La subida a la sierra de Sanabria es un viaje de incertidumbre. El humo se adivina a lo lejos, un velo gris borra las cumbres. El aire pesa, huele a madera quemada, a verano roto, a desesperanza. Hoy la peor pesadilla de los ganaderos ha llegado y toca bajar parte del ganado de la sierra. Nadie sabe qué se encontrará arriba, si el fuego habrá llegado ya a los pastos, si habrá tiempo de salvar a todas las reses, si las vacas resistirán otro día en las alturas.
En el tráiler viaja Javier Ovelar, ganadero de Asturianos con su hija. Él y su hermano tienen más de 600 vacas y 200 yeguas en la montaña, donde cada verano encuentran pasto hasta octubre. Hoy, la mitad de su vida parece estar en riesgo. “Es duro, pero yo creo que no va a llegar el fuego a nuestro ganado”, reconoce, sin apartar la vista del horizonte.
Javier, ganadero de Asturianos prepara el camión para subir parte de su ganado.
Unas 200 vacas bajan a pie, por la ladera de la presa. Otras bajarán en el camión en el que vamos montados, "llevaremos aquí a los terneros pequeños y sus madres ya que no pueden hacer toda la bajada de la sierra caminando", comenta Javier.
Son más de cinco horas de polvo y pisadas hasta Quintana. Vecinos y amigos acompañan la marcha, cuidando que ninguna se pierda, empujando cuando alguna se queda atrás. En el ambiente se respira algo más que cansancio, miedo, incertidumbre y rabia contenida.
Vecinos, amigos y pastores de la familia Ovelar ayuda a llevar las vacas y terneros al camnión.
El resto del ganado sigue en la sierra, cerca de la presa de Puente Porto, un lugar que se convirtió en epicentro de la lucha contra el fuego en la sierra. Allí cargaron agua los aviones de la UME, una y otra vez, hasta que la densa nube de humo obligó a frenar la ofensiva aérea.
Al final, fueron los equipos en tierra quienes consiguieron contener las llamas. Parece que el frente ha quedado parado y que mañana empezarán las labores de extinción. Pero todos saben que queda lo más difícil, que el viento respete.
Ángela, otra ganadera, lo resume sin rodeos: “Aquí estamos todos, porque solos no podemos, no ha venido nadie de fuera a ayudarnos”. Nadie en la zona recuerda un incendio con tanta fuerza. En la carretera de piedra nos cruzamos con la UME. Vienen del fuego, agotados, con la cara marcada por el hollín. Apenas un comentario: “La cosa pinta muy mal, vamos a que nos hagan el relevo”.
En Quintana, donde hoy duermen los animales, el aire ya es difícil de respirar. Las mascarillas se han vuelto parte del paisaje. Los vecinos se preguntan cuánto tardará en llegar allí el fuego y si tendrán que volver a salir.
Javier mira con impotencia el fuego a lo lejos acercándose a su parte de sierra.
Los ganaderos saben que sin vacas en la sierra no hay campos limpios. Y sin campos limpios, los bosques se convierten en un polvorín. La falta de prevención, denuncian, pesa tanto como las altas temperaturas o el viento. “El monte está abandonado”, lamenta otro ganadero.
En medio del humo y cuando bajamos de la sierra aparece Irene, jefa de un equipo de extinción. La última vez que la vi fue en los incendios de 2022 en la Sierra de la Culebra. Hoy, tras toda una vida enfrentándose a las llamas, me confiesa: “Nunca vi un incendio así”. Hemos quedado mañana, a las siete de la mañana, para acompañarla en el frente. "Toca una jornada dura, voy a ver si descanso un poco".
Las 200 vacas llegan 4 horas después a Quintana donde por ahora están a salvo.
Entre tanto, los ganaderos repiten la frase que se ha convertido en lema de estos días: “Antes de que se quemen los pueblos, es mejor que se queme toda la sierra”. Lo dicen con dolor, pero también con la certeza de que lo único que importa ahora es salvar la vida de la gente.
Cuando cae la noche, parte del ganado descansa en Quintana. Nadie celebra nada. Los pueblos del parque natural de Sanabria han sido desalojados. Y todos miran en silencio hacia el horizonte, allí donde el rojo del fuego anuncia que la verdadera batalla se librará mañana en San Martín de Castañeda y Vigo de Sanabria.
