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En 1831, en las arenas ardientes de Argelia, nacía la Legión Extranjera Francesa, un cuerpo de mercenarios que no preguntaba nombres ni pasados, solo exigía lealtad. Fundada por Luis Felipe I, la Legión luchó en desiertos y junglas, forjando una leyenda de sangre y sacrificio.

Sus integrantes, muchos de ellos españoles huyendo de la pobreza o la Guerra Civil, cantaban 'Le Boudin' mientras marchaban bajo el sol.

En los años 60, otro grupo de españoles, inspirados por ese espíritu, cruzó el Atlántico para combatir en un infierno africano. No eran legionarios, sino mercenarios en busca de dinero, aventura o redención.

Representación artística de la selva del Congo. Iván Fernández Amil

Enviados por Franco a un país desgarrado por la guerra tras su independencia, cuando dejaron de ser útiles, fueron traicionados, fusilados y arrojados a los cocodrilos.

Esta es la historia de los mercenarios españoles en el Congo, los soldados olvidados que pelearon en la selva y cayeron en el olvido.

Un país roto

La Crisis del Congo, entre 1960 y 1965, fue un torbellino de violencia. Tras la independencia del Congo Belga en 1960, Patrice Lumumba –primer ministro– soñaba con un país libre, pero su discurso anticolonial enardeció a Bélgica y Estados Unidos, que temían perder las minas de Katanga.

Moïse Tshombé, líder de esta rica provincia, proclamó la secesión, desatando una guerra civil. La ONU intervino, pero no evitó el asesinato de Lumumba en 1961. Tshombé se exilió a Madrid en 1963 y fue acogido por Franco, quien le proporcionó guardaespaldas y contactos.

En 1964, Tshombé regresó como primer ministro y reclutó mercenarios europeos, entre ellos españoles proporcionados por Franco, para combatir la rebelión Simba, un movimiento izquierdista apoyado por Cuba y la Unión Soviética.

Soldados sin bandera

Los mercenarios españoles, liderados por el mayor Carlos Martínez de Velasco, formaron el 2.º Choc del 6.º Comando Extranjero, con unos 60 hombres, entre paracaidistas, sargentos y civiles.

Su misión era controlar 140,000 km² en Alto Uele, armados con fusiles FAL, morteros de 50 mm y lanzagranadas Instalaza. Durante su estancia africana portaban una bandera española e iban acompañados por un capellán militar.

Estos hombres no eran idealistas, sino que luchaban por dinero para hacer realidad las ideas de otros. Entre ellos había taxistas, exsoldados e incluso estudiantes.

Moïse Tshombe en 1963. Wikimedia Commons

En la ciudad de Dingila, el mayor Martínez de Velasco usaba un Rolls Royce apodado “Mamy”, mientras patrullaba en busca de los Simba, pero el Congo era un caos de emboscadas y traiciones.

En 1964, los Simba capturaron la ciudad de Stanleyville, actualmente Kisangani, masacrando civiles y tomando rehenes europeos. La ONU y los Estados Unidos intervinieron en la región, pero los mercenarios, entre ellos los españoles, eran siempre la punta de lanza.

Junto a mercenarios sudafricanos, recuperaron varios territorios por toda la región, hasta que, en 1965, la rebelión Simba llegó a su fin. Pero la anarquía persistió.

Tshombé, apoyado por Franco, usó a sus mercenarios para mantener el poder, mientras Mobutu, un ambicioso general, planeaba un golpe de Estado en la sombra.

La llegada de Mobutu

Mobutu Sese Seko, un oficial formado por los belgas, emergió como figura clave tras la independencia. Nombrado jefe del Estado mayor en 1960, consolidó su poder en el ejército, maniobrando entre facciones congoleñas y potencias extranjeras.

En 1963, con Tshombé en el exilio, Mobutu fortaleció su posición, ganándose el apoyo de Estados Unidos por su anticomunismo.

Pero en noviembre de 1965, Mobutu dio un golpe definitivo, proclamándose presidente. Apoyado por Washington y Bruselas, suspendió la constitución, disolvió el parlamento y estableció un régimen autoritario, prometiendo estabilidad.

Su ascenso marcó el fin de la democracia congoleña y el inicio de una dictadura que duraría hasta 1997.

La traición de un traidor

Para los mercenarios, Mobutu pasó de aliado a verdugo. Su régimen, ahora consolidado, veía a los extranjeros como una amenaza a su control absoluto, por lo que ordenó arrestar a su comandante, Martínez de Velasco, y a una veintena de españoles.

Durante una emboscada fueron capturados. Y, a pesar de que mantuvieron la disciplina hasta el final, no hubo clemencia con ellos.

Mobutu en 1973. Wikimedia Commons

En un juicio sumarísimo en 1967, fueron fusilados y, sus cuerpos, arrojados a los cocodrilos del río Congo, un final brutal para hombres que simplemente luchaban por dinero, sin causas ni ideales.

Algunos historiadores afirman que el apoyo de Franco a Tshombé fue un favor a Estados Unidos para evitar perder las ricas minas de Katanga.

Y, aunque España proporcionó armas, logística y un refugio para Tshombé, nunca reconoció oficialmente a los mercenarios que envió en su ayuda.

Tras su ejecución, Madrid guardó silencio. Aquellos hombres olvidados eran un secreto incómodo para Francisco Franco.

Olvidados

El impacto fue profundo. En el Congo, la ejecución marcó el fin de la era de los 'patos salvajes', término que se usa para describir a estos soldados que lucharon a cambio de dinero y no por motivos ideológicos o patrióticos, y que serían reemplazados tiempo después por compañías privadas.

Su respeto a la población local, los distinguió, como una de las unidades más queridas y respetadas por los congoleños que vivieron el conflicto.

En España, la prensa franquista apenas mencionó el caso, pero el legendario periodista de guerra Vicente Talón Ortiz inmortalizó su historia en 'Diario de la Guerra del Congo', describiendo su coraje y abandono, que él mismo vivió en el terreno junto a su lado durante aquel conflicto.

Su huella fue tan intensa que Madrid rechazó una oferta de Estados Unidos para ir a Vietnam, para evitar repetir masacres como la sufrida en África. Aunque finalmente Franco envió a una treintena de soldados en misión humanitaria.

Engullidos por la selva

Los mercenarios españoles en el Congo no fueron héroes de novela, sino que fueron hombres atrapados en un juego de potencias. Su historia revela un capítulo oscuro del franquismo, un régimen que jugó en la Guerra Fría, enviando a sus hijos a una selva que los devoró.

¿Por qué España se involucró en un conflicto tan lejano? La respuesta está en la ambición de Franco por ganarse a una superpotencia como Estados Unidos, sacrificando a sus soldados de fortuna.

Hoy, en un mundo donde grandes empresas han heredado el legado de los mercenarios, quizá sea buen momento para preguntarnos cuánto vale un ideal prestado.

En las selvas del Congo, donde la bandera española ondeó por última vez, quizá encontremos la respuesta. Lo que está claro es que la gloria de los mercenarios es tan efímera como la selva que los engulle.