En la esquina más seca del mapa, en una isla que huele a azufre y sal, el presidente del Gobierno duerme en un palacio de muros blancos. No es una metáfora. Es La Mareta: una finca de 30.000 metros cuadrados al borde del Atlántico, construida por deseo de un rey jordano, regalada a otro rey, y ahora custodiada por el Estado como si dentro se gestara algo más que descanso.
Pedro Sánchez ha regresado a Lanzarote —como en los últimos veranos, ininterrumpidamente desde 2020— con la firme voluntad de no dejarse ver. No hay paseos programados, ni mercados artesanos, ni saludos desde terrazas soleadas. Sólo una entrada medida al milímetro: sábado 2 de agosto, 13:25 horas, una furgoneta blanca, una verja que se abre. Después, el silencio.
A simple vista, la costa parece tranquila. Pero quien se detenga unos minutos en los alrededores de La Mareta notará que el silencio no es sinónimo de calma. Cada tramo del paseo está custodiado. En los accesos al recinto, la Guardia Civil permanece apostada junto a varias furgonetas blancas con los motores en marcha.
La Mareta, custodiada en sus tres entradas por furgonetas de la Guardia Civil, esta semana.
Más discretos, varios agentes de paisano —casi todos con gafas oscuras y gesto neutro— se mezclan entre los turistas, caminando en bucle, siempre atentos. "Hay más policías que señales de tráfico", señala un vecino. El perímetro no se nota, hasta que se cruza. El protocolo es tan estricto que basta con levantar una cámara hacia la verja para ser invitado a marcharse.
Costa blindada
Este año, el dispositivo de seguridad ha sido descrito por fuentes policiales como el más amplio desde que Sánchez ocupa el cargo. Se han movilizado al menos 40 agentes del Grupo de Reserva y Seguridad de la Guardia Civil, una unidad de élite que hace unos meses saltó al debate público por su posible disolución en Canarias.
En cuanto a su actividad en La Mareta, han ampliado los anillos de seguridad de 200 a 400 metros. Se ha autorizado el corte de calles si fuera necesario. Y, como ya es habitual, en los días previos, se rastrearon los acantilados colindantes con buzos. "Hay que evitar otro Paiporta", afirman fuentes del Gobierno consultadas para este reportaje, en alusión al incidente en Valencia.
El dispositivo de seguridad "secreto" está "más que preparado" para una hipotética salida de Sánchez a las calles de la isla, pero algunas fuentes policiales sostienen que este año podría ser la primera vez que el presidente no salga de La Mareta.
Desde fuera, el palacio parece una fortaleza encalada que el viento intenta erosionar sin éxito. Dentro, según las escasas descripciones oficiales, hay salones amplios, una biblioteca, dormitorios con baño en suite y terrazas privadas.
El Palacio de La Mareta, en una vista exterior.
Una de las piscinas de La Mareta, al estilo del artista César Manrique.
Hay dos piscinas, un lago artificial, un helipuerto, una cancha de tenis, otra de baloncesto y un acceso exclusivo al mar. Este último, visible desde el paseo marítimo, también está vigilado con discreción por agentes de paisano.
El mantenimiento cuesta aproximadamente 10.000 euros al mes. César Manrique, el artista multifacético lanzaroteño, la diseñó con la sobriedad majestuosa que define sus obras: verde en puertas y ventanas, blanco puro en las paredes. Aquí pasó su luna de miel uno de los hijos de Hussein de Jordania.
Aquí descansaron Helmut Kohl y Gorbachov, Václav Havel, Aznar, Zapatero. Aquí, ahora, Sánchez recibe a Salvador Illa y se especula que también a Marlaska o incluso al presidente canario, Fernando Clavijo. Siempre dentro. Siempre bajo control.
El clima lo permite
A un par de kilómetros, en el corazón de Costa Teguise, no hay rastro del presidente. "Le tenemos una botella preparada", responde con desdén una camarera en la Avenida del Mar, cuando alguien pregunta si el presidente bajará a tomarse un vino blanco.
Aquí, el turismo sigue a lo suyo: ingleses con toallas chillonas, jubilados alemanes, mochileros franceses. El verano en Lanzarote es un pacto con la brisa. No hay bochorno ni aguaceros. El calor es de piedra volcánica: constante, seco, abrasivo si se expone uno demasiado.
Por las tardes, en este enclave turístico, los niños juegan en la arena como si no existieran las agendas políticas ni los helicópteros blindados. La vida sigue, apenas alterada por la presencia presidencial.
En una imagen de 2024, Pedro Sánchez y Salvador Illa visitan el mercado de Haría, en el norte de Lanzarote.
En el Cabildo insular, la tensión política dejó hace apenas una semana un intento fallido del Partido Popular para declarar persona non grata al presidente. No prosperó. Coalición Canaria lo frenó. Pero el intento dejó una estela de malestar. Algunos vecinos lo comentan en voz baja, como quien comparte una superstición: "Que venga, vale. Pero que no salga a hacerse fotos".
Lo que Sánchez parece buscar en Lanzarote es precisamente eso: desaparecer sin irse. Ser, por unas semanas, un hombre de familia que se refugia en un palacio a ras de mar, ajeno al ruido que dejó en Madrid. Porque hay ruido: la prisión de Santos Cerdán, los audios de Koldo, las dudas en torno a la figura de su suegro, las declaraciones judiciales de una hija.
En años anteriores, Sánchez se dejó ver por el mercadillo de Haría, recorrió Famara, se hizo fotos con Jesús Calleja. Este año, ni rastro. Ni siquiera una señal en la carretera LZ-18 que indique su paso. Es posible que, como en Paiporta en 2024, tema la hostilidad callejera. O quizás haya entendido algo: que un presidente de vacaciones solo puede ser querido si no se nota.
Una isla que observa
En Lanzarote, las distancias son cortas y la memoria, larga. Aquí todavía se recuerda cuando Zapatero venía cada agosto a bañarse en Famara y compraba pescado en Caleta de Sebo. "Pero eran otros tiempos", dice el dueño de un restaurante en Famara, donde el expresidente mantiene una casa.
"Otra política, otra temperatura", sentencia. Ahora, La Mareta no es solo un símbolo de poder, sino también un refugio. Un perímetro. Un gesto. Desde el paseo marítimo de Las Cucharas apenas se vislumbra el extremo del palacio.
Bajo una sombrilla, dos figuras comparten la brisa. Antes de que puedan ser reconocidas, un agente de la Guardia Civil se adelanta con paso firme: "Está usted en una zona de máxima seguridad", dice a EL ESPAÑOL. No hay margen para insistencias. No hay margen para la duda. En La Mareta, el poder no descansa: se disimula. Porque a veces, la política no se esconde del ruido. Se esconde del país.
