Los frescos de la bóveda de Pellegrino Tibaldi configuran una particular Capilla Sixtina en el salón principal de la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial. Son 54 metros de sueños pintados sobre cal fresca casi medio siglo atrás.
Su recorrido iconográfico, explica su guardián y custodio, el padre Valle, comienza con la Filosofía, representada en las figuras de Sócrates, Platón, Séneca y Aristóteles, y continúa su evolución natural a través de los saberes del trivium (la Gramática, la Retórica, la Dialéctica) y el cuatrivium (la Geometría, la Aritmética, la Música y la Astrología). Todo culmina en la reina de las ciencias: la Teología.
"Estos frescos juegan un papel fundamental en la organización de la biblioteca", susurra el prior de los agustinos escurialenses y bibliotecario jefe de la también llamada Laurentina desde hace 31 años.
Detalle de los frescos de Tibaldi en el salón principal de la biblioteca de El Escorial.
Las estanterías, hechas de maderas de nogal, naranjo, ácana y otros fustes importados de las Américas, recogen hasta 14.000 volúmenes –de los 40.000 que alberga la biblioteca– de saberes antiguos. La bóveda de cañón organiza el espacio, asignando una zona, una pintura, a cada uno de los anaqueles.
Los libros, muchos de ellos incunables, reposan con los lomos colocados hacia adentro para preservar esa filosofía renacentista de belleza y armonía. "Gracias a esa distribución, y a que el dorado de las páginas las ha sellado y las protege contra el polvo y otro agentes, se conservan perfectamente. Esta estancia cuenta con ventanales amplios orientados tanto al sol naciente como al sol poniente, lo que permite disfrutar de la luz natural por la mañana y por la tarde. Ya decía Vitruvio que esa era la mejor fórmula".
Efectivamente, a ambos lados del 'salón de los frescos hay siete ventanas que dan hacia el oeste y cinco que miran al Patio de los Reyes del Monasterio de El Escorial. Sus postigos se van abriendo y cerrando a lo largo del día para calibrar y modular la luz de la estancia. Siempre está iluminada, pero de forma tenue, sin sobrecargar ni dañar sus tesoros literarios.
El visitante, cuando camina bajo las siete Artes Liberales de Tibaldi, se encuentra con mesas de mármol, esferas armilares donadas por los Médici, astrolabios y vitrinas transparentes en cuyo interior hay facsímiles de algunas de las obras más importantes de la colección de la biblioteca. Ahí reposa un Corán con una maravillosa caligrafía magrebí; allá, un manuscrito griego, o Akathistos, himno a la Virgen destinado a ser recitado de pie.
El padre Valle lleva 31 años al frente de la biblioteca de El Escorial, también conocida como la Laurentina.
"Disponemos de cuatro obras manuscritas de Santa Teresa, todas originales y de su propio puño y letra. Este de aquí [coloca un dedo sobre la vitrina] es el Códice Áureo, íntegramente escrito en letras de oro, fechado del siglo XI, y allí [mueve la cabeza hacia el otro lado del receptáculo] el lapidario de Alfonso X sobre las propiedades de las piedras desde el punto de vista médico. También hay varios manuscritos del siglo VI, antiquísimos".
El padre Valle recuerda que Felipe II soñó este lugar para contrarrestar los vientos heréticos del norte de Europa, azotado por el extremismo protestante. Así, su intención fue levantar un faro de sabiduría imperecedera que ni el tiempo ni las guerras consiguieron destruir.
"En sus orígenes, la biblioteca estaba organizada en tres salones principales. Cuando se fundó, en 1584, hacía ya un siglo que existía la imprenta, por lo que el objetivo era reunir, sobre todo, libros impresos. Hoy el gran salón está reservado para esos impresos, algunos incunables, por lo que aquí no tenemos manuscritos. Estos están guardados en una sala más pequeña. Hay una tercera donde se encuentran los fondos que no se exponen al público".
Aunque Felipe II fuera un celoso defensor del catolicismo, la biblioteca de El Escorial fue durante buena parte de su existencia un verdadero oasis intelectual y multicultural. Sus fondos no estuvieron sujetos a la censura inquisitorial, algo inusual en la época, lo que permitió a los antiguos bibliotecarios reunir títulos proscritos y materiales que en otros contextos hubieran sido destruidos o vetados.
Detalle de una de las obras árabe expuestas en las vitrinas del salón principal de la biblioteca escurialense. Se trata de facsímiles, réplicas, cuyos originales son muy solicitados en el extranjero.
Códices árabes que forman parte de la particular colección de 2.000 manuscritos recopilados en El Escorial.
"Como estas biblias traducidas al romance", explica el padre Valle mientras se acerca a otra de las vitrinas. "La Inquisición las cedió a cambio de no mostrarlas al público. En otros lugares, este tipo de ejemplares se destruían, pero aquí se realizaba la censura y se preservaban". Aunque había excepciones. Por ejemplo, todas aquellas obras vinculadas al protestantismo.
"Yo he catalogado todas las obras de esta sala. Cuando visité la biblioteca de Wolfenbüttel descubrí que tenía tantas obras del siglo XVI como nosotros, pero los títulos no coincidían en absoluto. Toda la producción editorial del campo protestante estaba allí, pero aquí nunca entró. Felipe II lo impidió deliberadamente. Era lo que buscaba combatir".
No obstante, uno de los grandes tesoros de la biblioteca del monasterio de El Escorial es, precisamente, su colección de manuscritos. Concretamente, su fondo de códices árabes, los cuales Felipe II comenzó a recopilar en vida.
Aunque la mitad se quemó en el devastador incendio de 1671, aún quedan alrededor de 2.000 volúmenes de gran valor. "Por ello, esta biblioteca tiene un gran prestigio en el mundo árabe. Está mitificada. Mantenemos una estrecha relación con la Biblioteca Nacional de Qatar. Mis últimos ocho viajes han sido a Dubái, Abu Dabi y Sharjah. Es la colección que más se solicita".
El padre Valle en la sala de los manuscritos, cuya entrada no está permitida al público.
El padre Valle deja atrás la sala de los frescos y baja por unas pequeñas escaleritas de madera. En la siguiente habitación hace frío. Hay humedad. El termómetro marca 19 grados. No hay sistema de climatización. Son los muros de piedra ideados por el arquitecto Juan de Herrera los que aún mantienen imperturbable el clima de las estancias.
En este lugar, inaccesible salvo para investigadores que así lo soliciten, es donde se resguardan hasta 6.000 manuscritos, la joya de la corona de la biblioteca de El Escorial. "Nadie tiene un espacio de conservación así. Contamos con la mejor colección de manuscritos griegos, hebreos, de impresos del siglo XVI y de grabados de España. Disponemos de una colección musical magnífica, compuesta por obras creadas para ser interpretadas en la basílica o cantadas en la propia biblioteca".
Estanterías del salón principal de la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial, con un cuadro de Felipe II.
Certificado de autenticidad de una de las reliquias de Felipe II.
El padre Valle hasta muestra una colección de dibujos preparatorios para los frescos de Tibaldi y varios certificados de autenticidad de las 7.400 reliquias que coleccionaba Felipe II. "Como corresponde a cualquier biblioteca histórica importante, tenemos una colección de monedas, un archivo documental, un fondo musical y una recopilación de libros de cuentas. Todas estas colecciones son muy relevantes y de gran interés".
Prior y bibliotecario por 31 años
José Luis del Valle Merino cuenta con una sólida formación académica y profesional. Se formó en Ciencias Bíbicas y Teología, estudió griego, hebreo y latín y se licenció en Sagrada Escritura. Confiesa que llegó a la biblioteca de forma accidental. "En aquel momento era prior. Me propusieron hacerme cargo de la biblioteca y, el primer año, sin tomar aún una decisión, me dediqué exclusivamente a estudiarla, a familiarizarme con las colecciones, a formarme en biblioteconomía".
Después de ese año, aceptó. Han pasado 31 años desde entonces. "Al principio seguí dando clases de Antiguo Testamento y de hebreo en el centro teológico que tenemos aquí, en El Escorial, vinculado a la Universidad Pontificia de Salamanca. Al llegar a los 65 años, dejé el cargo de profesor pero seguí con esto. Pero no es vitalicio, ¿eh?", bromea el agustino.
Como hombre austero y discreto, el padre Valle prefiere no ser el centro de atención. No obstante, cuenta con orgullo que él coincidió en Roma con el actual papa León XIV, Robert Francis Prevost. "Estuvimos tres años en Roma pared con pared. Yo estudiaba Biblia y él Derecho Canónico".
Explica que el actual Papa es un gran admirador de El Escorial. En los distintos viajes que el hoy Sumo Pontífice hizo al Monasterio de la Orden Agustina –la misma de la que él fue prior general, y cuyo sucesor es el español Alejandro Moral–, quedó fascinado por la biblioteca y por la vida monacal de los frailes escurialenses que dirige el prior Valle.
El padre Valle en el fondo documental de la biblioteca.
Detalle de uno de los dibujos preparatorios de los frescos del salón principal, datado de 1591.
"Los agustinos llevamos aquí desde 1885. Antes estuvieron los jerónimos, que hoy están en Santa María del Parral, en Segovia. Vivieron aquí hasta 1835. Después llegó el padre Claret con unos capellanes durante una década y, posteriormente, lo habitaron los escolapios. Actualmente somos 26 miembros y 14 seminaristas, y conviven con nosotros 50 niños de la escolanía. Vamos, que al cenar somos casi 100 personas", ríe el agustino. "La casa está llena".
A pesar de la buena salud de la que goza su orden, la falta de vocaciones arrecia en el mundo cristiano. Pero al padre Valle no le preocupa. "Esto son sólo períodos. Cuando menos lo esperas, ves un resurgir. Ahora, por ejemplo, Asia y África viven un renacimiento de las vocaciones. En nuestro centro teológico tenemos gente de Centroamérica, de América del Sur y de África".
Por lo pronto, el futuro también pasa, hoy, por la modernización. Pero no de los dogmas ni de las liturgias, sino del fondo de la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial. El padre Valle, cuenta, está inmerso en el proceso de digitalización de las más de 40.000 volúmenes que recoge este enclave de fe incrustada en piedra y sabiduría eterna.
