Brasil

Cuando habla de sus compañeros no puede evitar llorar. José Nivaldo Martins Constante, de 42 años, actúa como el padre del equipo. Uno equipo humilde sobre el que se ha cernido una imprevisible tragedia. Nivaldo habla con EL ESPAÑOL para explicar lo doloroso que es que tus compañeros hayan muerto en un accidente de avión. El portero acaba de anunciar su retirada del Chapecoense después de 10 años formando parte del equipo brasileño. Estaba previsto que viajara, pero al final se quedó en tierra. "Hubo un cambio en el viaje y por eso el entrenador no me citó". Quedarse en la reserva le ha salvado la vida, aunque no se siente capaz de seguir jugando en el equipo.

Al recordar a sus compañeros, a Nivaldo las frases le salen entrecortadas. Ejerciendo de portavoz, tiene palabras de afecto para los jugadores fallecidos. Se refiere al capitán Cléber Santana, exjugador del Atlético de Madrid, diciendo: "Era el líder del equipo, su experiencia en España nos ayudó mucho".

Reportaje Chapecoense

La voz le tiembla cada vez que le pregunto por el tema. Cómo se enteró de la tragedia, cómo la vivió. Rápidamente menciona a su hijo, Joao Pedro, de 6 años, y ahí rompe a llorar. "Quise evitar que se enterara de lo que sucedió con el avión. Pero poco a poco lo fue sabiendo por las noticias. Escuchó personas hablando sobre el accidente y me preguntó si Danilo y Cléber habían muerto". Se lo confirmó, claro, pero a esa pregunta le siguió otra:

-Papá, ¿Cadu murió también?

-Sí, también: se fueron a jugar al cielo.

Nivaldo me confiesa que se le rompió el corazón al relatarle a su hijo lo sucedido, que un dolor en el pecho no le dejaba respirar. Cadu, miembro de la comisión técnica, quien era como un hermano para el guardameta, era también padrino de su hijo. Falleció junto a sus compañeros, sus amigos. Este grupo era algo más que un equipo de fútbol. Se mezclaba lo profesional con lo personal: eran una piña, una tribu, una familia. Del mismo modo que la afición, lo mismo que la ciudad de Chapecó. La clave del éxito improbable de un equipo con pocos recursos, sin tradición futbolística, fue y será la cohesión de su gente.

El equipo Chapecoense al completo. Cedida por la Asociación Chapecoense de Fútbol

Ejemplo de ser un equipo humilde con pocos recursos son precisamente los salarios que cobraban los jugadores en función del rango que ocupaban. El más alto no alcanzaba los 27.000 euros anuales. Y el más bajo, los 5.000. Solo fletar el avión para ir a Medellín, en el que tuvo lugar el siniestro, costó 130.000 dólares, según ha confirmado Gustavo Vargas Gamboa, gerente general de Lamia, la aerolínea con la que viajaban, una cantidad muy superior a lo que ellos ingresaban.

A Nivaldo le faltaban dos partidos para retirarse. Pretendía poner fin a su carrera tras jugar ante el Atlético Mineiro en apenas dos semanas. El más veterano de los jugadores del Chapecoense no podrá alcanzar los 300 partidos con su equipo tras la muerte de sus 19 compañeros en el mayor desastre aéreo del mundo del fútbol. Cuando hablo con él reconoce que le cuesta alegrarse de estar vivo: el dolor por la pérdida es casi más fuerte que el alivio por haberse quedado en reserva y no haber cogido nunca ese avión. Como a él le ha ocurrido al resto de jugadores a los que el técnico Caio Júnior decidió no llevar: Nenem, Demerson, Boeck, Andrei, Hyoran, Moisés y Alejandro Martinuccio.

Nivaldo no logrará su gesta, ni tampoco volverá a jugar. Quien parecía decisivo para hacer que el equipo renaciese no consigue que sus ojos verdes dejen de llorar. La pequeña ciudad del Estado de Santa Catarina es prácticamente una sola voz, los cánticos son los de un día de partido, nadie esconde las lágrimas, pero no se está viviendo la tragedia con excesivo dramatismo. Nadie parece buscar culpables pese a las informaciones que aseguran que la compañía aérea Lamia pudo haber sido responsable de no llevar suficiente combustible.

La compañía aérea Lamia pudo haber sido responsable de no llevar suficiente combustible.

Los protocolos de seguridad internacionales obligan a que todos los vuelos, de línea y privados, tengan combustible de reserva para garantizar maniobras de seguridad. Sin embargo, el avión RJ-85 de bandera boliviana, que venía desde Santa Cruz de la Sierra y tenía como destino el aeropuerto internacional José María Córdova en Medellín, se reportó como desaparecido a las 9:54 pm. En ese instante tenía el tercer turno para posarse en tierra y volaba a unos 20.000 pies de altura. Al poco tiempo del accidente comenzaban a aparecer vídeos de los jugadores embarcando en Sao Paulo, fotos de los periodistas en las redes sociales... En apenas seis horas de vuelo, el avión terminaría en pedazos sobre una ladera antioqueña. A pesar de la destrucción, milagrosamente sobrevivieron seis personas: tres jugadores del Chapecoense, un periodista, una azafata y uno de los técnicos de vuelo.

El piloto del avión accidentado

Los medios también han hablado del piloto del vuelo CP-2933, Miguel Quiroga Murakami. Y es que Alfredo Bocanegra, director de Aeronáutica Civil de Colombia, ha cuestionado la actuación de Quiroga, insinuando que era posible que no hubiera declarado la emergencia por las consecuencias económicas que pudiera afrontar.

"Mami: voy saliendo del aeropuerto Viru Viru, de Santa Cruz (Bolivia). Iré hasta Medellín. Llamo cuando llegue". Este es el último mensaje de WhatsApp que envió Miguel Quiroga, el piloto de 36 años, a sus familiares. Se graduó de la Academia de Aviación de Bolivia en el 2002, pero se retiró para ser militar y hace cinco años retomó su carrera de piloto. Al parecer, este padre de tres hijos quería dedicarle más tiempo a su familia, y como militar no lo tenía. Nunca imaginó que retomar su carrera acabaría así.

Una grabación entre él y la torre de control del aeropuerto José María Córdova que ha sido divulgada revela que el avión se declaró en emergencia por falta de combustible y una falla eléctrica. "Señorita, Lamia 933 está en falla total, falla eléctrica total, sin combustible", se escucha a Quiroga decir en la grabación. "Vectores, vectores", es lo último que dice, pidiendo orientaciones para aproximarse al aeropuerto, y la torre contesta que lo perdió en el radar.

El piloto Miguel Quiroga Murakami, junto a algunos de los jugadores del Chapecoense.

"Debería haber estado en ese avión"

Nivaldo fue clave desde el comienzo: "Acompañé al Chapecoense desde la serie D a la A, lo he vivido todo aquí, y debería haber estado en ese avión". Debería, pero no estuvo. El técnico decidió que Nivaldo esquivara la muerte al no convocarlo y apenas tener la intención de reservarlo unos minutos para que se despidiera de su afición en el siguiente partido en casa. Sustituiría al portero titular Danilo, uno de los héroes del equipo, que durante unas horas se aferró a la lista de supervivientes pero que tristemente acabaría engrosando el total de 76 muertos entre jugadores, cuerpo técnico, periodistas y tripulación.

La trágica noticia llegaba mientras Brasil dormía. Las reacciones del mundo del fútbol que relataba la prensa brasileña venían de España. Las televisiones mostraban los minutos de silencio del Real Madrid y del Barcelona. Luego llegarían las muestras de solidaridad de clubes que rápidamente hablarían de ceder jugadores para que el Chapecoense no tenga que perder la categoría. Otros equipos como el reciente campeón Palmeiras pedía a la federación brasileña poder jugar con el uniforme del infortunado equipo una vez se reanude la competición.

El viaje de las esposas de los jugadores

Las escenas de cariño se repiten y los familiares de los fallecidos se sienten arropados por una gran familia que acude en masa para rendir homenaje a los que perdían la vida de camino a un sueño. La humildad de los poco más de 200.000 habitantes de Chapecó ha tocado los corazones de todo el mundo. Un pequeño y modesto equipo que haciendo las cosas bien lograba lo impensable: colarse en la élite del fútbol brasileño.

Esposas y novias de 13 de los jugadores del Chapecoense estaban planeando hacer un viaje juntas, con las familias. Un viaje de vacaciones a la República Dominicana que partiría el día 9 de diciembre. Todas ellas se tatuaron un mismo dibujo en el hombro: un corazón con un avión. "Era la marca del viaje, para recordarlo siempre, incluso cuando fuésemos viejos", decía Rosangela Maria Loureiro, viuda de Cléber Santana. El plan ahora es cancelar el viaje y tal vez hacerlo el próximo año con los hijos. "Preferiría que hubiera caído nuestro avión a Punta Cana. Estaríamos todos juntos: yo, mi marido y mis hijos. Mucho mejor que sola con mis hijos. Todo terminó", lamenta Rosangela.

Rosangela Maria Loureiro, la esposa de Cléber Santana, enseñando el tatuaje.

No se sabe todavía lo que sucederá con el Chapecoense, pero la afición exaltada al ver a los juveniles e infantiles saltar al terreno de juego la noche en la que debía haberse disputado el juego en Colombia gritaba: "Ahora sois vosotros". La familia Chapecoense no quiere que acabe aquí su joven historia. Eso lo sabe muy bien Nivaldo, quien forma parte del Chape desde 2007 y ha sido uno de los jugadores con más partidos a sus espaldas de la historia del club. "Decidí parar de jugar, pero ahora es momento de pensar en el club y ayudar a los que quedaron, para que podamos formar una nueva Chapecoense", afirma.

El exportero José Nivaldo Martins Constante, junto a su hijo de 6 años. Cedida por la Asociación Chapecoense de Fútbol

Nivaldo asegura que pretende ayudar al club, aunque no sea jugando. "En lo que dependa de mí voy a hacer todo lo que haga falta para levantar al Chapecoense". Por su parte, el nuevo presidente, Ivan Tozzo, vicepresidente hasta el fatídico accidente afirmó que quiere contar con el portero: "Nivaldo es el mayor vencedor de la historia del Chapecoense junto a Nenen, son los únicos que lo levantaron de la serie D para la serie A, ahora ambos pueden ayudar a reconstruir el equipo". Para él, la pérdida es demasiado dura y ha preferido rechazar la oferta.

Mantener al Chapecoense activo una temporada entera entre los mayores clubes brasileños costaba alrededor de 12 millones de euros. Recuperar un club después de una tragedia, de la muerte de decenas de personas, cuesta mucho más. Al menos tienen el apoyo de la gente. Flores, mensajes en los muros, jóvenes acampados en el estadio y una peregrinación constante. Entre el mar de camisetas verdes van pasando uno a uno, cabizbajos, los jugadores juveniles. Ellos son la esperanza de la reconstrucción. El club sigue trabajando. Muchos no saben muy bien cómo lo hacen.

Mientras los jugadores hacen un círculo en el grabado, otra rueda se organiza en los accesos del estadio. Los aficionados rezan, encienden velas y extienden pancartas. Las madres llevan flores y los niños cuelgan fotos. De algún modo la tragedia les ha dejado una importante lección y están reaccionando con entereza. Jamas lo tuvieron fácil: volverán a levantarse.