Falta menos de un mes para que acabe el verano y seguimos quejándonos de las altas temperaturas. "Mi abuela decía que hay que absorber el calor y guardarlo porque luego el invierno es muy largo", dice a EL ESPAÑOL Luisa Martín una semana antes de su estreno en el Teatro Goya de Barcelona de la obra Malditos tacones, que protagoniza junto a Olivia Molina. De ella asegura que es una "actriz muy trabajadora, muy responsable, fiable, talentosa, cumplidora, da seguridad y te da lo que necesitas".
Una obra dirigida por Magüi Mira, con Ignacio Amestoy como autor. La actriz madrileña cumplió 65 años en febrero. Sonríe con la boca y la mirada porque se encuentra en un momento vital que define como "el mejor. Estoy feliz, centradísima, en paz, en calma y eligiendo exactamente lo que quiero en cada minuto de mi vida". Ha currado mucho, y no siempre con éxito.
Decidió profesionalizarse en 1977, chupó mucho teatro y cató la popularidad extrema interpretando a la Chirla en ¿Quién da la vez? (1993), que tuvo de media un 43,5% de share y algo más de 7,5 millones de espectadores. En ella trabajó junto a su primer marido ya fallecido Joan Llaneras, el primer intérprete en posar desnudo para una revista, concretamente Papillón, ante la lente de Chelo García-Cortés.
Luisa Martín junto a Olivia Molina.
El otro empacho de popularidad llegó con Médico de familia (1995-1999), también con algo más de 7,5 millones de espectadores y una cuota de pantalla del 40%. Su papel de la Juani es inolvidable. "La gente -explica con contundencia- me dice que no he parado nunca, que lo he tenido fácil y les dejo que piensen así. Pero he tenido momentos muy duros, de no pagar casi el alquiler, pero he aprendido de ellos".
Se formó en la Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid donde Ángel Gutiérrez, fundador del Teatro de Cámara de Chéjov, ejerció prácticamente de maestro. Lejos quedan ya, aunque no olvidadas, obras como Entremeses, Las picardías de Scapin o Fedra.
Además de actriz, es solidaria. Desde hace cuatro décadas colabora con Médico Sin Fronteras, ha viajado con ellos a Kosovo, Kenia o Ecuador, es Directora de Relaciones Institucionales en Anasbabi, asociación que investiga una enfermedad genética llamada celiopatía y últimamente está apoyando una gran campaña de Más visibles.
Campaña con la que se pretende recoger 500.000 firmas antes de marzo del año que viene para cambiar una ley que garantice un cribado neonatal amplio, equitativo y actualizado para todos los recién nacidos (Formulario en masvisibles.com). De su segundo matrimonio con el productor Albert Bori tiene un hijo llamado Bruno, de 22 años.
Luisa Martín, una actriz comprometida con las causas solidarias.
PREGUNTA.– ¿Cuándo se enamoró del teatro?
RESPUESTA.– Con cuatro años. Recuerdo el momento exacto en el que dije que quería ser actriz cuando en un Estudio 1 vi a Ana María Vidal en un primerísimo primer plano en blanco y negro, con una trenza rubia que le recorría la cabeza a modo de diadema. Me considero una hija de los Estudios 1. Fue algo que me sobrecogió. Aún conservo la foto que me hizo mi padre de pequeñita donde escribió "MI cómica hija María Luisa, tienes madera de actriz, pero, ¿será eso bueno para ti?". Mis padres jamás tuvieron dudas de a qué me quería dedicar. Era maravilloso ver a Fernando Delgado, Adolfo Marsillach, Alberto Closas…
Era maravilloso ver a Fernando Delgado, Adolfo Marsillach, Alberto Closas…
P.– ¡Qué bien honrar a las viejas generaciones cuando estamos en el país del olvido!
R.– Los que nos han precedido son los que nos han abierto camino. Son intérpretes que han hecho funciones hasta tres y cuatro veces al día y les debemos el respeto. En Médico de familia teníamos una regla que era cuando venía un actor de aquella época siempre decíamos lo que había hecho porque hay mucha gente joven que no los conoce ya que no hacen reposiciones. En Servir y proteger lo hacía constantemente para mostrar el valor que tenían, aunque tuvieran diez o quince años más que yo.
P.– Recientemente ha fallecido Manolo de la Calva, la mitad del Dúo Dinámico, artífices del pop español que también fueron referentes durante una gran época.
R.– Mi abuelo solía llevarme al cine donde veíamos las películas de Marisol y Rocío Dúrcal en las que muchas veces aparecían el Dúo Dinámico. Pero mis verdaderos referentes fueron la época de los Beatles. Recuerdo que mi abuelo nos llevó a ver una peli de Los Bravos y nos dijo que a estos ni hablar porque eran como los Beatles españoles, tenían el pelo largo. Y, sobre todo, lo eran los actores de Estudio 1. Vivía en un barrio cerca del Retiro donde a dos manzanas tenía como vecino a Fernando Delgado, era amiga de sus hijos.
P.– Hablaba de lo bien que se encuentra, ¿cómo se consigue llegar así en un mundo donde hay cada vez más ruido y donde estamos cada vez menos centrados en nosotros mismos?
R.– Se llega a través de la edad, la experiencia y lo que la propia vida te enseña. La mayoría de las veces no aprendemos de los libros, sino de las cosas que nos pone el universo delante. Lo que puede parecer una desgracia al final puede ser lo mejor que te ha pasado en la vida y procuro aprender de todo lo que surge. En los últimos años he sido consciente de que cualquier cosa que suceda es para aprender. Elijo dónde quiero estar en cada momento sin sentirme obligada, doy gracias por tener vida, salud, un hijo maravilloso, una familia que me quiere y a la quiero, mis amigos, y la suerte de tener un techo… sin bombas.
Luisa Martín: "La mayoría de las veces no aprendemos de los libros, sino de las cosas que nos pone el universo delante".
P.– No es muy frecuente escuchar esto.
R.– Ojalá se dijera más porque el mundo sería mucho mejor. Tenemos que aprender a estar a gusto con nosotros mismos para poder estar a gusto con los demás porque, si no es así, el responsable de cualquier cosa siempre va a ser el otro. De todo se saca una lección para avanzar y ser más feliz y útil a la sociedad.
P.– ¿Esa tendencia a positivizar ya viene en los genes?
R.– (Risas) Viene de fábrica, no es mérito mío. Mi padre era un grandísimo optimista, una persona muy creativa y mi madre no lo era tanto porque había estado educada en un momento en que a las mujeres ni se las escuchaba ni se las tenía en cuenta, había vivido la guerra y situaciones muy dramáticas como la pérdida de sus padres y sus hermanos. Vivía la vida con miedo, pero con mi padre se le fue pasando. El miedo es el peor de los enemigos de la humanidad porque el que lo tiene, ataca. Mi madre era una mujer con muchísima energía, se reía de Janeiro y yo he heredado mucho de los dos.
Luisa Martín: "Mi padre era un grandísimo optimista"
P.– Pero habrá cultivado el optimismo, ¿no?
R.– Eso sí. Muchas veces me han dicho que no son optimistas porque luego se pegan unas tortas… Yo no. Prefiero ser optimista pasándolo bien y ya me la pegaré cuando me toque.
P.– ¿Ha sufrido el edadismo y el nepotismo en la profesión?
R.– (Risas) Edadismo, me parto. Pues mira, mi carrera ha sido muy peculiar porque al principio decían es que era muy pequeña, luego es que no tenía apellido, después que no era lo suficientemente famosa o que era demasiado popular en televisión. Afortunadamente todavía nadie me ha dicho que soy demasiado mayor. Cuando llegue a ese río, cruzaré ese puente. Soy muy amiga de Blanca Marsillach y conocí a su hermana Cristina, en esa época me presentaba a castings y me decían "quiero a alguien como Cristina" y les contestaba: "Coño, llamadla". En 1977 se llevaban los apellidos, Larrañaga, Dicenta, Marsillach, y yo no tengo ninguno, a lo que mi padre decía: "¡Te llamas Martín!!", ja, ja. La gente intenta el nepotismo, sobre todo, la que tiene poder.
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P.– En Malditos tacones usted interpreta a Victoria Burton y Olivia Molina a María García, dos mujeres que han llegado a lo más alto que ven la vida de forma bastante diferente a cuando empezaron. ¿Hay tanta diferencia?
R.– Se ve tan diferente que no sé cómo se ve, ja, ja. Eso está en la imaginación de cómo se deben ver las cosas cuando se llega a lo más alto, como Ana Patricia Botín, no me lo puedo imaginar. Ambos personajes han llegado a lo más alto de sus profesiones, pero llevan dos mochilas cargadas de pasado, problemas, y necesitan vaciarlas para seguir viviendo. Se produce un choque de trenes enorme entre ellas. Son mujeres muy fuertes, poderosas, atractivas, elegantes, pero si no se quitan esas mochilas no van a poder avanzar.
P.– ¿Con qué idea le gustaría que se quedara el espectador?
R.– No es oro todo lo que reluce y el poder hay que saber usarlo. Hay que esforzarse por aprender a utilizarlo bien. Gente con mucho poder se queja, "es que mi situación es muy difícil", "coño, vete a África y coge una patera". Hay que cambiar las mentalidades, ver las cosas de otra manera, desarrollar la empatía.
P.– ¿Hasta qué punto este capitalismo tan patriarcal y este sistema tan corrupto nos encontramos, va a dejar ya de influir para que la masa pueda desarrollar sus sueños y ser feliz?
R.– Es importante ver a los demás como seres humanos. Cualquiera es como tú. Hay que procurar que las diferencias se vayan equilibrando, que seamos empáticos y ver qué podemos mejorar a nuestro alrededor.
P.– ¿Dónde queda la ética con respecto al poder?
R.– Queda en cada persona que lo ostenta. Si tienes poder has de saber manejar la ética porque si te la adaptas a tu medida ahí es cuando surgen las desigualdades. No me tires de la lengua, pero claro, si eres ministro de Hacienda y haces lo que haces, ¿dónde está la ética? Mi padre, que era un gran sabio, decía: "Solo hay dos formas de hacer las cosas, bien o mal". Nos hemos acostumbrado a el poder, pues no, te corrompes tú. Deja de echar culpa al empoderado. Si eres susceptible de corromperte no te metas ahí por el bien de los demás.
No sólo son los políticos. El ego es muy malo. Creerte que estás por encima de algo no lleva nada bueno. Eso genera una perversión que no es positiva ni para ti y, sobre todo, para los que te rodean. Para mí, los políticos son mis empleados, los trato de igual a igual, si me encuentro con alguno digo lo que pienso y pueden dar testimonio porque me los he encontrado en los trenes. A ellos les pago yo y el resto de españoles.
P.– Con su vasta trayectoria profesional, ¿tiene más poder que influencia, viceversa, ninguna de las dos, las dos?
R.– Espero no tener poder en nada. Quizás el poder de convicción. Mi fuerza reside en la verdad de lo que hago, digo, interpreto, hablo, pinto… No me gustaría pensar que es poder. Me gustaría pensar que tengo influencia porque yo trabajo con una asociación que visualiza las enfermedades raras como Anasbabi –se enfoca en la investigación y apoyo de una enfermedad genética denominada ciliopatía-y ahora estamos con una campaña de petición de firmas para conseguir que el cribado neonatal se amplíe y sea equitativo en toda España.
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P.– Al menos, la fama tiene cierto poder o llamémosle influencia.
R.– ¿Para qué sirve, entonces? ¿Para firmar autógrafos o te den la mejor mesa en un restaurante? Me río de Janeiro. La fama no es más que otro alimento del ego. Se ha de poner al servicio para mejorar la sociedad. No me quedo tranquila en casa si veo que hay un problema. Ahora, como te he dicho, estoy con la campaña de las enfermedades raras y no quiero saturar las redes porque necesito las 500.000 firmas para marzo con lo del cribado neonatal, no hay derecho que unas familias tengan una vida horrible, de desgracias e incapacitación por haber nacido en una comunidad o en otra.
Pero es que me lanzaría todos los días a la calle o a Instagram con lo de Palestina, que me parece una vergüenza mundial. Israel ha soltado más o menos ocho bombas nucleares de las que cayeron en Hiroshima. ¿Y todavía sentados en el sofá? No, por favor, hay muchas cosas por las que luchar. Los actores somos muy solidarios, muy defensores del débil en general, luego a la gente le cae fatal porque protestamos. Que te pase a ti lo que le pasa a la gente en Gaza.
P.– ¿Qué se equivoca más, la razón o el corazón?
R.– La razón. El corazón y el estómago no se equivocan nunca. La intuición no me ha fallado jamás, pero cuando la razón me ha dicho has de hacer esto porque te conviene y te compensa, no he conseguido nada.
P.– No me negará que la mejor obra de su vida es su hijo Bruno.
R.– Ja, ja, ja. Sí, lo es. Es la mejor persona que conozco, es fantástico, muy buena gente, empático, muy buen compañero de piso, se parte de la risa y le sienta fatal que se lo diga porque me dice "¿no vamos a ser más madre e hijo?". Nos llevamos muy bien y hay reglas buenas de convivencia.
P.– ¿Le habrá transmitido los mismos valores que le enseñaron sus abuelos y sus padres?
R.– Son pinceladas. Al final, los hijos de lo que más aprenden es de lo que ven, observan y respiran. Él ya sabe cómo es su madre. Recientemente me di cuenta de esto porque siempre piensas que esto no lo ha aprendido, esto no se lo he enseñado, quizá me ha faltado esto o aquello. Aprenden más de lo que respiran que de lo que dices porque a veces les entra por un oído y les sale por el otro. Pero ahora que es más mayor y compartimos amistades con las que hacemos muchas cenas, de repente me describe a mí, les dice que hago esto de una manera o de otra…
Es muy gracioso porque es lo que él ve. Cuando viene gente a comer a casa y le digo que ponga la mesa lo hace exactamente como yo. Coge los mismos platos, los mismos cubiertos, los pone de la misma manera… Me gusta poner muy bien la mesa porque es un acto de respeto a los invitados y a nosotros mismos.
P.– ¿Es usted amiga de su hijo Bruno?
R.– No me considero amiga ni lo pretendo. Por otro lado, sería como usurpar un lado que no me corresponde. Él ya tiene muchos y buenos amigos. Yo debo ocupar el lugar de una persona que tiene sus debilidades, defectos, me tiene que ver cómo soy yo de verdad. No le regaño por nada y hace mucho que no me enfado con él, ¿para qué?, ya lo verá en su momento.
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P.– ¿Estudia?
R.– Sí, está en el segundo curso de la Federación para ser entrenador de fútbol de niñas. Le adoran. Bruno se lo toma muy en serio, es muy consciente de la responsabilidad que tiene con sus niñas, las cuida, las mima, las quiere, las regaña, les da una de cal y otra de arena, las motiva muchísimo, está feliz y yo también de ver cómo está evolucionando. La felicidad es hacer lo que te gusta.
P.– ¿A qué se debe esa maternidad tardía?
R.– Bueno, porque no se había dado la situación. No es porque tuviera problemas de concepción, pero sí que estaba más centrada en mi trabajo. Pero, simplemente, cuando surgió la oportunidad, lo tuve. Entiendo que tenía 43 años, pero claro, me sentía una chavalita, podría decir lo mismo de este momento de mi vida que me siento igual que una de 25 (carcajadas).
Trabajo para que sea así porque hago ejercicio, me cuido las comidas, la salud, el sueño… Hombre, soy realista porque no es lo mismo tener un hijo a los 25 que a los 43 porque la espalda te dice todos los días estoy aquí. Estoy muy contenta con todo el proceso. No sé si hubiera sido mejor o peor antes, pero lo que sé es que el producto es bueno.
