Se mueven en la clandestinidad. No quieren que sus rostros sean reconocidos por la gente. Sin embargo, España no escapa al sicariato, ese oscuro mundo de matones a sueldo que por un puñado o por miles de euros son capaces de acabar con la vida de cualquiera. Aunque muchos lo asocian a países lejanos y violentos o a telenovelas latinoamericanas, están ahí, en las calles de este país, esperando su próximo encargo.

Los más baratos del mercado actual son hombres de colombianos que viven en Madrid. No suelen poner impedimento a la hora de encargarse de una muerte: se les entrega un arma limpia, se les da 500 euros y ellos hacen el resto. Los italianos, en cambio, suelen trabajar a precio fijo: 5.000 euros por disparar a alguien en la cabeza. Nunca a mujeres o niños. La mafia siempre tuvo su propio código interno.

Tres personas fueron asesinadas en junio, presuntamente a manos de sicarios, en un despacho de abogados del barrio madrileño de Usera. EFE

Pero los más caros son los que trabajan a porcentaje para narcotraficantes a los que les han robado mercancía. Suelen embolsarse en torno al 10% de la droga hurtada, la que ellos han de tratar de recuperar. Si la mercancía tiene un valor de un millón de euros, hagan cuentas ustedes mismos. “La coca, ese es el motivo de lo que sucedió en el chalet de Pioz…”, dice a EL ESPAÑOL un sicario napolitano.

A.O. es un italiano afincado en España desde 1998. Nació en Nápoles en la década de los años 60 del siglo pasado. Creció entre algunos tíos, primos y hermanos sicarios. Desde niño escuchó hablar de muerte y pronto se acostumbró a ver pistolas y balas entre los suyos. Él, como marca la tradición en su familia, también se adentró en uno de los oficios más antiguos del mundo: el de matar por encargo. Lo conoce como la palma de su mano.

“He asesinado a entre 20 y 30 hombres”, dice A.O, que no concreta la cifra exacta de personas con las que ha acabado. Quiere evitar problemas con la Justicia española, que más de una vez ha tratado de darle caza. “Siempre mato a varones. Los italianos tenemos nuestras propias reglas de honor”, añade en un perfecto castellano.

Tras pasar una larga temporada afincado en la Costa del Sol (Málaga), “donde se reúnen las mafias de medio mundo por el dinero que allí se mueve”, A.O. sigue viviendo en España, aunque no desvela dónde. Tiene mujer e hijos y necesita permanecer en el anonimato. Es la condición que pone para hablar [ni siquiera se sabe si son ciertas las iniciales que permite añadir].

El reportero se ha citado con él para conocer cómo funciona su mercado y saber su opinión acerca del caso de Pioz (Guadalajara), donde el domingo pasado la Guardia Civil encontró a un matrimonio descuartizado y a sus dos hijos degollados dentro de bolsas de plástico. El macabro hallazgo se produjo en una urbanización de este pueblo castellano-manchego, donde la familia, de origen brasileño, se había instalado a principios de agosto tras alquilar la vivienda.

“No hay duda”, dice, “son profesionales, eso no lo hace nadie con tanta frialdad y de forma tan efectiva”. A.O. explica que el hecho de que se encargaran de limpiar el lugar del crimen para que no se encuentren huellas, que descuartizaran a los adultos y que dejaran los cuatro cuerpos dentro de bolsas anudadas con bridas evidencia que “son gente que ha hecho esto antes”. “No estamos ante unos principiantes”, apostilla.

El matrimonio brasileño tenía dos hijos. El menor de ellos nació en España.

¿Piensa que fue más de uno?, le pregunta el reportero. “Sin duda. Como mínimo, dos. Pero pudieron ser tres”, responde el sicario. ¿Por el modus operandi, de dónde cree que eran? “Brasileños. Vinieron a España y se fueron. Estoy seguro. Los italianos matamos a balazos en la cabeza, mientras que los colombianos matan a lo bruto: con armas, con machetes, haciendo la corbata (sacarle la lengua por la garganta a alguien)... Pero a los sicarios siempre -y repite siempre hasta en tres ocasiones- nos requiere gente de nuestro propio país. Es un mercado que funciona así. Además, en este caso, es evidente que se trata de un asunto de drogas”.

- ¿Por qué sostiene eso?

- Nadie mata por una deuda de unos miles de euros. Nadie. Se le puede dar un susto, sí, pero nada más. Y si se te va de las manos no eres tan limpio y frío como en Pioz.

- Entonces…

- Este tío movía droga, supongo que cocaína, y se quedó con parte de alguna mercancía. Se instaló en un pequeño pueblo de Guadalajara tratando de pasar desapercibido y manteniéndose medio escondido. Pero debieron de seguirle, estudiar al milímetro la urbanización y actuar cuando la familia entraba al chalet.

A.O. no tiene dudas. Su relato, al menos en la lógica de un sicario, tiene fundamentos creíbles, aunque no exista hasta ahora la menor prueba de lo que afirma. Dice que nadie que pasa por problemas económicos -como el propio entorno de la familia ha reconocido a la prensa- se instala en un chalet de una urbanización de clase media en un pueblo de 3.600 habitantes. “Las cosas no pasan porque sí. Se instalaron allí huyendo de algo”, dice.

- ¿De qué?

- Los brasileños mandan cocaína a España, eso no es nada nuevo. Probablemente, él hacía de intermediario y se quedó con varios kilos, lo que supone una fortuna. Los dueños de la mercancía encargaron recuperarla fuese como fuese, y mandaron a alguien desde Brasil para hacerlo. Ahora [los forenses piensan que los asesinatos se produjeron hace un mes] deben de haberse vuelto ya a su país.

Le pido a A.O. que cuente cómo es el mundo del sicariato: precios, encargos,.. Aunque es reticente a dar detalles que lo comprometan, explica cómo trabajan en España, donde "se mata barato". A ellos, los italianos, se les suele dar 5.000 euros. “Nos dicen quién es nuestro objetivo, estudiamos cómo acabar con él, le damos dos tiros en la cabeza y nos vamos sin rozar el cuerpo”.

Después habla de las mafias de los países del Este (Rumanía, Bulgaria, Rusia…). “Estos cobran menos, dos o tres mil euros, pero están especializados en torturas”. Arrancan uñas, queman las plantas de los pies, parten brazos o piernas, meten palizas… “Pero si han de matar, lo hacen, no tengas dudas de ello”, afirma.

Los colombianos, explica, son los que han implantado el modelo low cost en España. Dice que no les importa matar por matar. Este napolitano con linaje de sicarios cuenta cómo lo hacen: se les entrega un arma sin vinculación con delitos anteriores y matan a quien sea. “Son baratos. 500 euros. No son metódicos ni cumplen una estrategia previamente pensada. Van, matan y huyen”. Lo dice con una frialdad que sorprende.

Por último, están los que trabajan para narcotraficantes. Suelen ser los más cotizados. “Limpios, discretos, eficaces… Como en Pioz”. Dice A.O. que ellos se mueven por porcentajes: el 10%. “Se les pide recuperar ‘x’ cantidad de cocaína, de hachís o de otra droga. Si la mercancía vale medio millón de euros, se llevan 50.000 pavos. Si vale uno, 100.000. Es una forma de incentivarlos".

- ¿Cree que, de ser así en el caso de la familia brasileña, recuperaron la droga?

- No lo sé. Lo que creo es que el padre se hizo de rogar. He leído que mataron primero a los niños y luego a la mujer en su presencia. Eso lo hicieron para que cantara. Pero si lo hizo, daba igual, lo iban a matar de todos modos.

SIN PISTAS SÓLIDAS

Marcos Campos y su mujer, Janaína, ambos de 39 años, llegaron a España hace tres, cuando se instalaron en Torrejón de Ardoz. Les acompañaba su hija, María Carolina, que por aquel entonces era un bebé de apenas un año. Fue a finales de 2013. Poco antes, en agosto, la pareja había contraído matrimonio en la ciudad natal de ambos, Joao Pessoa. En 2015, ya en este país, nació el segundo de sus vástagos.

Investigadores accediendo al chalet en el que aparecieron sin vida los cuatro miembros de la familia. EFE

Aunque para Janaína era su aterrizaje en España, su marido ya conocía España. Marcos había trabajado durante varios años en La Coruña. En la ciudad gallega se empleó de camarero, de panadero, montando escenarios…  Incluso abrió su propio bar.

En la actualidad, Janaína estaba en paro y Marcos trabajaba en un bar de Alcalá de Henares. La familia decidió instalarse a 26 kilómetros de allí, en Pioz, donde se empadronaron el 21 de julio. Semana y media después, firmaron el contrato de alquiler de un chalet en la urbanización La Arboleda.

Pero poco pudieron disfrutar de su nuevo hogar, al que ni siquiera habían amueblado. La Guardia Civil encontró el domingo pasado los cuerpos de los cuatro miembros de la familia brasileña. Un vecino de La Arboleda alertó del mal olor que procedía del chalet desde hacía algunos días.

Cuando los agentes entraron a la vivienda, ubicada en la calle Los Sauces, vieron que estaba prácticamente vacía de muebles y enseres. Sin embargo, encontraron varias bolsas de plástico. Al abrirlas, en una hallaron los cadáveres sin vida de los niños. Estaban degollados. En otras dos encontraron los cuerpos descuartizados de sus padres, que no tenían antecedentes policiales.

“PROBLEMAS” CON OTROS BRASILEÑOS

Según publicaba este jueves La Voz de Galicia, Marcos Campos llevó a varios compatriotas al despacho de abogados que le tramitó los papeles de su negocio para que el jurista gestionara sus solicitudes de residencia. Él, a cambio, se llevaba una comisión.

André Rivelino, un brasileño afincado en La Coruña y que conoció a Marcos cuando empezó a buscar casa en la que instalarse, explicó que "aquello le trajo algunos problemas" con varios inmigrantes.

En ocasiones, dijo Rivelino, engañó a alguno "pidiéndole mucho más dinero del necesario". Sin embargo, este brasileño descarta que su asesinato viniera “de ahí". "Las cantidades eran pequeñas. Nadie hace desaparecer a una familia entera por 300 euros".

Por el momento, los agentes la Guardia Civil que han asumido el caso de la familia brasileña siguen sin encontrar el hilo del que tirar para llegar hasta el autor o autores de tan macabro crimen.

Pese a que los investigadores mantienen abierta la hipótesis de que el matrimonio estuviera relacionado con el narcotráfico, un hermano de Marcos, Valfran Campos, niega que el matrimonio tuviera vínculos con el negocio de las drogas. Sin embargo, sí reconoce que su hermano "pidió dinero prestado" en España a varios conocidos después de haber pasado por una "dificultad financiera".

Esta no es la única hipótesis que baraja la familia de Marcos Campos. "Creo que se enteró de algo o vio algo", dice su hermano. "Quizá le mataron para que no hablara con nadie" y que, de ser así, está "convencido" de que los asesinos primero acabaron con la vida de sus dos hijos y después de su mujer. "Para que lo viera y sintiera dolor", apunta.

Además, hace una petición a los investigadores de la Guardia Civil. "Investiguen el restaurante donde trabajaba Marcos. Las personas que estaban cerca sabían alguna cosa". El hermano del asesinado se refiere al restaurante de Alcalá de Henares en el que trabajaba Marcos. La Benemérita, según ha podido saber el periodista, ya ha interrogado a todos sus excompañeros.

Marcos pasó por Galicia antes de instalarse de nuevo junto a su familia en España.

Como el sicario A.O., los investigadores piensan que los dos niños y su madre fueron asesinados en presencia del padre. Fuentes cercanas al caso explican que los presuntos asesinos querían que el padre de familia viera “cómo sufrían” su mujer y sus hijos. ¿Con qué objetivo? Se supone que querían “hacerle hablar” del motivo por el que los agresores acudieron a por él y a por los suyos. A Marcos, antes de matarlo, le fueron practicando profundos cortes por todo el cuerpo.

‘LOS PELONES’, CARNE DE SICARIOS

En la zona del Estrecho de Gibraltar los traficantes marroquíes de hachís contratan a sicarios cuando pierden alguno de sus envíos. Recurren a ellos si sufren robos, si no les pagan la mercancía… “Quieren recuperar su droga a toda costa, por eso recurren a matones a sueldo”, dice un experto en la lucha contra el narcotráfico de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. “Si no lo consiguen, al menos meten miedo a quien se ve tentado de meterles la mano en el bolsillo”, apostilla.

Los Pelones, tres tipos listos, saben de sobra cómo se las gastan los sicarios. Los chicos, hermanos de Chiclana (Cádiz), formaron su propio clan para robar a los narcotraficantes la droga que traían a las costas gaditanas. Durante años actuaron sin piedad, a punta de pistola.

Pero David, el mediano y jefe del grupo, fue asesinado en agosto de 2014. Su asesino (o asesinos) le hizo la corbata colombiana, le propinó numerosas puñaladas, le destrozó la cara a golpes y luego se deshizo de su cadáver, que fue hallado varios días más tarde en un descampado próximo a un hospital. Era la vendetta de un narco marroquí por robarle un cargamento de hachís.

Los Pelones se dedicaban al vuelco de alijos: yendo armados hasta los dientes, ya fuera en la orilla o en alta mar, robaban la droga a los tripulantes de las lanchas que venían del país norteafricano. No tenían reparo en apretar el gatillo. Pero desde aquel verano los dos hermanos de David no han movido un dedo. Ellos lograron seguir vivos. Marcos, Janaína y sus dos hijos, no.

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