Los pueblos de Víznar y Alfacar, ocho décadas después del asesinato de Lorca, han vuelto sentir en sus huesos la tragedia. Los dos lloran a la joven Ana Huete, la única española fallecida en el terremoto de magnitud 6,2 en la escala de Richter que ha sacudido el corazón de Italia y que se ha llevado por delante la vida de, al menos, 291 personas más. En el primer pueblo viven sus padres. En el segundo, la mayoría de sus familiares más cercanos. Dos pueblos destrozados por el dolor.

Ana regentaba junto a su novio Christian Casini un restaurante italiano en una de las zonas más transitadas de Granada. Hace esquina entre la avenida Madrid y la de la Constitución. Hoy el Pizza Roma se ha convertido en un improvisado santuario para recordar a la joven de 27 años, sus característicos rizos rojizos y su eterna sonrisa. Aquí hay depositados ramos de flores, cartas escritas a la prisa por la emoción del momento y muchas velas.

La puerta de Pizza Roma se ha convertido en un improvisado altar. P. G.

Velas como faros para guiar el cuerpo de Ana de vuelta a casa. Aunque no se sabe cómo, porque el Gobierno no considera que su muerte se haya producido en una situación “excepcional” y no correrá con los gastos de repatriación, que oscilan entre los 4.000 y los 6.000 euros. Tampoco cuándo: la familia ya asume que será un proceso mucho más largo y complejo de lo deseado.

Sus compañeros de clase en el colegio Santo Cristo de la Yedra han creado una petición en la plataforma Change.org para exigir la repatriación de los restos de su amiga, aunque finalmente parece que los gastos los sufragará un seguro que tenía contratado previamente la familia. La iniciativa ya cuenta con más de 140.000 firmas. Uno de sus amigos la recuerda entre sollozos por su alegría. “Dibujaba de maravilla y tenía una creatividad inmensa”, cuenta de ella. Este amigo se enteró de la muerte de Ana por boca de Jaime Huete, su hermano menor. Y se derrumbó. No esperaba siquiera que se encontrara en la zona afectada por el seísmo, porque antes de marcharse, la fallecida le dijo que iba a Roma.

El colegio donde estudió Ana Huete en el barrio del Albaicín (Granada). P. G.

Pero el azar condujo a Ana y su pareja a la aldea de Illica, en la localidad de Accumoli, una de las más afectadas por el seísmo. Ya pasaron las vacaciones del año pasado en el mismo lugar. La pareja, que llevaba siete años compartiendo su vida, se dirigió allí para visitar a la familia de Christian. El joven había perdido a su padre hace poco más de un mes y medio y quería arropar a los suyos. Y en la casa familiar, entre el verde de sus paredes, encontraron la tragedia. Ana estaba en la parte baja de la vivienda junto a su suegra Mara y su cuñada Jessica, entre otros familiares de Christian, que estaba en el piso superior. Quedó sepultada por los escombros junto a la madre de su pareja. La italiana estuvo cinco horas entre hierros y cemento, pero logró sobrevivir. La granadina corrió peor suerte: una viga acabó con su vida.

Christian, histérico, trató por todos los medios de sacar a Ana de entre los escombros, pero no pudo. Sin embargo, su lucha no fue en balde: logró rescatar a su sobrina de cinco años. Las heridas por las que está ingresado el muchacho, que revisten cierta gravedad, quizá no duelan tanto como la pérdida de la mujer de su vida. “Christian tiene que estar hundido. Primero lo de su padre y ahora esto… Es increíble”, cuenta un amigo de la pareja.

Los padres de Ana Huete, junto a otros familiares —entre ellos, Nicolás Espigares, tío de la fallecida y que ha ejercido estos días la labor de portavoz de la familia—, aterrizaron a las 16:00 horas de este viernes en Roma para empezar a realizar los trámites para la repatriación del cuerpo de la granadina. Una familia rota por el dolor. Después de toda una vida trabajando como conserjes en la urbanización Cármenes de Rolando de la capital granadina, se habían mudado después de jubilarse hace poco a Víznar, a la calle Tío Mariano, para vivir con tranquilidad. Pero este suceso ha resquebrajado todos sus planes, todos sus proyectos. Hoy, la casa, como todo el pueblo, permanecía callada. El dolor siempre viene acompañado por el silencio.

La casa en Víznar (Granada) de los padres de la fallecida. P. G.

También Ana y Christian tenían planes de futuro. La pareja había comprado hace un par de meses un piso en la granadina barriada de la Chana después de llevar cinco años viviendo de alquiler en el Albaicín, un barrio que Ana conocía bastante bien: aquí pasó buena parte de su juventud estudiando entre los gruesos muros de su colegio.

Regentaban el Pizza Roma desde 2009, el mismo sitio en el que en la mañana del viernes se depositaron las flores, las cartas y las velas debajo del cartel de “cerrado por vacaciones”, que hoy no parece sino una macabra broma del destino. Hasta aquí se han acercado algunos curiosos. Algunos que ya sabían por qué se había montado allí el pequeño y simbólico altar. Otros, más despistados, se enteraban en la puerta de que Ana, la dueña, había fallecido en el terremoto de Italia. Todos coincidían en sus reacciones: lamentar la mala suerte de una chica con unas ganas inmensas de vivir.

Ana era muy querida en la zona y su local tenía buena fama en la capital. La recuerdan también con mucho cariño los camareros de las cafeterías que colindan con su restaurante. En La Doce, donde iba casi a diario a desayunar la muchacha, aún siguen impactados: “No nos podíamos creer que fuese ella…”, comentan. Abajo, en el bar Madrid, donde colaboraba de vez en cuando con sus pizzas, tampoco dan crédito. “Teníamos mucho trato. Una chica tan alegre y que de pronto ya no está. Qué mala suerte”.

Los que la conocían coinciden en lo mismo: su alegría y sus ganas de vivir. Una sonrisa perenne que se apagó por capricho del azar en Italia, el país del que vivía enamorada. Ahora, su familia comenzará una nueva lucha: la de traerla de vuelta a casa lo antes posible.

La joven ya pasó sus vacaciones de 2015 en Illica, el lugar donde perdió la vida. Facebook

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