores que iban tocando panderetas y cacerolas. Le incordiaron y respondió afeándoles su mala educación. Al poco todos continuaron andando, pero él caía al suelo para no levantarse nunca más.

–Observé que un punzón le había desgarrado la arteria femoral, lo que produjo una gran hemorragia interna. El estudio de la lesión permitió saber que su origen no era una navaja en forma de estilete, sino un instrumento profesional. Casi seguro, un martillo.

Pista que sirvió a la policía para detener rápidamente al agresor. En efecto, se trataba de un carpintero. El homicida no era consciente de lo que había hecho, pues consideraba que fue una discusión intrascendente, y el exceso de copas que llevaba encima no le permitía recordar nada.

–Aunque tuve más guardias en los juzgados de Madrid, en los que hube de realizar autopsias a gente que mataron en otras Nochebuenas, fue este primer fiambre el que me dejó más impresionado, el que todas las Navidades recuerdo.

José Antonio García-Andrade, uno de los mejores forenses del país, tenía más trabajo en Navidades por los crímenes que se producían.

Me reconocía que la supuesta paz de estas fechas se salda con un elevado balance de víctimas, lesiones, accidentes, etc. "Sucesos que ponen en tela de juicio los buenos deseos y felicitaciones de paz y prosperidad que tanto abundan en estas fiestas", era su conclusión.       

HOMICIDIOS EN CASAS, EN BARES, EN LA CALLE…

El 24 de diciembre se caldea el ambiente y, entre brindis y deseos de felicidad, surgen enfrentamientos de todo tipo. Es la noche de mayor actividad policial de todo el año por incidentes en cenas familiares iniciadas de modo amistoso y que en ocasiones terminan como el rosario de la aurora sin pasar por la misa del gallo. También se prodigan en establecimientos de hostelería y en la vía pública. Broncas, alborotos, peleas...

Dos hermanos gemelos tomaban copas en un bar del Pozo del Tío Raimundo, en el madrileño barrio de Vallecas. La alegría de la fiesta disparó su euforia, que acabó en discusión con una pareja de clientes. El motivo, nimio: quién pagaba unos botellines de cerveza. Voces, gritos, algún insulto... Parecía que la cosa no iba a pasar de ahí.

Cuando salieron a la calle se encontraron con que sus oponentes les estaban aguardando navaja en mano. No les dio tiempo a defenderse. Recibieron sendas cuchilladas en el corazón. De inmediato

José María y Esteban López Martínez, de 47 años, albañiles, cayeron muertos sobre la acera.

Los agresores se dieron a la fuga. Había gente que presenció la discusión en La Bodega de Altozano y facilitó la descripción de los dos agresores. Eran cuñados. No regresaron a su hogar, pero la policía no paró en aquellas Navidades de 2004 hasta que consiguió detenerles. Joaquín E. J. y Ricardo S. J. fueron condenados a más de 30 años de cárcel.

En ocasiones ha habido más de un crimen en Nochebuena. Así, fueron asesinados en 2008 un par de mujeres por sus compañeros sentimentales. En la localidad gallega de Neda, María Fraguela Martínez, de 63 años, murió a manos de su marido, de 74, que la atacó con un martillo y un cuchillo en la cabeza y cuello. Después intentó suicidarse.  

En una urbanización de la playa de las Américas, en Tenerife, la súbdita británica Lisa M., de 28 años, fue hallada muerta. Había tenido una pelea con su novio y éste la tumbó mortalmente con un bate de béisbol.

Homicidios, Navidad tras Navidad, en hogares, en bares, en la vía pública... Un botón de muestra de la violencia en la noche que debería ser por excelencia de paz.

ASESINATOS PREMEDITADOS

Homicidios, pero también asesinatos preparados ex profeso para ejecutarlos en estas fechas. Los criminales no cogen vacaciones. En el recuerdo permanecen los magnicidios en Madrid de los presidentes Juan Prim y Luis Carrero Blanco. La sangre tiñó de rojo aquellas Navidades de 1814 y 1973.

En cuanto a la crónica negra común, eran buenas fechas para la venta de ejemplares de El Caso. Los redactores no se turnaban para coger vacaciones, como en otros trabajos, dado que la actividad sangrienta se incrementaba notablemente.

En sus primeros números difundía crímenes resueltos, por supuesto. El régimen había autorizado su salida al mercado siempre que se mantuviera al principio de que el criminal nunca gana. La justicia y la policía debían ser por norma los buenos. Y, en cuanto a los sucesos, si eran de tiempos pasados, mejor.

Cinco miembros de una familia iban cantando y tocando la pandereta en el coche. Atropellaron a una señora y, en vez de socorrerla, se dieron a la fuga, continuando la juerga. La víctima murió por falta de auxilio inmediato.

Uno de los primeros que publicó fue la muerte el 23 de diciembre de 1939 de Andrés Pedrosa. El médico certificó como causa del óbito un colapso. En el entorno del difunto se sospechó de la viuda, Juana María Veny. Realizada la autopsia se demostró que había ingerido arsénico.

La mujer reconoció que le había dado una pócima al difunto, pero con la sana intención de curarle una lesión que tenía en el pie. De nada le sirvió su excusa. No pudo pasar las Navidades en compañía de su amante.

Posteriormente se produjeron en Palma de Mallorca otra serie de extrañas muertes rodeadas de parecidas circunstancias. Las víctimas, un marido engañado por su mujer; una anciana que pretendía desheredar a la nuera y ésta la eliminó; y un indiano, que se hizo pasar por rico para casarse con su joven sobrina, y cuando ésta vio que no tenía capital alguno lo mandó al otro barrio.

La Guardia Civil tuvo que seguir la pista para ver el origen de las ponzoñas que se estaban utilizando. Todo condujo a Magdalena Castells, una curandera. La avaricia la llevó a ofrecer a la clientela unos polvos para quien deseara desprenderse de algún allegado. Por 500 pesetas, una buena cantidad en aquella época, proporcionaba harina mezclada con bario y arsénico.

El Caso, aunque informaba puntualmente de los asesinatos que ocurrían en tan señaladas fechas, quería poner la nota de humor en sus primeras Navidades en el mercado.

Fue condenada a muerte, aunque hubo indulto y la pena fue sustituida por cadena perpetua. Sus clientas también sufrieron fuertes condenas.

MATÓ A SU 'LOLITA'

Estaba sentada en un taburete, rodeada de asiduos al bar. Se abrió la puerta y un sujeto se dirigió hacia ella. Cruzaron sus miradas. Ni una sola palabra. El recién llegado la cogió violentamente por la cabellera y con la otra mano le asestó repetidas cuchilladas. De inmediato abandonó el establecimiento. La joven se fue doblando hasta caer mortalmente herida al suelo. La sangre tiñó de rojo sus muslos apenas cubiertos por una exigua minifalda.

El agresor, Juan Ignacio Díaz Martínez, era un delincuente de poca monta. Algún robo y menudeo de hachís. Su hábitat era el barrio chino de Barcelona, donde residió durante muchos años junto a una ramera, María Torreblanca. Al tiempo fue a vivir con ellos una niña de 12 años, hija de una amiga, y de la que era madrina.

Se enamoró perdidamente de la cría. Carmen Molina Segarra desató una pasión arrebatadora en el hombre, pese a que era ya un cincuentón. Cuando la amante descubrió que se habían liado los echó de casa.

Tuvieron una criatura. Después volvió a prisión, donde se enteró de que la chica se había liado con un colega. Aunque no resultaba extraño que le abandonara, dado su alocado comportamiento desde púber, le partió el corazón que lo hiciera con su mayor enemigo. Desde hacía tiempo mantenía una violenta rivalidad con otro camello, Faustino, porque no respetaba su territorio ni su clientela.

Carmen, libre de ataduras, se mostraba feliz junto a su nuevo compañero, quien la introdujo en sus correrías de alcohol y drogas. Mientras, su enamorado no dejaba de pensar en ella tras los barrotes carcelarios. Tenía una fijación casi enfermiza. Trabajaba en los talleres del centro y le enviaba todo el dinero que ganaba. Incluso solicitó en repetidas ocasiones al capellán de la prisión que los casase para poder legalizar a su hija.

Empezó a rumiar su venganza. Como era un recluso ejemplar solicitó su primer permiso carcelario para la Nochevieja. Argumentó que deseaba ver a los suyos. Pero en realidad quería evitar que su amor disfrutara la despedida del año 1977 junto a su rival.

Fue directamente a buscarla. Sabía dónde encontrarla. Bar Rirareta, en el casco viejo de la ciudad. En cuanto la vio se dirigió hacia ella mientras sacaba un cuchillo oculto en su cazadora. Uno, dos, tres... hasta nueve tajos.

Abandonó tranquilamente el escenario del crimen. Encaminó sus pasos hacia un juzgado de guardia donde, tras entregar el arma, prestó declaración reconociendo la autoría del asesinato.

Su Lolita murió en Navidades, como la protagonista de la famosa novela del ruso Vladimir Nabokov.

ASESINÓ A UN BEBÉ

Noche de paz que no lo es para gente desalmada, como Jonathan Moya González. De 25 años de edad, había mantenido una breve relación sentimental con Gema María. Contactaron por Internet y se hizo pasar por un rejoneador de prestigio, propietario de una ganadería y con un alto nivel de vida. Tras unos contactos telefónicos consiguió seducirla. Quedaron en conocerse y probar a vivir juntos. Se fue a vivir a casa de ella en la Palma del Condado (Huelva), donde residía con su pequeña de 16 meses. Duraron juntos unas pocas semanas, retornando él a Almería.

En puertas de las Navidades de 2012 la convenció para que fuera a verle con la niña. Iba a darle como regalo navideño un traje de bautizo y había que tomarle las medidas. Madre e hija se desplazaron en tren hasta la localidad granadina de Guadix, donde él las recogió con su coche. Después condujo por vías secundarias y caminos rurales.

Al rato simuló una avería. Pidió a su acompañante que bajara del vehículo para empujarlo. Ocasión que aprovechó para atarla con las manos a la espalda y acto seguido violarla. Después la dejó abandonada en un descampado, huyendo con la criatura.

Condujo hasta un cortijo de su familia en Fiñana, donde sabía que no iba a verle nadie. Tuvo a la niña secuestrada en pésimas condiciones durante cinco días. Como lloraba la golpeó con un objeto metálico. Miriam quedó inconsciente y gravemente herida.

El Caso despedía su primer año en el mercado dando en contraportada un suicidio motivado por el exceso etílico tras la Nochebuena de 1952.

En plena Nochebuena la metió en un plástico transparente, tapándole la boca y la nariz. Fallecía por asfixia a primeras horas del día de Navidad. Después la colocó en una bolsa de viaje, con 15 piedras, y la sumergió en una alberca tras anudarle por fuera un bloque de cemento. El culmen de la maldad.

La denuncia de la madre de la víctima condujo rápido a la localización del criminal. Aunque proclamó su inocencia, las pruebas eran irrefutables. La Guardia Civil descubrió el cadáver en la balsa y huellas en el papel film en el que fue envuelta la niña, antes de ser arrojada al agua, y en su ropita. Fue condenado a 23 años por asesinato y a siete por violación.

LO MATÓ CON UN CUCHILLO ELÉCTRICO

Fue la primera vez que se utilizaba en nuestro país tal arma para cometer un asesinato. Sucedió en Zamora. La Navidad acababa de estrenar el año 1989.

María Luisa Loayssa Cabeza decidió aplicar el dicho de año nuevo, vida nueva. Esperó a que su pareja se durmiera, apoyó la hoja del cuchillo eléctrico sobre su garganta y apretó el botón de arranque. Ya lo habría probado cortando turrón. No podía fallar.

El hombre saltó aterrado de la cama y huyó a la calle mientras trataba de contener la hemorragia con una toalla. Un conductor se detuvo de inmediato y lo trasladó al hospital. Fue intervenido de urgencia. De constitución fuerte, aguantó unas horas. Pero tenía la yugular seccionada y la carótida lesionada. No pudieron hacer nada por salvarle la vida.

La mujer, al ver que la víctima había escapado, decidió entregarse a la policía. Declaró que tenía 35 años cuando conoció a Manuel Moreno Alonso, once años más joven que ella. Su físico y su posición económica pudieron ser el reclamo para su joven amante.

A Manuel le gustaba vivir bien y prodigarse por bares y otros locales de esparcimiento. Aficionado al juego, frecuentaba timbas y casinos. En poco tiempo despilfarró los seis millones de pesetas que tenía ahorrados la mujer.

Llevaban 17 años juntos. Ya no era la joven lozana de antes y su compañero la miraba con cierto desprecio. Incluso la sometía a malos tratos físicos y psicológicos. Ella empezó a hartarse de una situación que se iba agravando por momentos. Además, la había amenazado de muerte si no firmaba en su favor la cesión de unas propiedades.   

Harta de pasar penurias decidió poner fin a tal estado de cosas. Manuel no había aparecido en toda la noche y llegó, tras un maratón de juego, a última hora de la tarde. Malhumorado, como casi siempre, pues había perdido todo el dinero, decidió echarse a descansar. María Luisa fue a la cocina, cogió el cuchillo eléctrico y lo enchufó: "Este es mi regalo de Reyes".

Ante la policía no mostró arrepentimiento ninguno. Afirmó que volvería a hacerlo. Sentía no haberlo matado en el acto. "Si ese hombre hubiera tardado un par de segundos más en reaccionar, le habría cortado la cabeza". Fue condenada a 20 años de cárcel  

Mucha violencia, numerosos criminales, demasiadas muertes también en Navidades. La crónica negra de estas fechas transcurre a veces oculta entre brindis y felicitaciones, pero las morgues siguen recibiendo occisos más que durante el resto del año.

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