Las ojeras de sus ojos esconden tras de sí un mar de sentimientos que, tras tres días de infarto e insomnio, es incapaz de asimilar. Se llama Arsenio Pombo, y es el alcalde de Oencia (León), un municipio de casi 100 kilómetros cuadrados y poco más de 200 habitantes regado de árboles en el que hace tres días lo imposible se hizo real, cuando una lengua de fuego procedente de Orense decidió amenazar los nueve núcleos urbanos de este rincón de El Bierzo.
Las llamas se comieron Lusío, acariciaron Arnado y se dirigen hacia Villarubín en el momento del cierre de este reportaje. Esta última y las otras seis pedanías oencianas permanecen con el alma en vilo. Aunque algunas de las que escaparon de las llamas, lo hicieron gracias a la negativa de algunos vecinos a dejar que el infierno devorase todo lo que habían creado durante sus vidas.
"Si no fuera por los vecinos, el pueblo entero se habría quemado", asegura el alcalde, mientras permite a EL ESPAÑOL acompañarle en su recorrido por los pueblos. "En los primeros días de la catástrofe, no vino nadie para ayudar. Este lunes llegaron dos brigadas y la UME a Gestoso. Hoy [este martes] ya hay varias brigadas francesas, equipos de bomberos de Valladolid, de Segovia, del SEPIS... Y además, hay tres hidroaviones y cinco helicópteros".
La ayuda de los profesionales es impagable. Aunque el daño que ya se ha hecho en este rincón paradisíaco ha dejado una huella imborrable en el alma de los vecinos. A ello se suma la impotencia del rápido avance del fuego, y las pocas posibilidades para actuar.
Pero este hombre se niega a ver su pueblo reducido a cenizas sin dar hasta su última gota de sudor y sangre. Conduce su Volkswagen Amarok sin descanso de una villa a la otra. Antes era blanco, ahora gris, de tanto conducir por los tramos de asfalto convertidos en senderos de ceniza, en una estampa que parece sacada de la novela La Carretera.
El alcalde de Oencia, Arsenio Pombo, conduce su camioneta entre las carreteras quemadas de su municipio.
En la caja lleva un depósito de agua y un generador. Hidratarse no es un problema en un espacio que reina el río Selmo, pero sí lo es la energía: no hay electricidad. Por lo tanto, se depende de estos aparatos para que los frigoríficos funcionen. Sin embargo, nada puede hacerse para conectarse a internet, y es muy difícil encontrar cobertura. El aislamiento es total.
Por eso, Pombo se esfuerza por conocer qué está pasando en cada pueblo en cada momento. Conversa con los vecinos, les pregunta qué necesitan. También habla con los bomberos. "Hay que esperar a que avance un poco el fuego. No podemos hacer otra cosa", explica un miembro de la UME al regidor sobre el avance del incendio en un punto concreto.
PREGUNTA.– ¿Ha podido descansar estos días?
RESPUESTA.– Llevo tres días seguidos en movimiento. Cuando llego a casa me acuesto, pero no consigo dormir sabiendo lo que está pasando.
En un momento dado, alguien dice que las llamas que acariciaron el centro del municipio y habían sido extinguidas han vuelto a reactivarse. Pombo se sube a la camioneta y se dirige a toda velocidad a comprobarlo por sí mismo. Por suerte, acaba tratándose de una falsa alarma.
El incendio aproximándose a Villarubín (Oencia, León), este martes por la tarde.
P.– ¿Han podido estimar el valor de los daños que ya ha hecho el incendio
R.– Es imposible. Todavía ni siquiera se puede saber cuántas hectáreas se han quemado. En los pueblos a los que ha llegado el fuego, las casas han quedado destrozadas. Habrá que tirarlas todas y volver a construirlas.
En una pausa en medio del camino para compartir impresiones con otros habitantes, el primer edil sube a una colina desde donde se divisa a la perfección el avance del fuego. Desde ahí, se observa el río. El gran temor es que las llamas logren cruzarlo. Algo que no sería descabellado, debido a la frondosidad de la vegetación.
P.– ¿Cree que con más acciones preventivas se podría haber evitado este incendio?
R.– Habría ayudado, pero esto es una cosa muy grande. No había manera de pararlo, había llamas de 30 metros de altura, y ahí da igual tener prevención, que haya medios o que no los haya. Había cortafuegos anchos en la parte de Orense, pero los pasó todos. En estos casos todas las administraciones tendrían que unirse y arrimar todos el hombro.
El domingo por la tarde la Guardia Civil ordenó desalojar Oencia. Había tanto humo que ni siquiera podían volar los helicópteros apagafuegos. Algunos vecinos, como no tenían otras casas, tuvieron que marcharse al pabellón de Villafranca, que está en otro municipio. Algunos siguen allí.
Catorce contra el fuego
Sin embargo, no todos los vecinos acataron las órdenes de la Guardia Civil. En el centro de Oencia, al menos catorce personas hicieron caso omiso del coche patrulla que alertaba a la población con altavoces, y también del agente que caminaba puerta por puerta avisando a los despistados y rezagados.
Ocurrió este domingo, en torno a las 17 horas, tal y como explica Silvia, una oenciana que este martes ayudaba a subir víveres a camionetas y todoterrenos para repartirlos por todo el pueblo.
Silvia, vecina de Oencia, se prepara para subir varias cajas de víveres en camionetas.
"El sábado por la noche la cosa empezó a ponerse fea, y el domingo ya dijeron a la gente que saliera. Pero algunos se quedaron por su cuenta y riesgo".
"Ellos solos se pusieron a hacer cortafuegos en la Iglesia porque veían que las llamas venían para acá. Eso evitó que el pueblo ardiese". EL ESPAÑOL ha localizado a varias de las personas que pusieron en riesgo su vida para salvar su pueblo, las cuales, siguen ayudando incansablemente. Sin embargo, han rechazado contar públicamente su experiencia.
Aunque no hablan, el trauma se les ha quedado marcado a todos en el rostro como una cicatriz. No solo a los catorce valientes; sino a la mayoría de los ciudadanos que arriman el hombro repartiendo agua y comida. Del rostro les supura una mezcla de indignación e impotencia. Lo de "solo el pueblo salva al pueblo" es un mantra que se repite con frecuencia.
El recuerdo de la Dana está presente. A Oencia le pilló muy lejos, pero pese a ello, fue uno de los municipios que puso en marcha una campaña para que los vecinos pudieran realizar sus donaciones a los pueblos valencianos.
Aunque no solo el pueblo salva al pueblo, porque este martes, como desde hace semanas en otros puntos de España, bomberos y militares ya se repartían por el territorio dando el callo para devolver la normalidad a este paraíso leonés con acento gallego.
Y tal vez, cuando en Oencia la ceniza deje de asfixiar los pulmones y las almas de sus habitantes, puedan retomar las fiestas patronales que estaban celebrando cuando les sorprendió la tragedia.
A tres metros del fuego
Pero entre las historias desoladoras, se encuentran otras que rozan el milagro. Es el caso de Pilar Cuadrado, una jubilada de 66 años que estuvo a solo tres metros de ver su casa y todo lo que había estado creando con esfuerzo en su vida reducido a cenizas.
Pilar Cuadrado, junto a su casa y al lugar que ardió.
"Me negué a dejar la casa. Toda mi vida está aquí, todo por lo que mi marido y yo hemos estado toda la vida trabajando", explica esta mujer que vive a las afueras del municipio.
P.– ¿Cómo combatieron las llamas?
R.– Mis hijos al mediodía del domingo, cuando vieron cómo estaba avanzando el incendio, cogieron las desbrozadoras y las motosierras y pasaron toda la mañana cortando maleza. Y yo me puse a llenar garrafas de agua, y ellos la echaban por todas partes para que no saltara el fuego.
Mi hijo y yo pasamos la noche sin dormir, vigilando por si las llamas venían en otra dirección.
Este milagro, tal y como explica Pilar, no se debe solamente al gran esfuerzo que invirtieron en los momentos posteriores a la llegada del fuego. También influyó el cómo ellos cuidaban las tierras.
"Parte del terreno estaba limpio debajo de los robles porque antes echábamos a las ovejas, por eso el fuego bajó más despacio cuando llegó cerca de nuestra casa. Además, uno de mis hijos desbrozó los castaños hace 15 días".
La distancia entre el desastre y la salvación la separa el asfalto de una calle de poco más de tres metros de anchura. A un lado, el pasto quemado, absolutamente negro. Al otro, la vivienda de Pilar, como si no hubiera ocurrido nada.
Sin embargo, lo admirable de estas historias no debe servir como un llamamiento a que las personas actúen por su cuenta. Ante este tipo de situaciones hay que atender a las indicaciones de bomberos forestales, Guardia Civil y cualquier autoridad para evitar que las pérdidas vayan más allá de lo material.
