El cocktail de música, arte y diseño que explotó en los años 80 en el centro de Madrid, concretamente en los barrios de Malasaña y el centro, ha inspirado libros, películas y series. En los garitos de la zona conoció Pedro Almodóvar a sus chicas y Tequila tocó sus primeras canciones. Pero en los últimos años, esos templos de la ‘Movida’ que fueron los bares corren peligro por las cuantiosas multas que reciben.

Tras la barra del Bar Gris, Pablo Rodríguez lleva treinta años dedicados a la música, al barrio y a poner copas. Fue uno de los jóvenes que se abrió paso en la noche de la movida madrileña trayendo DJ's que ya pinchaban post punk y new wave antes de que Alaska y Dinarama abrazasen estos nuevos ritmos.

Desde 1984 ha visto cambiar el centro de Madrid en el número 29 de la calle San Marcos. Es un superviviente de la noche de Madrid. En las dos últimas décadas, su bolsillo, en lugar de llenarse, se ha vaciado como consecuencia de las multas. Más de 100.000 euros en total le ha costado tener abierto el Bar Gris, pero no se resigna. “Hay otras dos personas aquí, y ya les ha avisado de que la situación es insostenible”. Pablo se acaricia la perilla mientras reflexiona. Por mucho que piensa, no sabe de dónde va a sacar el dinero para pagar la última multa, de 60.000 euros, que se quedará en 41.500 tras un recurso, pero que se suma a una anterior de 23.000 que crece por los intereses. “Estoy pensando vender un apartamento que tengo cerca para poder pagarlas, aunque la situación ya se hace insostenible. El futuro del local es muy incierto”, cuenta Pablo.

Pablo Rodríguez trabaja en el Bar Gris de la calle de San Marcos. Begoña Rivas

Igual que él, la mayoría de los propietarios de locales de copas de Malasaña y distrito Centro tienen pesadillas con un fantasma del pasado llamado LEPAR, Ley de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas, que entró en vigor en 1997 y que marcó unos aforos urbanísticos imposibles de cumplir. Según esta norma, el Bar Gris, con más de 100 metros cuadrados, tiene un aforo de 49 personas. El Penta, al que Antonio Vega iba a “escuchar canciones que consiguen que te pueda amar”, según cantó en la Chica de Ayer, tiene un aforo de 72 personas, y la Vía Láctea, otro mítico de la Movida, tiene un aforo de 78 personas a pesar de tener dos plantas, cada una de ellas de más de 80 metros cuadrados. Quienes disfrutaron de la sala en sus inicios no creen que haya estado así de vacío ni antes, ni ahora.

La norma buscaba “limpiar” el centro de Madrid del rock de madrugada y hacer el barrio más atractivo para las familias, y para ello se establecieron unos aforos urbanísticos que la misma norma reconoce que no suponen riesgo grave para la seguridad de las personas incluso siendo duplicados. De hecho, en 2014, y después de muchas llamadas al consistorio madrileño, algunos propietarios consiguieron que el equipo de Ana Botella, entonces alcaldesa, redactara una instrucción en la que se distingue entre aforo urbanístico y aforo de riesgo, y por la que algunos locales, como el Angie, ahora pueden dejar entrar a 95 personas en lugar de 35 que marca la ley. “Eso sí, nadie nos devolvió el dinero gastado en abogados para recurrir las multas que nos pusieron hasta el momento”, remarca Julio Llorente, propietario del local.

La norma no solo afecta a los bares de copas. Todas las tascas de la zona, las míticas bodegas cercanas a la plaza del 2 de mayo, se rigen también por esta norma, y raro es el sitio con un aforo de más de 30 personas. Si hay una inspección un día de fútbol, se pueden encontrar con la ruina del negocio familiar.

Iván Báez, que se ha criado en el 2D de la plaza del 2 de Mayo, un local con más de 30 años de historia que regentó su madre hasta hace poco y ahora ha pasado a sus manos, ha visto morir en los últimos años hasta seis tabernas de toda la vida, como El Gato Maltés o El Chamizo. “Ahora hay muchos gastrobares, locales de diseño y pastelerías. Mi madre me cuenta cómo surgieron los bares de copas en Malasaña, en los años de la 'Movida'. Todo fue creación de unos cuantos jóvenes que querían cambiar el mundo, una explosión de Cultura y Música que ha sentado precedente en este país, y esa esencia se está perdiendo”, lamenta Iván Báez.

Julio Llorente, propietario de Angie, con su grupo de amigos en Elígeme, sala en la que daba conciertos Mandrágora.

Ahora Madrid, buenas intenciones y mismas multas

El gremio se siente acosado desde los 90. Pero aseguran que después de la tragedia de Madrid Arena, y a pesar de que en Malasaña nunca ha habido accidentes, las inspecciones se han multiplicado. Dicen vivir con el corazón en un puño. Han pedido modificaciones de la ley a todos los partidos políticos que han pasado por el Ayuntamiento de Madrid, y ninguno les ha hecho caso. En 2015, sonaron aires nuevos. El equipo de Ahora Madrid acompañó a la Plataforma por el Ocio de Malasaña sosteniendo pancartas que reclamaban cambios, pero una vez en el Ayuntamiento, los concejales de Carmena “no solo no han hecho nada para cambiarlo, sino que aplican la mayor sanción dentro de las posibles”, explica Hervé Bernal, del despacho de abogados CBC y asesor jurídico de la Plataforma. Solo en el último año ha tramitado 300 expedientes de bares de todo tipo.

Recuerda el caso de una taberna familiar de la calle Manzana, con un aforo inferior a las 30 personas, cuyos propietarios se plantean volver a Argentina porque una multa de 23.000 euros les ha llevado a la ruina. El abogado planteó su caso al Ayuntamiento. Les recibieron y escucharon, pero para su sorpresa cuando llegó la notificación, en lugar de aplicarles la sanción más baja dentro de la horquilla posible (de 4.500 a 23.000 euros) les aplicaron la máxima.

Eduardo Gutiérrez es el dueño de la coctelería Harvey's, en Fuencarral. Begoña Rivas

En el área de Desarrollo Urbano Sostenible contestan “que entienden las quejas, porque sabemos que al ponerles una multa les hundes, pero estamos siendo muy escrupulosos con la seguridad”. También aluden a las quejas de los vecinos de Malasaña, distrito Centro y Chamberí, que se quejan de los ruidos.

Este es otro de los motivos por el que los bares reciben más multas. Asumen que hay que respetar la convivencia con los vecinos, de hecho, muchos de ellos viven en la zona y tienen hijos pequeños, pero también consideran que las multas son desorbitadas.

Eduardo Gutiérrez es el propietario de Harvey's, una moderna coctelería de la calle Fuencarral ambientada en los años 50. Todavía no se ha repuesto del susto de su última multa. Tendrá que pagar casi 13.000 euros por llegar a los 60 decibelios, 7 por encima de los permitidos en los locales nocturnos. “Mi local tiene una temática de lo más inofensiva. Tengo música para ambientar las cenas y el máximo ruido que se puede alcanzar es el de las conversaciones de la gente”, se queja.

Los últimos supervivientes de la Movida

En la esquina de la calle del Pez, Casto, el propietario del mítico Palentino sigue sirviendo los pepitos de ternera y cuba libres pasada la medianoche. Lleva haciéndolo desde 1977. “Aquí empezábamos la noche y aquí la acabábamos”, recuerda Fino Oyonarte, el bajista de Los Enemigos, uno de los grupos que comenzó su andadura en el barrio de Malasaña. Empezaron a tocar en el Agapo de la calle Madera, un pequeño local donde se podían comer bocadillos de chorizo a la vez que escuchar uno de sus conciertos. Ya está cerrado. También el King Criole, donde acudió cumplidos los 22 años a pedir su primer trabajo y puso copas con Rossy de Palma. En los garitos de Malasaña escuchó por primera vez en directo a Tequila, Los Ronaldos o Los Toreros Muertos.

Portada del primer vinilo de Los Enemigos, Ferpectamente, en el Agapo.

Oyonarte recuerda que “fueron años en los que confluía todo tipo de música. En el Flamingo, por ejemplo, podías encontrarte a Raimundo Amador y Alaska la misma noche”. En un papelito, el bajista lleva apuntados los locales que había en cada calle y los va tachando y sustituyendo por una peluquería, un restaurante, una tienda de ropa…Alucina con los cambios. Él también vivió la Malasaña de los 90, cuando produjo a grupos Indie como Los Planetas o Lagartija Nick, que empezaron a tocar en el Maravillas. “Sin estos bares, muchos de estos grupos nunca habrían existido. Aquí, de noche, hablábamos de proyectos que aunque no salieran adelante al día siguiente, han sobrevivido”, reflexiona el músico en un taburete del Tupperware, otro de los locales más conocidos de Malasaña.

Una de sus propietarias, la fotógrafa Blanca del Amo, también ha pasado más de la mitad de su vida en el barrio. “Aquí han venido a tomarse una copa Marylin Manson o Lemmy Kilmister de Motorhead porque habían oído hablar del barrio”, recuerda. Tanto ella como sus hermanos, impulsores del negocio familiar, han vivido más de la mitad de sus vidas allí. Considera que las quejas de los vecinos nunca han sido el motivo de las multas, y que muchos jóvenes se han asentado en el barrio atraídos por la cultura urbana. “En Malasaña ha sucedido algo mágico. Cientos de grupos se han formado aquí y se siguen formando, y cualquier gobierno debería cuidar este valor artístico”, reivindica.

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